Opinión

Educación y habilidades

¿Cómo debe ser la escuela del futuro?

Un aula vacía con el material de los alumnos sobre las mesas.

La escuela del futuro no se definirá por su lista de materias, sino por su sistema cultural y de creencias subyacente. Image: Unsplash/Nathan Cima

Conrad Hughes
Head of School, International School of Los Angeles
  • El futuro de la educación depende de cultivar una mentalidad y una cultura institucional estratégicas, no de replicar enfoques estrechos.
  • Las escuelas deben fomentar el pensamiento crítico, la diversidad cultural y el aprendizaje personalizado para preparar a los estudiantes para una realidad compleja.
  • Los educadores deben empoderar a los estudiantes con una mentalidad de innovación y una conciencia ética para salvar la brecha entre el presente y el futuro.

Como educador, con frecuencia me piden que haga predicciones sobre el futuro del sector, especialmente ahora que fuerzas tan poderosas como la inteligencia artificial están transformando radicalmente el trabajo y la sociedad. Con demasiada frecuencia, estas discusiones sobre la preparación para el futuro se convierten en debates técnicos y limitados sobre áreas del currículo, como la programación o habilidades específicas para la vida.

Creo que este enfoque pasa por alto lo esencial. La escuela del futuro no se definirá por su lista de materias, sino por su sistema cultural y de creencias subyacente. En otras palabras, para reflexionar sobre cómo serán las escuelas del mañana, los educadores debemos centrarnos en la mentalidad de nuestras instituciones actuales. Entonces, ¿qué deben abarcar exactamente ese espíritu y esa cultura? Creo que se debe priorizar los cuatro principios siguientes.

1. Celebrar y valorar la diversidad cultural y la empatía colectiva

Un enfoque que prioriza excesivamente el rendimiento —y que considera la cultura escolar como un mero trampolín para las ambiciones individuales— puede crear un entorno estéril y a veces tóxico y competitivo que no hará más que exacerbar la polarización social, el etnocentrismo y la xenofobia que observamos hoy en día en muchos países.

En cambio, los líderes escolares deben crear entornos propicios para el aprendizaje intercultural. Podemos lograrlo contratando a educadores que aporten perspectivas diferentes y rechacen los estereotipos, la crueldad social y la discriminación, y asegurándonos de que el currículo sea diverso y de alcance global, mientras se ancla a los estudiantes en las tradiciones y la historia de su país de acogida. Tenemos que crear rituales, eventos y momentos de aprendizaje, y articular discursos institucionales que nos hagan sentir orgullosos de nuestros orígenes mientras aprendemos de otras culturas.

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Cuando, a principios de la década de 1970, el psicólogo social Elliot Aronson ideó el método jigsaw (o rompecabezas)—una estrategia de aprendizaje cooperativo basada en la interdependencia de los alumnos y el aprendizaje entre pares—, lo hizo tras observar el entorno socialmente polarizado de las aulas, que no lograban una verdadera desegregación racial, ya que el énfasis no estaba en que los niños aprendieran unos de otros, sino unos contra otros, en competencia. Este modelo competitivo tradicional genera beneficios superficiales a corto plazo, pero a menudo contribuye poco a fomentar la compasión, la amistad y la apertura mental necesarias para un desarrollo humano más profundo a nivel individual, colectivo y público.

Esto no quiere decir que debamos simplificar el aprendizaje, porque eso es un verdadero veneno, especialmente a la hora de formar una ideología educativa. Simplemente significa que la solución tiene que ser inclusiva, respetando siempre la dignidad de los demás y enmarcando la noción de éxito en cuestiones de responsabilidad social y mentalidad internacional.

Esto se logra mediante eventos que articulen los imperativos morales fundamentales, participación de los estudiantes y los padres en festividades culturales centradas en el aprendizaje y estándares estrictos relacionados con la protección de todas las personas en el entorno educativo. La identidad de la escuela debe ser audaz e inquebrantable, articulando los objetivos superiores del aprendizaje para cultivar una mentalidad intrínsecamente global. El futuro debe ser una miríada de identidades culturales que interactúan, no una tercera cultura aburrida, políticamente correcta y, en última instancia, sin rasgos distintivos, sin especificidades ni tradiciones. La cooperación pacífica significa construir nuestro futuro juntos, no alejados unos de otros.

2. Desarrollar el pensamiento crítico a través del aprendizaje continuo y el debate

La escuela del futuro debe cultivar deliberadamente el pensamiento crítico como una habilidad fundamental. El aprendizaje debe ir más allá de la mera acumulación de datos y orientarse hacia el descubrimiento de la historia y la sociología de los conceptos, ya sea en matemáticas, ciencias, humanidades o artes. Este aprendizaje más profundo se logra mediante una participación continua basada en el debate.

