Crecimiento Económico

Si buscas el beneficio inmediato, puedes acabar en bancarrota

Eduardo Bravo

Las decisiones económicas no siempre están basadas en razonamientos lógicos. Las emociones o el beneficio a corto plazo pesan mucho más de lo que se pueda pensar.

¿Por qué pagar impuestos? ¿Por qué ahorrar para la jubilación? ¿Para qué calcular el TAE de un préstamo si es posible pagarlo sin excesiva dificultad? Si se valora solo el beneficio inmediato, lo normal será defraudar a Hacienda, pasar la vejez en la indigencia o pagar intereses usurarios con la mayor de las alegrías.

La importancia de la llamada «economía conductual» en la sociedad de hoy es tal que el Premio Nobel de Economía de 2017 ha ido a parar a Richard H. Thaler, experto en esta disciplina.

En esta ocasión, el Nobel de Economía, que no por ser un Nobel de segunda generación es menos relevante, ha decidido alejarse de temas económicos que por su magnitud parecen ajenos a la voluntad de los ciudadanos y se ha centrado en cómo estos, o más bien sus mecanismos psicológicos, influyen en la economía.

De hecho, el trabajo de Thaler se basa en el análisis de elementos cognitivos y emocionales para comprender la toma de decisiones económicas. En consecuencia, sus estudios permiten diseñar productos bancarios o políticas económicas sabiendo, más o menos de antemano, cómo responderán las personas a esos estímulos.

La teoría principal de Thaler es conocida como «El pequeño empujón». A grandes rasgos, explica que, ante dos opciones, las personas acostumbran a escoger la más sencilla, no la más adecuada.

Ese mecanismo psicológico funciona tanto en la compra de productos cotidianos como en la toma de decisiones más trascendentes como, por ejemplo, la solicitud de créditos bancarios. Reclamos del tipo «50% de descuento» o «pague en cuotas de 100 euros» son razones suficientes para que una persona decida adquirir un producto. Da igual que el precio original sea excesivo o que la tasa de interés que se aplica a ese crédito sea usuraria. La comodidad, según Thater, es preferida al esfuerzo aunque el beneficio a largo plazo se resienta.

Estos factores psicológicos y emocionales tienen un efecto aún mayor en escenarios donde la experiencia apenas tiene cabida, como la compra de una vivienda. Adquirir una casa es un hecho que se realiza pocas veces en la vida. Por tanto, es imposible aplicar la experiencia para paliar errores cometidos anteriormente. En esos casos, lo emocional y el deseo juegan un papel clave. No necesariamente positivo.

A pesar de todo y aunque sea posible hacer uso de la experiencia, tampoco es algo frecuente que las personas recurran a ella en sus decisiones económicas. La razón es tan sencilla como que no es fácil para alguien asumir sus errores.

En esos casos, aunque un inversor sepa que está perdiendo dinero con una operación, posiblemente no cambie su comportamiento y se aferre más a ella. Para él no será tan importante todo el dinero que perderá en el futuro, como asumir lo ya perdido a consecuencia de sus malas decisiones.

Según Thaler, la importancia de la psicología en la economía hace que las decisiones que toman los individuos también sean diferentes dependiendo de donde proceda el dinero. En otras palabras, una persona no gastará de la misma forma su sueldo, que la devolución de Hacienda o una entrada de dinero inesperada como un premio de la lotería. En unos casos será más prudente en el gasto y en otros se dejará llevar por la irracionalidad.

Hasta el propio Thaler ha bromeado con este tema afirmando que el inesperado millón de dólares con el que está dotado el Premio Nobel lo gastará «tan irracionalmente como sea posible».

En ese contexto, «el pequeño empujón» del que habla Thaler se refiere a las acciones que los poderes públicos ponen en marcha, para ayudar a los ciudadanos a desarrollar acciones que arrojen buenos resultados económicos a largo plazo.

De esta forma, los programas destinados a que las personas no gasten todo su dinero y ahorren para su jubilación o las campañas de concienciación para pagar impuestos, son fruto de este tipo de estudios.

En definitiva, las teorías de Thale son como aplicar la fábula de la cigarra y la hormiga al mundo económico. La diferencia es que, mientras que para muchos esa historia no es más que un cuento infantil, a él le han dado un Premio Nobel.

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