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Perdonad, que estaba distraído. Escribir este artículo ha sido una vez más una lucha contra un impulso casi irresistible: el de la procrastinación. El de aplazar algo pendiente y derivar nuestra atención a algo que probablemente nos aleja de la mayoría de tareas productivas.
Vivimos en la cultura de la distracción, y si hay un elemento que haya contribuido a ello ese es el teléfono móvil, que ha potenciado el papel de internet en este ámbito. Si ya teníamos una impresionante capacidad para perder invertir el tiempo en menesteres poco productivos, las constantes llamadas de atención de estos dispositivos nos han acabado de condenar. Hay muchas más fuentes, claro, pero también hay remedios, y la ciencia quiere que los pongamos en práctica de una vez.
Hay quien diferencia el trabajo en un "trabajo profundo" y en un "trabajo superficial". Cal Newport es de hecho el autor de "Deep Work", un libro en el que trata de establecer "reglas para el éxito enfocado en un mundo distraído".
Para este autor ese trabajo profundo es "la capacidad de centrarse sin distracciones en una tarea cognitivamente exigente". Ese tipo de trabajo requiere una voluntad férrea contra las distracciones, pero la recompensa es patente según el autor: nos permite mejorar nuestras capacidades de forma notable, tanto en calidad como en cantidad.
El trabajo superficial es por contra aquel que cualquiera puede realizar con un mínimo entrenamiento. Tareas como comprobar el correo, planificar la semana o consultar y compartir cosas en redes sociales son tareas que no ayudan a mejorar nuestra productividad.
El problema está agravándose en los últimos años, y esta cultura de la distracción de la que hablaban hace años expertos como Joe Kraus tiene un efecto claro en la sociedad. En Estados Unidos el rendimiento por hora ha descendido de forma dramática desde el 3% que se conseguía entre 1945 y 1970 a un 0,5% desde 2010.
En España esa realidad se suma a esa tradición de calentar el asiento -no solo somos nosotros, ojo- sin que esto sirva de mucho: es el país con la tercera jornada laboral más amplia de la UE, pero somos también el de peor rendimiento por hora trabajada según un estudio del año pasado. Otros estudios de la Unión Europea parecen diferir en esa conclusión, y de hecho las diferencias entre países de la Unión Europea no son especialmente acusadas.
Nuestro cerebro se enfrenta constantemente a situaciones en las que debemos ser productivos, pero ahí es donde se produce la batalla entre el sistema límbico(en el cual se incluye esa zona inconsciente dedicada al placer), y el córtex prefrontal (nuestro particular planificador personal).
Normalmente gana el sistema límbico, y eso produce que acabemos dejando para mañana lo que podemos hacer hoy. EL sistema límbico juega con ventaja, porque está siempre en automático: es también responsable de reflejos involuntarios como el de alejar nuestra mano de una llama o el de cerrar los ojos cuando un objeto se acerca a nosotros de forma amenazante.
El córtex prefrontal es debilucho, pero es lo que nos diferencia de los animales. A diferencia de ellos, nosotros no nos movemos (solo) por estímulos, destaca Timothy A. Pychyl, profesor de psicología en la Carleton University de Ottawa.
Aunque nos permite reunir información y tomar decisiones, esta función no se activa de forma automática como el sistema límbico: tenemos que darle al interruptor de encendido, y si no estamos ejecutando esa tarea productiva, el sistema límbico gana la partida y nos hace hacer lo que nos hace sentir bien. Ergo, procrastinamos.
No hay una solución definitiva a la procrastinación, pero algunos expertos en el tema indican que debemos combatir las emociones que provocan esa predisposición a las distracciones. Entre los métodos más populares está el de no querer asumir grandes objetivos de golpe: el secreto está en dividir ese objetivo en pequeñas subtareas más asequibles. Ir pasito a pasito, como suele decirse, y completar logros menos importantes pero que van sumando al objetivo final
En un estudio realizado por la Universidad de Estocolmo y publicado el el Journal of Consulting and Clinical Psychology se sometió a 150 "procrastinadores profesionales" a acometer distintas tareas productivas con distintos métodos. Uno fue efectivamente ese, mientras que en otro grupo se utilizó un sistema de recompensas, en el que cada participante se concedería a sí mismo un pequeño premio tras terminar la subtarea. Una taza de café o un pequeño descanso, por ejemplo. Un tercer grupo fue sometido a mensajes que culpaban a los procrastinadores por perder el tiempo, y lo hacían cada vez de forma más intensa. La idea era tratar de hacerles reaccionar.
¿Qué método ganó? Ninguno en particular: en todos ellos los procrastinadores mejoraron su comportamiento productivo, aunque sí pareció quedar claro que tener a alguien encima guiando al procrastinador ("el jefe" de toda la vida, para entendernos) era especialmente recomendable.
Otros expertos creen que la clave está en revisar nuestro estado de ánimo en cada momento para tratar de cambiarlo, o, como dicen ellos, "repararlo".
La idea se basa en el hecho de que las emociones negativas no ayudan a ser productivo, así que hay que producir sensaciones positivas para animarnos. Las técnicas son variadas, pero hay algunas destacadas:
1. Viajar en el tiempo: proyéctate en el futuro e imagina lo bien que te sentirás cuando hayas dejado de procrastinar y completes esa tarea. Lo inverso también funciona: puedes anticipar lo mal que te sentirás dentro de una hora (deberías) por seguir mirando Facebook sin terminar ese informe que te habían pedido.
2. Ponte a ello ya: una de las cosas más difíciles de hacer al enfrentarse a una nueva tarea productiva es empezar a trabajar en ella. Puede que tengas miedo al fracaso, pero aquí también funciona lo de convencerse a uno mismo que no hace falta llegar al objetivo final, y que simplemente podemos ir haciendo una pequeña parte de la tarea para empezar. Algo es algo, y eso da fuerzas para empezarla.
3. Deja de castigarte: no te flageles psicológicamente por procrastinar y perder el tiempo. Eso no suele ayudar mucho porque te sume aún más en la distracción, así que lo recomendable aquí es sustituir esos pensamientos negativos por otros positivos que te ayuden a afrontar las próximas tareas con más y mejor ánimo.
4. Primero, lo fácil: similar al punto dos, pero en lugar de tratar de ir a la tarea más difícil -eso da aún más pereza- empieza por lo fácil, lo que puedas resolver más rápido. Eso te dará fuerzas y cierta inercia para luego tratar de resolver los problemas más difíciles.
A mí me han servido todos esos consejos, desde luego. De repente tengo el artículo listo (¡fantástico!). Ahora mi pequeño premio: un ratito explorando Twitter en modo cotilla. En realidad eso es también parte de mi trabajo (el de descubrir nuevos contenidos), así que quizás me esté convirtiendo en un trabajador infatigable. Va a ser que no.
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22 de octubre de 2024