Equidad, Diversidad e Inclusión

Estas son las mujeres que cuidan (y han cuidado) de nuestra lengua

Mariángeles García


El idioma es patrimonio de todos. De todos y de todas, se entiende. Pero sus guardianes son mayoritariamente hombres. De los 46 sillones de la RAE, sólo siete están ocupados por mujeres. Serán ocho cuando la académica electa Paz Battaner lea su discurso de ingreso y pase a ocupar su sillón.

Que la mujer entrara en la Real Academia Española ha costado años. Tantos como siglos. La institución se creó en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, octavo marqués de Villena y su primer director. Y no fue hasta 1979 cuando la RAE admitió como académica de número a la primera mujer, Carmen Conde, poetisa, novelista y ensayista.

Hasta entonces, tan sólo María Isidra de Guzmán y de la Cerda había conseguido asomarse a la institución en calidad de ‘socia honoraria’ en 1784 cuando contaba 16 años de edad. Y decimos asomarse porque lo único que se la permitió fue leer su discurso de agradecimiento, y hasta más ver. La puerta se cerró para siempre a ella y a otras muchas que vinieron detrás.

María Isidra de Guzmán, la doctora de Alcalá, era hija de condes y tuvo el privilegio de acceder a la educación en una época en la que esta estaba vedada a las mujeres. Hablamos del reinado de Carlos III y de la ilustración, un periodo en el que el monarca quiso acercar a una oscura, católica y austera España al brillo y apertura que venían de la corte francesa.

Para ello impulsó ciertas medidas que incluían introducir a la mujer en el mundo de la cultura, pero más para formar parte del atrezzo que con verdadero propósito de igualdad. En este contexto, la ocasión se le pintó calva en la figura de la jovencísima María Isidra, hija de dos Grandes de España y cuyo padre era amigo personal del monarca. Carlos III, a quien la adolescente caía en gracia, otorgó también permiso a la Universidad de Alcalá para que examinara a la joven y concederle el título de Doctora en Filosofía y Letras Humanas.

A los 17 años, la joven consiguió su doctorado. Después, como estaba programado, se casó y desapareció del panorama intelectual del país. ¿Merecía María Isidra de Guzmán tantos honores? A juzgar por su escasa obra, probablemente no. Pero su figura consiguió abrir a las mujeres otras puertas dentro del panorama cultural de su época.

Dos siglos más tarde, Carmen Conde tomó posesión del sillón «K». Fue el 28 de enero de 1979 y empezó su discurso Poesía ante el tiempo y la inmortalidad dejando muy clarito a sus eminentes compañeros que ya les valía haber tardado tanto en aceptar a una mujer como miembro de número: «Mis primeras palabras son de agradecimiento a vuestra generosidad al elegirme para un puesto que, secularmente, no se concedió a ninguna de nuestras grandes escritoras ya desaparecidas», decía la poetisa. «Vuestra noble decisión pone fin a una tan injusta como vetusta discriminación literaria».

Conde nació en Cartagena en 1907. Mujer versátil, fue maestra, periodista, novelista, autora de teatro y por encima de todo, poetisa. «He cultivado varios géneros literarios, pero es en la poesía, tanto en verso como en prosa, donde me siento más yo misma», afirmaba la académica en una entrevista realizada por Rosario Hiriart en 1985.

Amiga de grandes escritores como Juan Ramón Jiménez, Gabriela Mistral o Miguel Hernández, a su discurso de toma de posesión del sillón en la RAE le contestó Guillermo Díaz-Plaja. El académico dio la bienvenida a su nueva compañera excusándose en que así eran las cosas en aquella España que acababa de abrazar la democracia:

«Y no dejaré de señalar con qué alegría muestro nuevo partícipe en las tareas académicas es una mujer, que viene a romper así, victoriosamente, una situación que, no por impedimentos reglamentarios, sino por sucesión de circunstancias diversas, en la España de Santa Teresa y Carolina Coronado, de Rosalía de Castro y de Emilia Pardo Bazán, de Concha Espina y de María Moliner, dejaba huérfana de representación femenina la Institución que aspira a representar el estamento literario de España». Conde falleció en Madrid en 1996.