Los estudiantes también deben comprometerse con las implicaciones éticas de los avances modernos. Por ejemplo, deben debatir activamente la filosofía que subyace a conceptos tecnológicos como la física cuántica, o utilizar la inteligencia artificial para generar respuestas y luego criticarlas en equipo. Es fundamental aprender al menos dos idiomas a fondo, no solo por los beneficios cognitivos del bilingüismo, sino porque abre la mente a diferentes conceptos y puntos de vista culturales.

El debate y la discusión en grupo deben ser fundamentales. Deben fomentarse actividades como el Modelo de las Naciones Unidas y las simulaciones de juicios, que enseñan a los estudiantes a utilizar el lenguaje de la diplomacia y el derecho internacionales. El liderazgo debe ampliar esta cultura de la crítica involucrando al personal en debates intelectualmente estimulantes sobre pedagogía, asuntos internacionales y psicología.

En un entorno global caracterizado por debates políticos excesivamente simplificados, discursos virulentos que fomentan la 'otredad' y estrategias populistas, la labor de fomentar la empatía y el pensamiento crítico nunca ha sido tan importante. Las instituciones educativas ya no pueden limitarse a emular los grandes estándares del debate; deben rescatar y modelar activamente cómo debe ser un discurso de alto nivel y discernimiento para la sociedad en general.

3. Centrarse en el aprendizaje de cada individuo

Es necesario enseñar a todo el personal escolar los principios de la educación para alumnos superdotados —no para crear "programas para superdotados" artificiales, sino para saber identificar los dones de todos los niños y cultivarlos para que se conviertan en talentos. Las escuelas deben comprender que la inquietud en el aula, la dificultad para concentrarse, el aislamiento e incluso el comportamiento antisocial son a menudo síntomas de talentos ignorados. Este tipo de comportamientos no son déficits y suelen darse cuando un niño tiene lo que a veces se denomina un perfil cognitivo "irregular", es decir, cuando tiene dificultades en algunas áreas, pero fortalezas igualmente importantes en otras.

No solo se debe equipar a todo el personal para que brinde apoyo personalizado y asistencia estructurada a los niños neurodivergentes, sino que también se debe enseñarles a identificar las fortalezas y capacidades en una variedad de ámbitos. Esto significa que los currículos deben ser amplios y abarcar las áreas académicas, los deportes, el espíritu emprendedor, el desarrollo de habilidades interpersonales e intrapersonales, las artes, el aprendizaje através del servicio comunitario y múltiples alfabetizaciones. Los sistemas de evaluación también deben ser inclusivos y amplios, alejándose del modelo industrial obsoleto que se está intensificando en las escuelas. El futuro del aprendizaje comienza ahora, ayudando a cada pájaro a volar y a cada estrella a brillar.

4. Hacer hincapié en una mentalidad de innovación

Si las escuelas quieren tender un puente entre el presente y el futuro, deben fomentar la innovación entre los estudiantes y los educadores. Tenemos que crear experiencias de aprendizaje que cultiven una mentalidad audaz y empoderada, y que impulsen la ideación creativa, sin dejar de enseñar la importancia de los guardarraíles éticos y sociales para la innovación.

La preparación para el futuro no consiste en adoptar ciegamente los últimos avances tecnológicos, sino que debe ser mucho más profunda y llegar al tipo de pensamiento visionario que deseamos que desarrollen los estudiantes. Una forma muy sencilla, pero enormemente eficaz, de hacerlo es a través de un ciclo de charlas de personas invitadas. Invitar a líderes, artistas y emprendedores a contar sus historias inspira directamente a los estudiantes a reflexionar sobre su propio camino futuro. La mentalidad innovadora nace simplemente colocando a los creadores de hoy frente a los autores del mañana y permitiéndoles compartir sus experiencias.

Crear hoy las escuelas del mañana

El futuro de la educación comienza hoy, en la forma en que concebimos nuestro enfoque del aprendizaje. No debemos centrarnos en crear nuevas materias del currículo ni en perseguir las últimas modas y tendencias educativas. Se trata más bien de una cuestión de comportamientos y de cómo los cambiamos. Los comportamientos cambian con un marco mental sólido y convincente, un sistema de creencias, una conversión interior.

La preparación para el futuro comienza con una creencia colectiva en nuestro potencial para alcanzar grandes logros, para luego sentar las bases que conectan el presente con el futuro. La escuela del futuro comienza en la mente, y comienza ahora.

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