Los derechos humanos

Forensic Architecture: un estudio de arquitectura especializado en visualizar violaciones de derechos humanos

A man reads a newspaper as his friend looks at his mobile phone, as they sit next to collapsed houses on the outskirts of Kathmandu, Nepal, May 15, 2015.

Image: REUTERS/Ahmad Masood

Marta Martínez
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Los derechos humanos

Un edificio destruido por el ataque de un dron en Pakistán. El asesinato de un joven turco en un cibercafé alemán a manos de un grupo neonazi. Las pateras que salen de Libia rebosantes de refugiados y nunca llegan a su destino. Estos no son los temas que suelen colgar en las paredes del Instituto de Artes Contemporáneas de Londres (ICA), pero es lo que ocurre con el inclasificable trabajo de Forensic Architecure: ¿es arte? ¿Investigación de crímenes? ¿Visualización de datos?

Forensic Architecture es una rara avis que se define a sí misma como una agencia de investigación especializada en visualizar violaciones de derechos humanos cometidas por el Estado. Su objetivo es generar pruebas y estudios (en forma de vídeos, materiales interactivos, reconstrucciones digitales o visualizaciones de datos) para ser usados en juicios, comisiones de la verdad o informes de derechos humanos, entre otros espacios públicos, con la intención de exponer la verdad.

Image: Forensic Architecture/ Yorokobu

Entonces, ¿qué hace el trabajo de Forensic Architecture en un museo de arte, llegando incluso a estar nominado este año al Turner Prize, uno de los premios más prestigiosos de las artes visuales? Para el equipo de investigación, la admiración que ha llegado desde el ámbito de la cultura ha sido en gran parte una sorpresa. «Nosotros siempre priorizamos el uso de nuestro trabajo como evidencia, con un rigor casi clínico», explica Franc Camps Febrer, jefe de desarrollo de software de Forensic Architecture. «Pero comunicar información a través de lo visual tiene una dimensión estética, y eso ha resonado en el mundo artístico».

Forensic Architecture bebe de varias disciplinas culturales como el cine, el diseño o el periodismo, y ha revolucionado la investigación legal con su uso, a la vez creativo y crítico, de la tecnología. «Nuestro acercamiento a la tecnología es bastante escéptico», dice Camps. «Primero pensamos en el caso, y luego en qué tecnologías funcionarán mejor. Siempre priorizamos lo ético y lo político».

El espacio como testimonio

¿Y dónde queda la arquitectura en todo esto? Eyal Weizman, el fundador de Forensic Architecture, es un arquitecto israelí especializado en el estudio de las culturas espaciales y visuales y profesor en Goldsmiths, centro de la Universidad de Londres. Pero desde esa fundación se han unido al equipo cineastas, analistas, científicos, periodistas. De alguna forma, Weizman y su equipo interrogan los espacios físicos para saber exactamente qué ocurrió en un momento determinado y luego recrean esa narrativa con modelos digitales.

Hoy en día, la mayoría de guerras suceden en espacios urbanos, llenos de edificios pero también de cámaras y de ciudadanos con teléfonos móviles. Forensic Architecuture usa toda esa información (fotografías tomadas por satélites, grabaciones en vídeo, datos de localización por GPS, testimonios) para analizar todos los detalles de un lugar en un momento concreto (desde la sombra de las nubes hasta la curvatura de una calle) y luego devolver esos espacios destruidos a la vida (digital).

«Cuando ocurre un crimen, los instrumentos forenses suelen ser monopolio del Estado», reflexiona Camps. «De alguna manera, Forensic Architecture busca invertir esta dimensión del estudio forense», dice Camps.

Aquí y ahora

Lo que resulta especialmente interesante del trabajo de Forensic Architecture es su interés en obtener un impacto concreto, tangible: condenar a los criminales, obtener reparaciones para las víctimas, exponer las mentiras de los Gobiernos corruptos. Por eso sus investigaciones se concentran en actos recientes, como la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, México, o la tortura sistemática empleada por el Gobierno de Bashar al Assad en la prisión de Saydnaya, en Siria.

Camps estuvo muy implicado en el desarrollo del proyecto de Ayotzinapa, que se expone ahora en el ICA de Londres. Para esclarecer qué pasó exactamente la noche en que los 43 estudiantes desaparecieron, se basaron en las investigaciones que había llevado a cabo un grupo internacional de expertos legales y sus informes, noticias de prensa, fotografías, declaraciones de testimonios. Para el estudio colaboraron con socios locales, como la ONG Centro Prodh, y otros expertos como el Equipo Argentino de Antropología Forense.

La narración que salió a la luz a través del minucioso análisis de los datos contradice la versión de los hechos emitida por el Gobierno mexicano, e implica claramente a las fuerzas del orden en la desaparición de los estudiantes. Camps estuvo en la presentación de la investigación en Ciudad de México: «Ser invitados a formar parte de ese diálogo, poder aportar herramientas visuales para fortalecer esa otra narrativa y ver de cerca la batalla de los familiares, fue muy emotivo».

Está bien ser paranoicos con los datos

El reciente escándalo sobre la manipulación de los datos personales que llevó a cabo la consultora Cambridge Analytica para influenciar a los votantes del Brexit y las elecciones presidenciales en Estados Unidos, utilizando millones de perfiles de Facebook, nos ha vuelto a todos un poco paranoicos con los datos personales de nuestra vida digital. Camps opina que esa desconfianza no es mala.

Tras trabajar varios años en empresas de tecnología en Nueva York, Camps acabó «quemado del mundo start-up», de su falta de pensamiento crítico. Quería explorar formas creativas de usar los datos desligadas de su uso comercial. En Forensic Architecture encontró ese equilibrio.

«Ha habido un cambio de etapa en la percepción pública del papel que juegan las grandes empresas de tecnología», reflexiona Camps. «Tenían esta imagen muy positiva, prístina, y jugaban mucho con la idea del idealismo; de una manera que ahora nos damos cuenta de que era un poco perversa».

Las consecuencias legales de las acciones de estas grandes empresas están todavía por ver, pero por lo menos ahora parece que sus actos no pueden quedar impunes, opina Camps.

Image: Forensic Architecture/ Yorokobu

El tecnólogo ve en esta situación una oportunidad para que los ciudadanos sean más conscientes de las cosas que se pueden hacer con los datos, «tanto buenas como malas, tanto intrusivas como manipuladoras», y también para que reflexionemos sobre el papel de la sociedad civil en el uso y la creación de datos.

«Hasta ahora habíamos dejado por completo el monopolio del uso de los datos a las corporaciones y al mundo privado», explica Camps. «Quizá ya es hora de que desarrollemos herramientas para poder tener algo que decir». Camps admite que no tiene ni idea de qué aspecto tendrán esas herramientas.

Eso dependerá de todos nosotros.

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