Riesgo y resiliencia

Una barrera casera para detener toneladas de basura

Women carry sacks filled with recyclable items collected at a rubbish landfill site on the outskirts of Sanaa, Yemen, April 3, 2017.

Image: REUTERS/Khaled Abdullah

Asier Vera Santamaría

La arena desapareció sepultada por miles de botellas de plástico y otros residuos sólidos, incluido material médico. Ni rastro de bañistas en la playa del Quetzalito, situada en Punta de Manabique, al norte de Guatemala. Este paradisíaco lugar, que fue declarado una reserva natural protegida en 2005, comenzó a convertirse en un enorme basurero en 2014. Los desechos llegan incluso hasta la costa caribeña del Golfo de Honduras.

Desde el cielo se divisa una línea blanca de plásticos que recorre los ocho kilómetros de la playa a la que cada día llegan toneladas de basura que provienen de la desembocadura del Río Motagua, el más extenso y caudaloso de Guatemala (486 kilómetros). A él van a parar los residuos de cerca de un centenar de poblaciones que carecen de un sistema de tratamiento de basura, incluida Ciudad de Guatemala.

Este problema hubiese sido local si la basura no hubiera alcanzado la costa del país vecino. Ello provocó que el Gobierno de Juan Orlando Hernández expresara en 2014 la primera protesta a su homólogo de Guatemala. De hecho, el alcalde del principal municipio afectado, Ricardo Alvarado, amenazó dos años después con denunciar al Estado guatemalteco por los residuos que llegaban a la playa de localidad.

Image: La basura arrastrada por el Río Motagua no solo se queda en Guatemala, sino que cruza la frontera hasta Honduras/ A. V.

La fuente principal del problema es el afluente Las Vacas, que recibe cantidades ingentes de desperdicios provenientes del mayor basurero de todo Centroamérica, con 44 hectáreas. Situado desde 1953 a escasos kilómetros del centro de la capital, llegan cada día a este lugar medio millar de camiones que depositan entre 1.000 y 1.500 toneladas de residuos. Esta es la principal fuente del problema, denuncia el presidente de la Asociación Guatemalteca de Organizaciones Ambientalistas, Marco Vinicio Cerezo. El Ministerio de Medio Ambiente ya ha solicitado a la Municipalidad su “cierre técnico”.

La solución que se puso en marcha en septiembre de 2016 fue combatir el plástico con su propia medicina: las biobardas. Se trata de un proyecto artesanal, elaborado con botellas de este material, un lazo y una malla, que hace la función de barrera para todos los desechos sólidos que flotan en la superficie del agua. De este modo se evita que sigan el curso del río hasta desembocar en el mar y contaminar el país vecino. Previamente, el Ejército guatemalteco invirtió cuatro meses en limpiar el río.

Alfonso Alonzo es el ministro de Medio Ambiente de Guatemala: “Se ha logrado detener el 90% de los desechos que van sobre la superficie del agua". “¿Podría su país aprender de Guatemala?”, pregunta el Banco Mundial, impulsor de esta iniciativa en un vídeo sobre la misma.

Buena idea, ¿mala ejecución?

No todo son luces: en el momento de la visita a la aldea El Quetzalito, ubicada a 4,5 kilómetros de la desembocadura del Río Motagua, solo funciona una de las biobardas. En el interior del río, se encuentran dos hombres, quienes rastrillo en mano y sin ningún tipo de vestimenta especial para este trabajo, van apartando con más de medio cuerpo sumergido en el agua, los kilos de basura que han quedado atrapados en la malla. En pequeños cestos, introducen las botellas y envases de plástico, calzado y troncos que flotan en la superficie y que impiden prácticamente ver el agua.

Rastrillo en mano y sin ningún tipo de vestimenta especial, los trabajadores van apartando con más de medio cuerpo sumergido en el agua, los kilos de basura que han quedado atrapados en la malla.

