Fundación ONU: Un nuevo camino para los sistemas alimentarios en la agenda de la COP30

Los líderes mundiales se reúnen en Belém, Brasil, para la conferencia climática COP30, donde los delegados estarán cara a cara con la Amazonía.

Símbolo global de riqueza natural y fragilidad, es un momento oportuno para enfrentar aquello que la destruye y alimenta la crisis climática: la deforestación. La apuesta es alta.

Si los líderes mundiales siguen mirando hacia otro lado y no abordan los factores clave detrás de su destrucción, tampoco lograrán cumplir los objetivos establecidos en el Acuerdo de París.

¿Saldrá la Amazonía de la COP30 como un símbolo de esperanza y acción o seguirá siendo una imagen inquietante de la crisis climática?

Si buscamos esperanza, necesitamos enfocarnos en la alimentación. La agricultura es la principal amenaza para la Amazonía y el mayor motor de la pérdida global de biodiversidad. El sistema alimentario aporta un tercio de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.

A pesar de ser un sector que puede ofrecer un triple beneficio para las personas, el planeta y la prosperidad —transformar los sistemas alimentarios podría generar 121 billones de dólares en crecimiento económico global para 2070—, la alimentación suele estar ausente en las negociaciones climáticas.

La Presidencia brasileña ha convertido los sistemas alimentarios en una de las seis prioridades de la COP, con iniciativas previstas para restaurar tierras degradadas por la agricultura y abordar el clima y el hambre. Los días temáticos dedicados a la alimentación y las comidas de origen sostenible son gestos simbólicos bienvenidos. Pero necesitamos más que simbolismos.

Hacer que los sistemas alimentarios sean más saludables, sostenibles y equitativos no es sencillo. La alimentación atraviesa ministerios y organismos de la ONU —de salud a comercio, de agricultura a seguridad nacional—.

El reciente logro de Brasil al salir del mapa del hambre de la ONU, cumpliendo la principal promesa de campaña del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, se alcanzó integrando y articulando políticas entre estas áreas.

Mostró al mundo que invertir en agricultores familiares y en políticas centradas en las personas, en lugar de una agricultura intensiva perjudicial, es el mejor camino para alimentar a las naciones. Sin embargo, la agricultura industrial sigue dominando en Brasil cuando se trata de exportaciones.

Aunque algunos países están avanzando, a escala global falta un paso crucial para lograr una acción conjunta en la transformación del sistema alimentario.

A diferencia del sector energético, no existe una hoja de ruta consensuada con políticas integradas que orienten a los países. En su lugar, contamos con un mosaico de objetivos voluntarios que genera un conjunto confuso de herramientas para guiar los planes nacionales y deja fuera áreas clave de cambio.

La hoja de ruta hermana, la de energía neta cero de la Agencia Internacional de Energía (AIE), fue decisiva para crear una visión global compartida, impulsar políticas nacionales y liberar inversiones en energías renovables. Necesitamos un equivalente para la alimentación.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha comenzado a trabajar en ello, pero deja fuera algunos sectores, como el de la ganadería. La ganadería es la mayor fuente de metano de origen humano.

Un estudio de Harvard con más de 200 expertos en clima y alimentación —más de la mitad autores del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático— encontró un consenso claro: los niveles de ganado deben reducirse un 61 % para 2036 para cumplir el Acuerdo de París.

Por eso, como parte de un conjunto de objetivos globales acordados sobre alimentación, necesitamos abordar la parte más “carnosa”, literalmente. Aunque la ganadería ocupa el 77 % de la tierra agrícola mundial y requiere enormes cantidades de agua, solo produce el 18 % de las calorías y el 37 % de la proteína total del mundo.

En la Fundación de la ONU trabajamos para impulsar la “diversificación de proteínas”, es decir, avanzar hacia proteínas alternativas como los alimentos de origen vegetal y reducir la dependencia de proteínas animales en las regiones con alto consumo.

Esto no solo es importante para la salud del planeta, sino también para nuestra salud y para los sistemas sanitarios. La última evidencia revisada por pares, la EAT-Lancet Commission 2.0, señala que una dieta “de salud planetaria” rica en plantas podría evitar 40.000 muertes prematuras al día en el mundo y reducir a la mitad las emisiones alimentarias para 2050.

Otro análisis de Zero Carbon Analytics muestra que los países de ingresos altos y alto consumo podrían ahorrar 28.000 millones de dólares al año si reducen en solo un 30 % las enfermedades asociadas a la carne roja y procesada.

La acción gubernamental es clave para la diversificación de proteínas. Como ocurrió con las energías renovables, se requiere una acción concertada de los Estados para ajustar las políticas y generar incentivos para la industria, como destacan estudios del Foro Económico Mundial.

Es fundamental que esta transición sea justa y no agrave la desigualdad. Trabajamos con gobiernos para promover un reequilibrio global y equitativo en cómo se producen, procesan y consumen las proteínas animales, vegetales y novedosas.

Un elemento central es asegurar que los actores del Sur Global y las comunidades marginadas participen desde el inicio. No solo como un imperativo ético, sino como una necesidad estratégica.

La alimentación está en el corazón de las crisis actuales, desde los conflictos y el aumento de los costos hasta el hambre y los impactos climáticos. La COP30 debe ir más allá de los objetivos de emisiones y pasar a la acción real sobre la alimentación y la naturaleza, reconociendo sus profundas conexiones y la oportunidad de reparar el sistema.

Bajo el liderazgo de Brasil y con el telón de fondo de la Amazonía, la COP30 establece el escenario para afrontar estos desafíos. Se espera que el Tropical Forest Forever Facility —un mecanismo financiero innovador en el que se paga a los países forestales para mantener sus bosques en pie— atraiga inversiones importantes.

El énfasis en la adaptación y la financiación también es fundamental para garantizar que las políticas y los fondos apoyen a los agricultores familiares, los pueblos indígenas y las comunidades locales. Estas medidas son muy necesarias y bienvenidas, pero, a menos que se aborden los problemas sistémicos, estas iniciativas están destinadas al fracaso.

También estaremos atentos a aquellos gobiernos que defiendan esta misión más allá de la COP30, comprometiéndose con objetivos específicos para reducir las emisiones del sector agrícola, apoyar a las industrias alimentarias en la diversificación de proteínas y permitir que la población acceda a dietas más sostenibles, saludables y asequibles.

Dinamarca ha mostrado liderazgo con su Acuerdo Trilateral Verde y la Estrategia para Proteínas Verdes, que integran a todos los sectores y al gobierno en su conjunto. Uno de los mayores exportadores de cerdo del mundo, ahora se está posicionando como líder en producción de alimentos vegetales, reuniendo a agricultores, industria y sociedad civil para cumplir los objetivos climáticos del país: una reducción del 70 % de las emisiones para 2030.

La estrategia proporciona un modelo de cómo los planes agroalimentarios ambiciosos pueden integrarse en los planes climáticos nacionales, acelerando la transición global hacia una producción de proteínas sostenible y equitativa.

Belém pondrá a prueba la determinación de los líderes mundiales. Si estar frente a la Amazonía y a las comunidades que dependen de ella y la protegen no es suficiente para impulsar la acción sobre los sistemas que la destruyen, ¿qué lo será? Brasil podría ser quien finalmente otorgue a la alimentación y la naturaleza el lugar que merecen en el corazón de la diplomacia climática.