Tras ella llegó, en 1984, Elena Quiroga, ganadora del premio Nadal en 1950 por su obra Viento del norte, y autora de otros títulos como Tristura (a la que más tarde rebautizaría como Secreto de la infancia: Novela de una niña o Grandes soledades).

Quiroga, cántabra de nacimiento, se sentía muy identificada con Galicia, tierra natal de su padre, y toda su obra rezuma ese ambiente gallego que también se palpaba en la obra de Pardo Bazán. ¿Quiso la RAE con su nombramiento compensar el tremendo error de no haber incluido entre sus miembros a la gran Emilia Pardo Bazán? Poco probable. Rafael Lapesa justificó así el nombramiento de Quiroga: «Entra en esta casa, no por ser mujer, ni porque es hermosa, linajuda y distinguida, sino sólo por su obra literaria; y en ella se manifiesta el don de sabiduría como conocimiento del alma humana, sagaz observación de lo significativo, rechazo de la desmesura y dominio del arte de novelar».

Su discurso de posesión del sillón «a» estuvo dedicado a Álvaro Cunqueiro (amigo personal de la escritora) y fue respondido por Rafael Lapesa, quien habló de aquel día como un «día de júbilo» al dar la bienvenida a la segunda mujer dentro de la Academia. «La Academia corrobora hoy que, si en otros tiempos pudo incurrir en la prevención antifeminista que dominaba en la sociedad española y aun en la europea, ha abandonado tales prejuicios», decía don Rafael entonces. Pero a juzgar por lo visto, se equivocaba al menos en apariencia.

Hubo que esperar hasta 1998 a que ingresara la tercera mujer, Ana María Matute. Para entonces ya habían fallecido sus antecesoras, Conde y Quiroga. Fue precisamente el sillón de la primera el que pasó a ocupar Matute convirtiéndose durante muchos años en la única mujer académica de número de la RAE.

Lucía Etxeberría definió a la autora de Olvidado Rey Gudú como feminista aunque la escritora nunca se consideró como tal. Cómo definir si no a una mujer que tuvo la osadía de separarse de un marido que no la amaba, que la explotaba y al que no quería en una época en la que el matrimonio era para siempre. Una mujer que se atrevió a vivir su vida según sus propias normas, que peleó por su derecho a elegir y que se llamó a sí misma en alguna ocasión ‘hombreriega’.

«Yo soy mujer», afirmaba rotunda Ana María Matute en el programa Imprescindiblesque RTVE dedicó a la figura de la escritora en 2013. «¿Qué es eso de feminista? Me parece obvio. No es necesario. Me parece tan lógico que cae por su peso. ¿Por qué tienes que ponerle nombrecitos que te distingan? No».

Matute tomó posesión de su sillón el 18 de enero de 1998. Su discurso, titulado En el bosque, estaba totalmente alejado del pomposo y erudito estilo que había regido las intervenciones de otros antecesores en la Academia. Con ella la fantasía entró en la institución.

Ana María Matute se describía a sí misma como «contadora de historias» y se disculpaba ante sus compañeros por no saber dar discursos. «Por ello, desearía aprovechar esta ocasión tan extraordinaria para hacer un elogio, y acaso también una defensa, de la fantasía y la imaginación en la literatura, que son para mí algo tan vital como el comer y el dormir».

Matute siempre estuvo encantada de ingresar en la Academia. «Yo escribo en esta lengua, en lengua castellana, y formar parte de esta Academia para mí es un sueño, un sueño realizado», explicaba en Imprescindibles. «Fui la única durante muchos años. Esto va con el país», justificaba. Ana María Matute murió en junio de 2014 y nos dejó huérfanos de historias para siempre.

