Las consecuencias de llevarse pesado en el trabajo
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La idea de cualquier negocio, ya sean corporaciones, proyectos de emprendimiento o individuos es participar en el mercado formando un equipo de trabajo que destaque la capacidad para generar valor y administrar talento. Con independencia del tamaño del negocio, del número de empleados, de la tecnología que se emplee, el rubro al que se enfoque o la nacionalidad del sello con el que se trabaje, todo se resume a competir a través de la gente. De ahí la importancia de propiciar ambientes laborales que permitan un desempeño adecuado de las operaciones. Pero, ¿qué pasa cuando el exceso de confianza se transforma en falta de respeto y la familiaridad lleva a entorpecer las actividades diarias?
La preocupación en torno a las relaciones humanas en el terreno laboral es constante y representa un acertijo difícil de resolver. No hay fórmulas ni recetas que nos digan con precisión como hacer que el fiel de la balanza quede equilibrado entre la cordialidad y el respeto. El capital humano es un valor que presenta la siguiente dicotomía: es concreto e intangible. Es decir, son individuos con conocimientos, habilidades y desempeños específicos y son personas con educaciones, comportamientos y creencias particulares. Lo que para alguien es un saludo para otro puede ser una ofensa.
La experiencia social en un área de trabajo es compleja. El espacio laboral retoma la diversidad de cada miembro de un equipo en espacios y procesos comunes, lo cual representa un gran reto. La proximidad siempre genera fricciones. El desarrollo de sistemas de trabajo de alto desempeño busca generar ambientes agradables y de confianza en los que las actividades se puedan desenvolver en forma armónica y fluida. Evidentemente, la socialización y la subjetivación de las relaciones laborales pueden entrar en tensión muy fácilmente, cuando se transgreden ciertos límites de respeto y la familiaridad se entiende en forma desfigurada. Hay problemas.
Prácticas tales como juegos, bromas, provocaciones, insultos, son actividades recurrentes y predecibles gracias a que los actores comparten los mismos significados y, por ende, con ellas van construyendo su pertenencia a un mismo grupo. A través de tales comportamientos, se exploran creativamente nuevos significados y se arriesgan a nuevas experiencias en busca de una identidad corporativa. Es por ello que las normas juegan un papel central para fijar la postura entre lo aceptable y lo que no lo es.
La socialización entre pares laborales es una búsqueda de formas para desempeñar una actividad en forma eficiente. Y, también es muy importante, la experiencia de formar parte de un equipo trabajo que percibe al individuo como un elemento significativo. Es la sensación de vibrar juntos al momento de perseguir una meta. Para las organizaciones es muy transcendental tener en cuenta la relevancia de estos conceptos ya que en ello se le puede ir el negocio de las manos. Implica, no sólo esta preferencia por ciertas conductas entre iguales, sino el hecho de que éstas forman parte importante del significado que la empresa da al espacio de convivencia entre pares. Esta convivencia laboral que sucede en aquellos lugares comunes a todos: vestíbulos, explanadas, comedor, pasillos, jardines, baños, la fotocopiadora, el lugar de la cafetera, la zona para fumadores y otros espacios que se utilizan en tiempos fuera de los dedicados al trabajo explícito y que son vividos como extraterritoriales aunque estén en el cuerpo mismo de la empresa. Son lugares en los que se relaja la actitud y marcan un punto de cuidado.
La cotidianidad laboral se despliega en los intersticios del horario de trabajo, no sólo en los despachos y en las salas de juntas, en donde llega a convivir en forma profesional, sino en estas áreas que se usan para actividades no necesariamente productivas, pero que son absolutamente necesarias -como el baño- y se infiltra en el ambiente organizacional por medio de interacciones que van desde las anécdotas, el lenguaje corporativo específico, hasta las bromas o el intercambio de pertenencias, los tonos y juegos, los apodos hasta las diversas conversaciones que surgen espontáneamente sobre los temas más variados. No nos podemos sustraer a ellas, son parte de la socialización que sucede entre los seres humanos que es natural. Son parte de la vida corporativa.
Son, efectivamente parte necesaria de la búsqueda de identidad del equipo de trabajo, y a la vez son comportamientos lúdicos que cumplen funciones como desrutinizar las actividades o desaburrir la cotidianidad. Desde esta postura, los significados de estos comportamientos hablan de sistemas de relaciones, de sentidos compartidos llenos de la vivacidad de la vida con la que los colaboradores enfrentan la formalidad laboral. Sin embargo, deben ser observadas, cuidadas y reguladas para que no afecten en desempeño de las actividades. Algo tan inocente como el relajo, se transforma en desafíos de autoridad que devienen en enredos, agresiones, enemistades que ponen en peligro la operación sana de una entidad.
Mientras una operación maneje procesos de precisión, mayores deben ser los cuidados al respeto. Por ejemplo, en la industria restaurantera, los ambientes en las cocinas son muy estresantes y los movimientos son muy rápidos. Los utensilios que manejan también son armas. Ahí las bromas, los chistes, las faltas de respeto deben ser muy vigiladas, pues una reacción violenta puede generar una tragedia. No son exageraciones, son precauciones.
Por otro lado, hay conductas que se consideran como rudezas inadmisibles en un terreno profesional. Pequeñas violencias o ataques cotidianos al derecho que cada uno tiene de ser respetado. Las palabras hirientes, groserías diversas, interpelaciones, humillaciones, racismo abierto o difuso, atropellos, que se producen en forma insidiosa o abierta; las groserías explícitas el uso de lenguaje inadecuado deben estar desterrados de las prácticas admitidas. Estas manifestaciones deben ser sancionadas.
Las consecuencias de llevarse pesado en el trabajo pueden ir de una molestia similar a una piedra en el zapato -que conforme pasa el tiempo, genera ampollas-, hasta la incomodidad que bloquea la operación y genera pésimos resultados. Para evitarlo, lo más importante es establecer políticas claras para una convivencia armónica y herramientas que ayuden a corregir desvíos. Las reglas de trato deben estar por escrito y estar relacionadas con la operación segura y eficiente del trabajo. También, deben ser ampliamente comunicadas para que todos los miembros del equipo las conozcan y aplicadas en forma coherente.
Tener un buen ambiente de trabajo no significa estar muertos de risa todo el día, vacilándonos unos a otros, no es eso. Es propiciar un clima laboral de concordia y respeto en el que las operaciones fluyan adecuadamente y desempeñemos nuestras funciones en la forma más profesional posible.
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