No te preocupes. Podemos derribar los muros contra las ideas y el progreso
Tras las elecciones estadounidenses y la votación por el Brexit, la sombra de los "muros" asusta a científicos e innovadores por igual.
Cuando las barreras bloquean el flujo normal de ideas, el crecimiento se estanca. La colaboración internacional es lo que hace avanzar a la comunidad científica. La mayoría de los académicos no podrían desarrollar sus ideas sin la influencia creativa de los colaboradores y las redes internacionales.
La ciencia y la tecnología fluyen y deambulan sin respetar las fronteras. Esto es particularmente cierto en los sectores de las startups y la alta tecnología, donde una mentalidad internacional es la norma.
Existe cierta preocupación de que el fin de la historia (una poderosa expresión de Francis Fukuyama usó para designar al ascenso del orden liberal democrático tras la Guerra Fría) quizás haya sido más bien algo temporal.
Todo aquello que dimos por hecho entre el 9 de noviembre de 1989, cuando cayó el muro de Berlín, y el 9 de noviembre de 2016, cuando Trump fue electo, hoy se ve cuestionado desde nuevos frentes. Muchos consideran que la globalización y la innovación no mejoran su bienestar sino que lo ponen en peligro.
Un viaje reciente a Berlín en el aniversario de la caída del muro y los resultados de las elecciones estadounidenses me llevaron a reflexionar sobre dónde podemos encontrar bastiones seguros del progreso que contrarresten esta visión del mundo.
Las ciudades y las universidades son dos ejemplos. Pueden ser refugios de la innovación y el progreso y probablemente siempre lo sean, incluso en medio de culturas políticas retrógradas.
Situados el lugar que una vez fue la cúspide de las tensiones entre oriente y occidente, acompañados por emprendedores jóvenes e internacionales, recordamos claramente por qué. Los eventos Falling Walls, cuyo oportuno nombre se traduce literalmente como muros que caen, reúnen a una comunidad internacional de científicos y startups en el lugar donde se erguía en un pasado el divisorio muro de Berlín.
La Conferencia Falling Walls reúne a 700 de las mentes más brillantes de 80 países, incluidas ciudades como El Cairo, Sendai, Johannesburgo, Moscú, Nueva York, Dakar y Lahore. Estas personas vienen a discutir cuáles serán los siguientes muros científicos que podremos derribar. La competencia de emprendimientos de Falling Walls premia a las startups científicas más emocionantes, algunas de las cuales harán del mundo un lugar mejor.
Sin embargo, hay algo curiosamente anticuado sobre este tipo de eventos. La historia de la innovación nos muestra que quizás no necesitemos preocuparnos tanto por el futuro siempre que mantengamos las condiciones adecuadas en nuestras ciudades y universidades.
A la Conferencia asistieron académicos de algunas de las universidades más antiguas de Europa, incluidas las de Heidelberg, Lovaina y Oxford, así como algunas de las ciudades comerciales más antiguas del mundo, como Shanghái, Hamburgo y Londres. Estas universidades y ciudades existían siglos antes de 1648, cuando la nación-estado moderna cobró forma en la Paz de Westfalia. Ya entonces compartían ideas, muchas veces en latín, la lingua franca de la época.
En los siglos XV y XVI, Leonardo da Vinci viajó por Europa compartiendo y absorbiendo nuevas ideas de arquitectura, ciencia, música, matemática, ingeniería, literatura, anatomía, geología, astronomía, botánica, cartografía, pintura y escultura. Al parecer, le interesaba todo sobre el funcionamiento del mundo y era brillante en la aplicación de las múltiples ideas a las que su fértil mente dio a luz.
Los comerciantes, coleccionistas y filósofos británicos, neerlandeses y portugueses, curiosos por lo que podrían aprender sobre las diferencias físicas y culturales en tierras lejanas, tenían una perspectiva igualmente internacional. Esta pasión por aprender sobre el mundo sentó las bases para el origen de la Real Sociedad de Londres en 1650 y la creación del Museo Británico 100 años antes. Emprendedores e industriales como Josiah Wedgwood fueron parte de un extraordinario círculo de amigos eclécticos, la Sociedad Lunar, que se reunía periódicamente en Birmingham a fines del siglo XVIII para intercambiar ideas sobre descubrimientos científicos en Gran Bretaña y otras tierras. Ambos abuelos de Charles Darwin fueron miembros de la Sociedad Lunar y sin dudas estimularon su insaciable curiosidad.