Con Carmen Iglesias entró la primera mujer no dedicada a la literatura. Tomó posesión del sillón «E» en 2002 con el discurso De historia y de literatura como elementos de ficción. Iglesias es historiadora experta en el siglo XVIII y gran parte de su vida ha estado dedicada a la enseñanza universitaria.

En una entrevista realizada en el programa Pienso, luego existo de RTVE, pidieron a la catedrática que diera una definición de la Historia. «¿Qué es la Historia? Bueno, una definición precisa es casi imposible», contestaba. «Pero empecemos por algo que a mí me encanta de la tradición asírica, de la tradición judía, que dice que “Dios creó al hombre para contar historias”». Y terminaba explicando que para poder comprender algo del universo, de nuestro entorno o de nuestra vida necesitamos «hacer una narración».

En su discurso de ingreso en la RAE defendió «la palabra como libertad» y afirmaba que la historia y la literatura no eran disciplinas opuestas, sino complementarias.

Ser la tercera mujer académica de número en la RAE no es su único hito. También es la primera mujer en dirigir la Real Academia de la Historia, puesto que ocupa desde 2014. Y la primera fémina que dirigió el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Su elección como académica de la Lengua suscitó alguna polémica entonces, llegando a sugerirse que había sido elegida como un gesto aperturista de la institución hacia la mujer.

Víctor de la Concha, entonces director de la Academia, zanjó la cuestión: «Si además es mujer, miel sobre hojuelas. Pero aquí no hay cuotas de ningún tipo; sólo cuentan los méritos». Y justificó el ingreso de Iglesias por la necesidad de mejorar y actualizar el léxico de ciencias sociales.

Un año más tarde, en 2003, llegaba Margarita Salas, la primera mujer científica de la Academia y una de las mejores y más importantes investigadoras de España. Pocas personas pueden presumir de haber sido discípulos de Severo Ochoa y de ser pioneros en muchos otros campos. Con «cierto complejo de pionera» se definía a sí misma en el artículo que El País dedicó a su nombramiento como académica de número en la RAE, ya que había destacado en campos donde la presencia femenina no era habitual.

Salas ocupa el sillón «i» y su discurso de ingreso se tituló Genética y lenguaje. Esta bioquímica forma parte de la comisión de vocabulario científico y técnico, y siempre ha tenido claro para qué entró en la institución. «Supongo que si me han elegido, será para reforzar el espacio científico en los trabajos que se hacen en la Academia y para colaborar con mis colegas científicos», afirmó en 2003 en El País.

Y de hecho, ella junto con sus compañeros dedicados a la Ciencia han sido los encargados de seleccionar y adaptar nuevos términos en estas áreas que debían pasar a formar parte —o desaparecer por obsoletos— del Diccionario, labor que definía como «ingente y continuada» en una entrevista realizada para Mercurio en 2014.

En una entrevista realizada por Inés Martín Rodrigo para Abc en la que también participaron el resto de académicas, la periodista preguntó a las entrevistadas si la RAE reflejaba la sociedad del siglo XXI. «No es cuestión de hablar de mujeres, pero aún somos pocas y la Academia no está con el siglo XXI, pero es verdad que el siglo XXI tampoco está con las mujeres», respondía Salas.

La literatura femenina regresó a la RAE de la mano de Soledad Puértolas en 2010 y ocupa desde entonces el sillón «g». «No creo en las cuotas, sobre todo en estos aspectos de la cultura y de los reconocimientos», afirmaba la novelista y articulista al ser nombrada académica. «Sería muy contradictorio que en la RAE se entrara por cuotas».

Sin embargo, también en su caso tuvieron que salir desde la institución a defender su nombramiento en base a sus méritos y no a su sexo. «La Academia nunca va a elegir a alguien por cuotas, porque no sería coherente. En el caso de Puértolas se la ha llamado por sus valores literarios y de estudio, porque, además de narradora, también tiene ensayos de reflexión sobre la literatura», afirmó rotundo Víctor García de la Concha, entonces director de la Academia de la Lengua.

