Antes de actuar, ¡define el problema!
Image: Santiago Mejia/San Francisco Chronicle/Pool via REUTERS
Henri Bergson decía que «en filosofía, el problema bien planteado es un problema resuelto». Me parece fundamental esta afirmación, ya que, si es cierto que el desarrollo de un proceso de innovación es clave, también lo es el punto de partida. Y desde mi punto de vista éste ha de ser un problema detectado.
La definición de innovación lleva implícita la utilidad de sus resultados, es decir, que el producto, proceso, estrategia de marketing o modelo que se defina tenga utilidad para el grupo poblacional al que va dirigido. Para que esto suceda parece claro que este grupo ha de percibir un beneficio, es decir, que resuelva un problema o satisfaga una necesidad. Por eso me parece tan importante poner el foco en el concepto de “problema”.
Un problema, al menos del tipo que a nosotros nos interesan, no puede tener una solución única. En ese caso estaríamos hablando de una Tautología, propia de la lógica formal, y no de un problema con efectos reales y, además, con soluciones diversas. Sin embargo, esta distinción implica una reflexión interesante.
Dice Kant que el sistema (el mundo, simplificando) real es producto del orden dispuesto por el sistema conceptual. En cierto modo tiene razón, nuestro entorno, la realidad socializada en que vivimos y que se fundamenta, en gran medida, en la red de relaciones que creamos y los principios éticos y económicos que nos rigen, sufre un efecto de retroalimentación constante: por un lado tenemos una serie de principios, querencias y deseos que hacen que tomemos decisiones en este sistema que es la sociedad, y por otro lado esta vida social fija en nosotros una serie de deseos y principios que nos rigen en nuestro día a día.
Si yo pertenezco a grupos anticapitalistas, con un concepto de la sociedad muy concreto y de la justicia muy concreto, no me pareceré en nada a grupos de ideología liberal que tienen una idea de sociedad completamente distinta. Para determinados grupos poblacionales, con sistemas muy concretos y definidos, existen siempre problemas subjetivos que no tienen otros, pero que para ellos son importantes, y se entienden comprendiendo su sistema conceptual.
Por eso es fundamental comprender los problemas sobre los que estamos trabajando si queremos desarrollar innovaciones de verdad útiles y relevantes para los grupos objetivo. Y, como es obvio, debemos también, y previamente, comprender a esos grupos para descubrir esas necesidades que requieren solución.
He hablado de la subjetividad de los problemas, pero no siempre es así. Aunque es cierto que hay una serie de problemas, muchos e importantes, subjetivos, también existen los problemas objetivos. Otra cosa es que la solución sí pueda ser subjetiva y, como vengo diciendo, cultural.
Pensemos por un momento en la Pirámide de Maslow. Recordemos que los niveles más bajos tratan de definir las necesidades fisiológicas (comer, descansar…) y de seguridad (física, en el empleo…), en el nivel medio se habla de necesidades de afiliación (amistad, intimidad…) y en los niveles altos se centra en las necesidades de reconocimiento (confianza, respeto, éxito…) y autorrealización. Parece evidente que los niveles bajos tienen un componente de objetividad mayor: necesitamos comer y dormir, eso es innegable. Del mismo modo, cuando vamos elevándonos por la pirámide aumenta la subjetividad: la autorrealización es un concepto muy subjetivo que cada uno lo interpreta como cree conveniente.
Todo esto muestra la importancia de comprender adecuadamente los grupos objetivos de nuestra innovación, para comprender hasta qué punto el problema que estamos trabajando es el adecuado.
Ahora bien, ¿qué es un problema? Básicamente es aquello que queremos resolver. Es una incógnita que necesitamos responder porque consideramos que nuestro bienestar personal (físico, emocional, ético…) va a mejorar con esa resolución. Es cierto, y en esto coincido con Luis Pérez Breva, que cuando empezamos nuestro proceso de innovación no es necesario partir de un problema cierto, identificado e indiscutible, podemos empezar perfectamente por una suposición, la intuición de que existe un problema y empezar a caminar desde ahí.
Ya dije en un anterior artículo que una de las funciones claves de un innovador es lidiar con los “espacios en blanco”. Lo que sí hemos de tener claro es que en algún momento del proceso hemos de disponer de un problema cierto. Para Pérez Breva las características de un problema real son:
—Ha de ser solucionable: “Existe al menos una solución al problema y probablemente más”.
—Ha de ser reconocible: “Podemos hacer tangible el problema, la solución o lo que la solución debería hacer posible”.
—Ha de ser verificable: “Hay una forma de decidir si la solución verdaderamente resuelve el problema”.
Como se ve, los criterios de validación de un problema para Pérez Breva son básicamente a posteriori, o que redunda en el hecho de que podemos comenzar a trabajar en base a supuestos problemas, como he dicho antes.
Sea como fuere, hemos de tener claro que un problema tiene una serie de partes que hemos de tener en cuenta: la incógnita, los datos y la condición.
1.-La incógnita es en sí lo que hemos de resolver, lo que hemos de conseguir. Es el resultado que se pide. Si hablamos de problemas matemáticos la cosa parece bastante clara: la incógnita tiene una única solución, ¿pero y si hablamos de problemas sociales, personales, económicos, de ocio? En este caso, la incógnita es subjetiva, es decir, está determinada por la necesidad subjetiva del sujeto, del grupo poblacional. “Tengo un problema, tengo frío”, se puede traducir por “¿cómo puedo conseguir dejar de tener frío?”. ¿Qué he de hacer para despejar esa incógnita, para que el sujeto deje de tener frío?
2.-Los datos son el contexto, es el entorno objetivo en el que se desarrolla el problema, en el que el grupo poblacional tiene la necesidad. Es el terreno de juego y pone límites a nuestras soluciones. No es igual decir que se tiene frío en una ciudad como Madrid a decirlo en Ulán Bator, capital de Mongolia, y no sólo porque las condiciones climáticas son distintas, que también, sino porque el entorno social, económico, tecnológico, legal o ético también lo es y esto limita nuestra respuesta.
3.-La condición es en este caso las limitaciones que pone el propio sujeto, el grupo poblacional. Son limitaciones generalmente de tipo subjetivo que, al igual que los datos, limitan las soluciones al problema. Gustos, limitaciones presupuestarias, modas del grupo, principios éticos o religiosos personales, todo eso influye a la hora de definir la solución al problema.
Por todo lo dicho hemos de ser conscientes de que no todos los problemas son interesantes para trabajar o sobre los que innovar.
Primero porque en ocasiones trabajamos sobre problemas que en realidad no son relevantes para el sujeto, aunque sí lo pueda ser para nosotros. Segundo porque no tenemos en cuenta esas condiciones y contexto en las que se desarrollan, lo que nos impide tener una visión global y cierta del problema, sino que nos acercamos a él de una manera sesgada y perdiendo gran parte de esa información que es fundamental para tener un buen enfoque y construir una buena solución.
En posteriores artículos continuaré hablando de la importancia de una buena definición del problema, así como de un modelo de innovación que tiene a ese problema como punto de partida.
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