Crecimiento Económico

El prometedor dinero fiscal

The famous skyline with its banking district is pictured in Frankfurt early evening April 13, 2015. The European Central Bank's governing council will meet in Frankfurt on Wednesday, April 15.  REUTERS/Kai Pfaffenbach - GF10000058125

Image: REUTERS/Kai Pfaffenbach

Yanis Varoufakis
Former Finance Minister, Greece

Al capitalismo occidental le quedan pocas vacas sagradas. Es hora de cuestionar una de ellas: la independencia de los bancos centrales de los gobiernos elegidos.

Se entiende bien cuál es el fundamento para encomendar en su totalidad la política monetaria a los bancos centrales: los políticos, al verse demasiado tentados durante el ciclo electoral con la creación de más dinero, representan una amenaza para la estabilidad económica. Si bien los progresistas siempre han protestado sobre que los bancos centrales nunca pueden ser verdaderamente independientes, debido a que su autonomía de los funcionarios elegidos aumenta su dependencia de los financiadores a quienes estos bancos centrales se supone deben mantener a raya, el argumento a favor de retirar la política monetaria de las manos de política democrática ha prevalecido desde la década de 1970.

Dejando a un lado la controversia política, la independencia de los bancos centrales se basa en un axioma económico: el hecho que el dinero y la deuda (o el crédito) son estrictamente separables. La deuda – por ejemplo, un bono gubernamental o corporativo que es comprado y vendido por un precio determinado en función de la inflación y el riesgo de incumplimiento – puede ser negociado dentro de un país. El dinero, por otra parte, no puede entrar en mora, y en cambio, es un medio y no así un objeto de intercambio (con excepción de lo que ocurre en el mercado de divisas).

Pero este axioma ya no es válido. Con el aumento de la financiarización, los bancos comerciales se han tornado cada vez más dependientes unos de otros de los préstamos a corto plazo, en su mayoría respaldados por bonos del gobierno, para financiar sus operaciones diarias. Esta liquidez adquiere características familiares: al ser utilizada como medio de intercambio y como una forma de almacenar valor, se convierte en una forma de dinero.

Y, este es el meollo del problema: a medida que los bancos emiten más dinero interbancario, el sistema financiero requiere más bonos del gobierno para respaldar dicho aumento. La creciente oferta de dinero interbancario alimenta la demanda de deuda pública, en un ciclo sin fin que genera mareas de liquidez sobre las cuales los bancos centrales tienen poco control.

En este nuevo y valiente mundo financiero, la independencia de los bancos centrales está perdiendo su sentido, porque el dinero que dichos bancos crean representa una proporción cada vez menor de la oferta monetaria total. Debido al aumento del dinero interbancario, respaldado principalmente por deuda pública, la política fiscal se ha convertido en un factor esencial para determinar la cantidad de dinero real que lubrica el capitalismo moderno.

De hecho, cuanto más independiente es un banco central, mayor es el papel de la política fiscal en la determinación de la cantidad de dinero en una economía. Por ejemplo, en la eurozona, la política fiscal restrictiva de Alemania está creando una escasez de bonos (bonos del gobierno alemán), lo que limita tanto la capacidad del Banco Central Europeo para implementar su política de flexibilización cuantitativa como la capacidad de los bancos comerciales para producir más dinero interbancario. El dinero y la deuda pública están ahora tan entrelazados que la base analítica de la autonomía del banco central ha desaparecido.

Por supuesto, cualquier intento de volver a juntar a las haciendas públicas de los países y a sus bancos centrales bajo un mismo techo expondría a los políticos a acusaciones de tratar de poner sus sucias manos en las palancas de la política monetaria. Sin embargo, existe otra respuesta a la nueva realidad: dejar a los bancos centrales solos, pero otorgar a los gobiernos una mayor influencia sobre la creación de dinero a nivel nacional – y, de hecho, una mayor independencia para el banco central – mediante el establecimiento de un sistema de pagos paralelos basado en dinero fiscal o más precisamente, en dinero respaldado por impuestos a ser recolectados en el futuro.

