Honduras: el origen del éxodo centroamericano
Image: REUTERS/Carlos Garcia Rawlins
San Pedro Sula, segunda ciudad de Honduras, sede de alguna de las grandes fortunas del país de apellidos sirio o libanés, pero también de los barrios más peligrosos del continente, sigue estupefacta ante la caravana que salió un miércoles de octubre de su estación de autobús. No por la sorpresa, sino por no haberse enterado a tiempo.
Cuando pasaron los noticieros y comenzaron a comentar en voz alta lo que al principio era un rumor, muchos descubrieron entonces la cantidad de gente conocida que viaja en la caravana que avanza por México: el joven que vendía películas pirata frente al bar Popeye, el taxista que estaciona junto a la catedral, el mesero que atendía Pacific... Otros, como Andrés Hernández, peluquero en una barbería cercana a la plaza central, lamentan no haberse enterado antes. Siente que se le escapó la mejor oportunidad de salir del país y conseguir papeles en México o Estados Unidos.
En 2009 un golpe de Estado en Honduras apartó de la presidencia a Manuel Zelaya, expulsado por la noche y en pijama a Costa Rica. Poco a poco el clamor popular se fue apagando y la derecha ganó dos elecciones más. Las últimas, hace un año, permitieron al presidente Juan Orlando Hernández reelegirse en el poder en medio de denuncias de fraude y fuertes protestas en la calle que dejaron decenas de muertos y heridos. Incluso la Organización de Estados Americanos (OEA) pidió nuevas elecciones. Nuevamente poco a poco los disturbios se fueron apagando y el candidato derrotado, Salvador Nasralla, accedía a sentarse en una mesa de diálogo con el mandatario.
En aquel remoto golpe de Estado mal cerrado de hace nueve años está gran parte de la raíz de un problema que se prolonga hoy, admite en la eucaristía de la catedral monseñor Ángel Garachana, Obispo de San Pedro Sula, poco antes de oficiar misa de seis. Durante su homilía, dedica unas palabras de aliento a los “hermanos migrantes que se enfrentan a los riesgos del camino”.
A la violencia y la pobreza, Honduras suma también la crisis política que vive y que ha tensado la situación de un país tradicionalmente pacífico, que se mantuvo relativamente ajeno a la violencia de las guerras centroamericanas en los años ochenta y noventa. Con nueve millones de habitantes, Honduras es también estos días un país humillado desde que ocupa las portadas de la prensa mundial porque miles de personas se han unido para caminar y gritar al mundo que no se puede vivir ni un día más ahí.
El presidente Juan Orlando Hernández, arrogante y habilidoso político, se ha dedicado desde entonces a recorrer las televisiones y los despachos de Washington señalando que la caravana de migrantes “está organizada por la izquierda radical”, y la sucursal de Nicolás Maduro en Honduras, que quiere desestabilizar su gobierno. Mientras tanto, los países vecinos, Guatemala y El Salvador, miran de reojo una crisis que les ha rozado pero que contiene los mismos ingredientes: violencia, pobreza e inestabilidad política.
El Gobierno de Hernández atribuye el origen de esta marcha que ha puesto nerviosos a cinco gobiernos a un hombre: Bartolo Fuentes. Según el Ejecutivo de Honduras este exdiputado de LIBRE —el partido de Zelaya— organizó por Facebook la marcha que puso a caminar hacia el Norte a más 7.000 personas. La policía se movilizó y el exdiputado fue detenido a los tres días de que esta arrancara y pocas horas después de que Trump lanzara su primer tuit. Sin embargo, para quienes caminan con los pies hinchados y el estómago vacío, el culpable es el hambre y la violencia.
Según la Iglesia hondureña en el último año, salen diariamente del país 300 personas. La diferencia es que antes lo hacían a oscuras y de forma clandestina y ahora juntos y a plena luz del día.
Aunque el país creció a un ritmo del 4,2 en 2017, seis de cada 10 personas viven en la pobreza y cuatro en la extrema pobreza y ni siquiera pueden comer una vez cada día. Sufre además la presión fiscal más alta de la región y las compañías de luz, agua y gas ejercen sin piedad estándares de cobro del primer mundo en un lugar con más de cinco millones de pobres.
“¿Usted cree que si recibiera un peso de Maduro, así andaría comiendo frijoles y arroz a diario?”, ironiza en un barrio de calles de tierra de las afueras de San Pedro Sula, Maribel Cantarero, esposa de Franklin, un albañil que hoy cumplirá 12 días a pie atravesando México. En barrios como este se suma la violencia que ejercen las pandillas y el pago del “impuesto de guerra”. Hasta el año 2016, Honduras era el único país del mundo con dos ciudades, San Pedro Sula y Tegucigalpa, en la clasificación de los cinco lugares más peligrosos del mundo, con 112 y 85 muertos cada 100.000 habitantes, respectivamente.
Aunque durante el Gobierno de Juan Orlando Hernández se ha reducido significativamente la violencia, esta mantiene ratios insoportables para cualquier mortal. ACNUR, la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados, señaló que en el último año aumento en un 1.000% las solicitudes de refugio de centroamericanos en México. Cada vez es más frecuente escuchar que los centroamericanos no emigran, huyen.
Paralelamente ha surgido un nuevo fenómeno: el orgullo de ser migrante. Los pobres han descubierto la fuerza de la miseria cuando se parece a Germinal y va unida con la cabeza alta. Durante los diez días de caravana a los hondureños se han unido espontáneos de Guatemala y El Salvador. A todos ellos, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, ofreció el viernes un plan de empleo, educación y sanidad siempre y cuando pasen por una oficina de migración. La dificultad está en que si algo llevan grabado a fuego quienes atraviesan México es que durante el camino hay que escapar de dos cosas: de Los Zetas y las autoridades mexicanas.
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