Londres abrió sus puertas al mundo en la Gran Exposición de 1851, que recibió 6 millones de visitantes. Con lo recaudado en este evento, el esposo de la Reina Victoria, el Príncipe Alberto, encomendó a South Kensington, sus museos y universidades el objetivo de reunir las artes y la ciencia en beneficio de la humanidad durante 1000 años.
El optimismo es parte de la naturaleza humana y nunca podrá ser abatido. Los científicos e innovadores se han enfrentado a desafíos mucho mayores que los que surgieron en 2016. En incontables guerras, pensadores y emprendedores han encontrado la forma de viajar, colaborar y desafiar los límites del conocimiento.
Dennis Gabor fue la encarnación de esta mentalidad. Este físico judío nacido en Hungría trabajó en Berlín y Budapest antes de huir de la Alemania nazi hacia la Escuela Imperial de Londres. Allí, inventó la holografía, que le valdría el premio Nobel de física en 1971. La tormenta política en Europa lo obligó a mudarse, pero la comunidad académica internacional no perdió su genialidad.
Otros científicos, como Niels Bohr y Albert Einstein, al igual que grandes emprendedores como Dame Stephanie (Steve) Shirley, se embarcaron en similares viajes llenos de peligro y mantuvieron su internacionalismo conforme sus descubrimientos y esfuerzos daban forma a nuestro mundo.
Este fue el espíritu que hizo que la literatura samizdat, publicada en secreto por disidentes, lograra abandonar la Unión Soviética.
También fue el sentimiento que llevó a dos refugiados sirios en Berlín a fundar la startup Bureaucrazy, que ayuda a otros a navegar la burocracia alemana en cuestiones de vivienda, atención médica y servicios bancarios. Incluso para quienes no hablan alemán, conceptos como el Mietschuldenfreiheitsbescheinigung (documentación que demuestra que alguien no adeuda la renta de alquileres anteriores) permiten entender por qué la startup ha tenido éxito.
Ciertas ciudades y regiones, como el Área de la Bahía de San Francisco en California, tienden a ser puertos seguros para los inmigrantes, particularmente aquellos que se enorgullecen del multiculturalismo y lo protegen. ¿Qué sería de la mítica industria tecnológica estadounidense sin los inmigrantes? Elon Musk es un canadiense-estadounidense nacido en Sudáfrica. El padre biológico de Steve Jobs era sirio. Sergey Brin nació en Moscú.
Kauffman Foundation observa que más de 40% de las empresas de la lista Fortune 500 fueron fundadas por inmigrantes o hijos de inmigrantes y más del 50% de las start-ups "unicornio" (valuadas en más de 1000 millones de dólares) en EE. UU. tienen al menos un inmigrante entre sus fundadores.
A la luz de esto, el Brexit y Trump no son más que ruido que nubla el avance del progreso internacional. Ningún muro, sea real o imaginario, evitará que los científicos texanos y mexicanos realicen descubrimientos e innovaciones juntos. Y, al igual que ocurrió en Berlín, los muros se pueden derribar.
El rol de las ciudades y las universidades como oasis en la tormenta política actual es una de las ideas que exploraremos en la Cumbre Internacional de Innovación de la Federación Internacional de Consejos de Competitividad y la Escuela Imperial de Londres. Debatiremos cómo las ciudades pueden seguir siendo innovadoras, competitivas y sostenibles y hacerse más —no menos— internacionales en sus relaciones con los centros científicos y las redes comerciales de todo el mundo.
Como todas las ciudades realmente líderes, Londres y sus universidades están abiertas a los negocios y a la ciencia. Al igual que en el pasado, esta apertura seguirá siendo clave para la prosperidad futura.
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