¿Cómo funcionaría el dinero fiscal? Para empezar, “viviría” en la plataforma digital de la autoridad tributaria, usando los números de identificación tributaria que ya han sido asignados a personas individuales y compañías. Cualquiera con un número de identificación tributaria (NIT) en un país determinado recibiría una cuenta gratuita vinculada a su NIT. Una vez que las personas individuales y las firmas la tengan, ellos podrán depositar dinero en dicha cuenta vinculada a su NIT, mediante la transferencia de dinero de su cuenta bancaria normal, de igual manera a cómo proceden en la actualidad para pagar sus impuestos. Y, harán esta transferencia con bastante anticipación a las fechas de pagos de impuestos porque el Estado garantiza extinguir de aquí a un año, por dar un ejemplo digamos, 1.080€ (1.290 dólares estadounidenses) del impuestos adeudados por cada 1.000€ que se transfieran hoy – es decir, se pagará una tasa de interés anual efectiva del 8% a aquellos que estén dispuestos a pagar sus impuestos con un año de anticipación.

En la práctica, por ejemplo, cuando €1.000 han sido transferidos a su cuenta vinculada a su NIT, se emite un número de identificación personal (o, un número PIN, cuyo uso es ampliamente familiar), que puede ser utilizado para transferir el crédito de 1.000€ a la cuenta vinculada al NIT de otra persona o firma, o para pagar impuestos en el futuro. Estos euros de impuestos futuros, o euros fiscales, podrán ser mantenidos durante un año hasta su vencimiento o podrán utilizarse para hacer pagos a otros contribuyentes. Las aplicaciones de teléfonos inteligentes e incluso tarjetas emitidas por el gobierno (que podrían tener un uso dual, por ejemplo, pueden también ser usados como identificación de seguridad social) harían que realizar dichas transacciones sea fácil, rápido y virtualmente indistinguible de otras transacciones que involucren dinero del banco central.

En este sistema de pagos cerrados, a medida que el dinero fiscal se aproxima a su vencimiento, los contribuyentes que no poseen ese dinero guardado demandarán de manera creciente poseer dicho dinero. Para garantizar la viabilidad del sistema, la Hacienda Pública controlaría la oferta total de dinero fiscal, utilizando el tipo de interés efectivo para garantizar que el valor nominal de la oferta total nunca exceda un porcentaje del ingreso nacional, o de los impuestos agregados, acordados por el poder legislativo. Para garantizar la plena transparencia y, por tanto, la confianza, un algoritmo de cadena de bloques, diseñado y supervisado por una autoridad nacional independiente, podría usarse para compensar las transacciones en dinero fiscal.

Las ventajas del dinero fiscal son innumerables. Proporcionaría una fuente de liquidez para los gobiernos, superando los mercados de bonos. Limitaría la medida en la que los préstamos del gobierno alimentan la creación de dinero interbancario, o mínimamente obligaría a los financiadores a atar parte de su dinero interbancario en el sistema monetario fiscal cerrado, minimizando así los shocks causados por fuga repentina de capitales. Y, al competir con el sistema de pagos de los bancos, reduciría el costo de los cobros que los clientes pagan actualmente.

De hecho, debido a la tecnología de cadenas de bloque, el dinero fiscal constituye un sistema de pago público totalmente transparente y libre de costos de transacciones y es un es un sistema supervisado conjuntamente por todos los ciudadanos (y no ciudadanos) que participan en él.

El dinero fiscal también es políticamente atractivo. Los gobiernos podrían utilizar cualquier holgura en la oferta de dinero para complementar las cuentas vinculadas al NIT de las familias necesitadas, o podrían utilizar ese dinero para pagar por obras públicas, lo que lo haría atractivo para los progresistas. Y, en el caso de los conservadores, ellos se verán alentados por un sistema que promete un alivio tributario significativo para aquellos que ayudan al gobierno a crear dinero fiscal, y que a su vez es un sistema que no vulnera el rol que desempeña el banco central en el establecimiento de tasas de interés.

Las ventajas transnacionales potenciales del dinero fiscal también son significativas. Por ejemplo, el dinero fiscal habría ayudado a Grecia a resistir los abusos de sus acreedores en el año 2015, y esta propuesta se encontraba en el núcleo de mi plan para hacer frente a la festividad bancaria depredadora que fue impuesta por el BCE al final del mes de junio de ese año. Hoy en día, proporcionaría a Italia, Francia y a otros miembros de la eurozona un espacio fiscal muy necesario y posiblemente suministraría una base para una eurozona renovada con unos euros fiscales domésticos entrelazados, en lugar de monedas paralelas, es decir una base que desempeñe un papel macroeconómico estabilizador. Y, luego quizás podría convertirse en la base de un Nuevo Bretton Woods, que funcione como una unión de cámara de compensación a nivel mundial para muchos sistemas distintos de dineros fiscales.

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