Solo 15 trabajadores, como reconoce el propio Ministro de Medio Ambiente, se afanan de lunes a viernes, en retirar cinco toneladas de basura del Río Motagua que quedan acumuladas en la única biobarda que funciona. Después, trasladan los residuos a una bodega construida gracias al Gobierno de Taiwán, que destinó 741.000 quetzales (89.000 euros). Allí compactan en dos máquinas la basura y se selecciona la que puede ser reciclada para introducirla en una trituradora, de forma que los beneficios económicos que se pretenden lograr de la venta de este material repercutan en la comunidad. Mientras, los tapones, el plástico duro y todo lo que no puede ser reutilizado son trasladados a la empresa Cementos Progreso para incinerarlos. “Las 15 personas que nos dedicamos a recolectar la basura hacemos lo humanamente posible para sacar el trabajo día tras día”, asegura Emanuel Portillo, minutos después de salir del agua donde únicamente protege sus pies con unas botas. “El ministro nos dijo que nos va a ayudar con unos trajes impermeables para realizar el trabajo adecuadamente, pero de momento solo utilizamos las botas”, señala.

César Augusto Dubón también trabaja en el proyecto. De ocho de la mañana, a las cuatro de la tarde, se mantiene en el agua extrayendo los residuos y sin miedo de contraer ninguna enfermedad: “Hasta el momento no hemos sentido ninguna dolencia, ni infección y, además, tenemos acceso al Instituto Guatemalteco de Seguridad Social”. Sí se queja de que no pueden con la carga de trabajo: “Aquí debería haber por lo menos unas 30 personas más”. El Ministro de Medio Ambiente reconoce: “ya no damos abasto, puesto que es un trabajo titánico para tan poca gente”.

A pesar de las dificultades, el ministro promete que en un año ya no habrá basura en la playa, gracias a la construcción de una barrera industrial de retención de residuos, con un presupuesto de 1,4 millones de euros, que sustituirá a las biobardas artesanales que muchas veces se rompen en época de lluvias. “Ahora estamos poniendo una curita en una operación de corazón abierto ”, apunta, al tiempo que anuncia que la siguiente fase será la construcción, antes de que finalice el año, de una incineradora en la aldea El Quetzalito.

Image: 15 trabajadores sin ninguna protección se encargar de retirar la basura/ A.V.

Para todos estos proyectos, el Fondo Mundial para el Medio Ambiente, administrado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha destinado 5,2 millones de dólares a Guatemala y Honduras, con el fin de controlar la contaminación en la cuenca del Río Motagua y la Bahía de Omoa. Las actuaciones principales se han desarrollado en El Quetzalito, pero en otros municipios cercanos continúa habiendo una gran acumulación de basura en la orilla del mar.

Son un paliativo

Hay voces discordantes. Para el también Director General de la Fundación para el Ecodesarrollo y la Conservación (Fundaeco), Marco Vinicio Cerezo, las biobardasson únicamente un “paliativo para un problema gigantesco”, por lo que, a su juicio, “no se acerca ni siquiera de lejos a ser una verdadera solución” al hecho de que las poblaciones arrojen basura al río. Para él, es necesaria una solución estructural: “No hay una ley nacional de gestión de desechos sólidos, ni tenemos regulación municipal adecuada que instruya a la población a separar y manejar sus residuos”.

No hay una ley nacional de gestión de desechos sólidos, ni tenemos regulación municipal adecuada que instruyan a la población a separar y manejar sus residuos.

Uno de los puntos clave son las reformas legislativas. El Congreso de Guatemala está debatiendo desde julio de 2017 una iniciativa de ley para aprobar un protocolo relativo al convenio sobre la prevención de la contaminación del mar por vertimiento de desechos. Una vez aprobada, el país centroamericano se comprometerá a prohibir arrojar residuos al mar. Otra ley obligará a 340 municipios a implantar antes del 6 de mayo de 2019 una planta de tratamiento de aguas residuales. Desde el 2014 está pendiente en el Congreso de aprobarse la ley para la creación de la autoridad para el manejo sustentable de la cuenca del río Motagua, con el fin de coordinar las acciones dirigidas a eliminar la contaminación y mejorar la calidad del agua.

El objetivo, según recalca Cerezo, debe ser que Guatemala contribuya a evitar que se cumpla la previsión del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, que calcula que en el 2050 habrá más plástico que peces en el océano. De momento, y antes de que se cumplan estas catastróficas cifras, Marvin Enríquez, vecino de Quetzalito, constata que la pesca ha desaparecido prácticamente en su municipio: “Lo tóxico provoca que los peces huyan y se vayan lejísimos".

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