Un año más tarde llegó la sexta mujer a la RAE, Inés Fernández-Ordóñez, para ocupar el sillón «P». En esta ocasión, los académicos optaron por un perfil más técnico al elegir como compañera a una doctora en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en dialectología. Con su ingreso, la Academia parece abrir la puerta a la lengua fuera de la norma culta. «La estandarización que no esté basada en el uso no tiene posibilidad de prosperar», opinaba Fernández-Ordóñez en una entrevista para Jot Down. «Recomendar usos lingüísticos minoritarios que no están basados en el uso colectivo no tiene sentido».

Respecto a la cuestión de la presencia femenina en la RAE, la catedrática opinaba en otra entrevista: «El cambio es lento porque son cargos vitalicios. Pero me consta que existe una voluntad de renovación».

Tampoco cree la filóloga que el hecho del escaso número de mujeres en la Academia haya repercutido en dejar de lado ciertos aspectos lingüísticos que se hubieran tratado de otra manera si la presencia femenina hubiera sido mayor: «No creo que la ausencia o presencia femenina haya tenido o tenga repercusión en el tratamiento de cuestiones lingüísticas. Las mujeres aportarán a la Academia lo mismo que los hombres: su saber sobre la lengua y la literatura españolas. Muchas tienen méritos sobrados en esos campos, por lo que resulta difícil explicar por qué se ha demorado tanto su incorporación».

La octava mujer académica de número llegó en 2013 y ocupa el sillón «n». Es Carme Riera, novelista y ensayista ganadora de importantes galardones como el Premio Nacional de las Letras (2015). Riera escribe en catalán (es mallorquina y vive en Barcelona) y en castellano. «Para mí eso es un hecho natural: creo en catalán, que es mi lengua materna y luego lo traduzco, y hago no ficción en castellano y eso tiene que ver con lo maravillosa posibilidad de tener dos lenguas; soy, además, de las que me gusta tender puentes, nunca destruirlos», indicó la escritora en una entrevista concedida a El País cuando recibió el Premio Nacional de las Letras.

Como expresó Puértolas en su día, la mallorquina tampoco cree en las cuotas. «No estoy a favor de las cuotas porque tampoco me gustaría que algún día me dijeran que entré por ellas», decía en otra entrevista para El Mundo. Pero está convencida de que las mujeres tienen mucho que aportar, algo que la Academia ha sabido ver.

Riera es catedrática de Literatura en la Universidad Autónoma de Barcelona y en varias ocasiones ha expresado su convencimiento de que cada vez se habla peor. «Es necesario poder expresarse bien porque un mundo que se expresa mal no tiene buen futuro». En palabras de Pere Gimferrer, quien contestó a su discurso de ingreso en la Academia, Riera escribe en «castellano panhispánico».«Las lenguas son una especie de cristal con el que vemos el mundo, y yo puedo verlo en esos dos idiomas», afirmaba la académica.

Aurora Egido ocupa desde 2014 el sillón «B». La Academia optó en esta ocasión por otra licenciada y doctora en Filología Española por la Universidad de Barcelona y catedrática emérita de Literatura Española de la Universidad de Zaragoza. Egido es especialista en el siglo de oro español y ha llegado a la Academia, según sus propias palabras, para aprender, no para enseñar.

La filóloga es consciente de la escasa representación femenina en la institución, pero «eso se irá arreglando por la fuerza de la gravedad”, explicaba en La Razón con motivo de su nombramiento. «Es mejor que los méritos primen por encima de cualquier otra consideración y, como cada vez hay más mujeres que tienen muchos méritos, llegarán a la Academia y adonde sea».

Egido es una mujer discreta y humilde a pesar de sus enormes conocimientos y méritos. Quizá esté contagiada de la discreción que siempre defendía Baltasar Gracián, autor de El Criticón, a cuya figura dedicó su discurso de ingreso en la RAE. También se muestra una firme defensora de la pluralidad lingüística.«No sé cómo se ha convertido en problema algo que es una riqueza», decía en una entrevista de 2014 para Expansión. «Ojalá yo hubiera tenido una educación bilingüe como tienen los catalanes. Y digo catalán como digo gallego, euskera, alemán o chino… Gracián decía que “las lenguas son las llaves del mundo”. Así que cuantas más lenguas sepa uno, más puertas se le abrirán».

