Transformación Urbana

Vivir, trabajar y pensar en la era del big data

A map of complex is displayed at the China Import and Export Fair in Guangzhou, China April 17, 2017.  REUTERS/Venus Wu - RTS12Q1N

Image: REUTERS/Venus Wu - RTS12Q1N

Antoni Gutiérrez-Rubí

Steven Johnson, en el libro The Ghost Map: The Story of London's Most Terrifying Epidemic and How It Changed Science, Cities, and the Modern World (Riverhead Books, Londres, 2007), señala cómo John Snow, médico del barrio londinense del Soho, a través de un mapa, mostró que la epidemia de cólera que afectaba a la ciudad en 1854 provenía del suministro del agua y no del aire como creían las autoridades. El mapa de Snow (imagen) significó para él algo muy evidente, pero que necesitó de una imagen —visualizando la concentración de muertes alrededor de los pozos de agua— para cambiar la mentalidad de quienes debían tomar decisiones al respecto.

El mapa: posibilidades y límites

De la misma forma que los mapas son un recurso útil para el poder, para la toma de decisiones, no siempre son útiles cuando hay que innovar, ya que, aprovechando la fuerza de las zonas mentales de confort, como explica bien el geógrafo Jacques Lévy, estos pueden crear estructuras de conocimiento rígidas que no permitan nuevas lecturas: “No equivocarse de presente: los investigadores, como todo el mundo, tenemos tendencia a ser perezosos y a analizar el presente a través de modelos explicativos que funcionaron más o menos bien en el pasado pero que ya no nos convienen”.

Este es también uno de los riesgos más graves de la política convencional. Ver el mundo —y sus cambios— con las viejas ideas subsidiarias de una manera de entender la geografía y la geometría de los conceptos.

Necesitamos una concepción nueva que entienda que las grandes oportunidades para generar más ciudad (sostenible) pasan por ampliar y promover más ciudadanía

Y más cuando las ciudades inteligentes del siglo XXI ya no son solo un territorio, un espacio delimitado, definido por sus límites administrativos. Por este motivo, ya no podemos gobernar únicamente con mapas —como el del Doctor Snow—: hay que ver todas las capas de la realidad si queremos transformarla. Las capas de relaciones, flujos, datos, vínculos y causalidades que generan la actividad de las personas ―y su dinámica composición organizativa. Las Administraciones locales y metropolitanas ya no pueden limitarse a su actuación sobre la dimensión física, si desean gobernar el bien común y ampliar el espacio de lo público. Un mundo de regulaciones (del tráfico o del suelo, por ejemplo) es imprescindible, aunque no suficiente, para embridar el desarrollo autónomo de la actividad humana, que tiende siempre al desorden que hipoteca el futuro o divide el presente de los más desfavorecidos.

Necesitamos una concepción nueva que entienda que las grandes oportunidades para generar más ciudad (sostenible) pasan por ampliar y promover más ciudadanía. Una ciudad que no se piensa solo desde su código postal, sino desde su código digital. La ciudad debajo de los adoquines. Hablemos más de ciudades conectadas, de realidades urbanas complejas, de herramientas que se adaptan a las nuevas formas de participación (y no al revés), de ciudadanos productores y gestores de su rastro digital, de propiedades compartidas de los datos que generamos, del reto de la brecha digital, de soberanías tecnológicas.

Las Administraciones locales y metropolitanas ya no pueden limitarse a su actuación sobre la dimensión física, si desean gobernar el bien común y ampliar el espacio de lo público

Como anticipábamos, nuestros saberes están fijados en imágenes (visualizaciones) que nos condicionan y predeterminan nuestra visión del mundo y nuestras decisiones. Por este motivo, desaprender es también liberarnos de las imágenes preestablecidas que nos impiden adquirir nuevas visiones y adentrarnos en nuevas geografías y geometrías. John Gray, en El silencio de los animales. Sobre el progreso y otros mitos modernos (Sexto Piso. Madrid, 2013), señala que: “un mapa puede representar las estructuras físicas de las que una ciudad se compone en un momento dado, pero no la ciudad en sí misma, que continúa siendo ignota (...) La representación gráfica es una abstracción que simplifica las experiencias, que son incomparablemente más multicolores”.