La última mujer en ingresar en la RAE ha sido, hasta la fecha, la poetisa, ensayista y traductora Clara Janés. Suyo es el sillón «U» y, por primera vez, a su discurso de ingreso contestó otra mujer, Soledad Puértolas. Un signo más, siendo optimistas, de la apertura de la institución a la mujer. No hay prisa, la Academia tiene sus tiempos. Eso es lo que parece desprenderse de las palabras de Jané en una entrevista realizada por Abc en mayo de 2015, cuando fue elegida académica (aunque no leería su discurso de ingreso hasta un año después). «Poco a poco, la RAE avanza en ese sentido. Creo que no hay más mujeres por los evidentes problemas técnicos. Pero a su ritmo, la Academia siempre acaba reflejando el latido de la calle».

Janés es hija del editor Josep Janés y desde muy pequeña tuvo acceso a un universo de libros. Es especialista en literatura oriental y aprendió checo enamorada de la poesía de Vladimir Holan, cuya obra también ha traducido y por la que obtuvo el Premio Nacional de Traducción en 1997. «Como traductora, siempre trabajo con las palabras. Me apasiona porque, gracias a ellas, una se da cuenta de la mentalidad humana. Y, como el lenguaje está vivo, una es testigo de las nuevas incorporaciones y de las dolencias entre cada vocablo», explicaba en El País en 2015.

Matute murió en 2014 y la fantasía pareció haber abandonado con ella los salones de la RAE. Dos años después de su muerte, Janés ha devuelto la poesía a la Academia, «esa misteriosa dama encargada de dar aliento y luz a la aridez de la vida y de dotarla de contrastes, complejidad y hondura, y que nos hace un extraordinario regalo, la intuición de la trascendencia», como explicaba Puértolas en su respuesta al discurso de ingreso de Janés.

La undécima mujer en ocupar un sillón en la RAE, el sillón «s», será Paz Battaner. De momento es sólo académica electa. Su incorporación oficial llegará en el momento en que pronuncie su discurso de toma de posesión para el que aún no hay fecha anunciada.

Battaner es filóloga y lexicógrafa, y se declara admiradora de María Moliner. Quizá con su elección en 2015 quede compensado de alguna manera el tremendo error de no haber admitido nunca a doña María como académica de la lengua.

Para esta lexicógrafa, son fundamentalmente las mujeres las que transmiten la lengua. Y afirma llegar a la Academia para aumentar la visión femenina sobre asuntos lingüísticos. «El Diccionario de María Moliner es un buen ejemplo de lo que pueden aportar las mujeres al conocimiento de la lengua; es cambiar la mirada», dijo a La Vanguardia hace un año.

Su llegada a la Academia aportará esa visión femenina al Diccionario con seguridad. Pero, aunque reivindica el papel de la mujer en la sociedad, no está de acuerdo, sin embargo, con el cansino uso diferenciado entre femenino y masculino. «Es una ridiculez», afirmaba sin pelos en la lengua en La Nueva España. «No es en la lengua donde se tiene que conseguir [la visibilidad de la mujer], es en la vida».

Hasta aquí la lista de mujeres académicas en la historia de la RAE. Hubo muchas otras que merecieron igualmente el honor de su ingreso. La ya mencionada María Moliner, Emilia Pardo Bazán, Rosa Chacel, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Concha Espina, Carmen Martín Gaite… Sin embargo, si bien es cierto que el número de académicas es muy inferior al de académicos, también hay que destacar el hecho de que la Academia parece haber abierto sus puertas a la mujer más en este último siglo que en toda su historia. No se trata de establecer cuotas de igualdad. Pero sí se trata de querer encontrar candidatas que ayuden a continuar con la labor de la institución: limpia, fija y da esplendor. Y opciones, afortunadamente, hay muchas.

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