En este sentido, hemos de procurar trascender la visión superficial fijada por la posición de las ideas, las cosas, las personas, para captar el fondo constituido por las relaciones que se establecen entre ellas: posición vs relaciones, nodos vs flujos... “ver el mundo como si este consistiera en cosas estables es una forma de alucinación”, afirma John Gray.

Nuevas geografías, nuevas geometrías

En este marco de complejidad, donde la ciudad interconectada requiere de nuevas miradas para comprender su complejidad, propongo un espacio de observación holístico donde podamos:

- Trascender la escala fija e inmóvil de la realidad para explorarla con diversos focos y puntos de vista, aplicando el zoom que nos abra a la diversidad que va de lo micro a lo macro: escala vs foco.

- Trascender la morfología estática y monotemática de la realidad, propia del topógrafo, como señala Simon Garfield enEn el mapa. De cómo el mundo adquirió su aspecto (Taurus, Madrid, 2013), para introducir la complejidad plástica de las distintas formas que puede adquirir la realidad: morfología vs plasticidad.

- Trascender las coordenadas fijas con las que acotamos la realidad para poder captar la inmensidad de los datos masivos que las nuevas tecnologías nos ponen a disposición de una imagen plana a una imagen en 3D: coordenadas vs datos.

Los datos masivos están a punto de remodelar nuestro modo de vivir, trabajar y pensar

La ciudad democrática se valoriza pues por su capacidad de generar ópticas que permitan una lectura de lo concreto a lo global y por su plasticidad para interpretar, valorar y accionar los intereses de la ciudadanía. Para ello, dispone de un instrumento esencial: los datos masivos. Como argumentan Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier en Big Data. La revolución de los datos masivos (Turner. Madrid, 2013), el big data proporciona una mirada prospectiva: “Los datos masivos están a punto de remodelar nuestro modo de vivir, trabajar y pensar. El cambio al que nos enfrentamos es, en ciertos sentidos, incluso mayor que el derivado de otras innovaciones que hicieron época, y que ampliaron acusadamente el alcance y la información en la sociedad. El suelo que pisamos se está moviendo. Las certezas anteriores se ven cuestionadas. Los datos masivos exigen una nueva discusión acerca de la naturaleza de la toma de decisiones, el destino, la justicia. Una visión del mundo que creíamos hecha de causas se enfrenta ahora a la primacía de las correlaciones. La posesión de conocimiento, que en tiempos significó comprender el pasado, está llegando a ser una capacidad de predecir el futuro”.

Que generará un reto para su gobernanza, ya que las nuevas capas de información requieren de una forma de pensar nueva que: “supondrá un desafío para nuestras instituciones e incluso para nuestro sentido de la identidad. La única certeza radica en que la cantidad de datos seguirá creciendo, igual que la capacidad para procesarlos todos. Pero mientras que la mayoría de la gente ha considerado los datos masivos como un asunto tecnológico... nosotros creemos que hay que fijarse más bien en lo que ocurre cuando los datos hablan”.

En definitiva, debemos olvidarnos de la posición, de la escala, de la morfología y de las coordenadas para centrarnos en las relaciones, el foco, la plasticidad y los datos para comprender las nuevas geografías y las nuevas geometrías que demandarán las ciudades en el ecositema de la democracia abierta.

“Maneras de ver, maneras de pensar”, afirmaba Aristóteles. Liberemos nuestra manera de ver la realidad, profundizando en nuevas miradas y enfoques, y tendremos nuevas ideas y perspectivas para los problemas de gestión del bien común. Necesitamos nuevas visiones si queremos tener nuevas soluciones. Maneras de ver, maneras de pensar.

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