La era de la interacción humano-robot está llegando. ¿Estamos preparados?

Para muchos de nosotros, los recuerdos del tiempo que pasamos con la familia y los amigos son muy valiosos, ya que definen nuestra personalidad y nuestra resiliencia ante los retos que nos plantea el mundo. Valoramos estas relaciones precisamente porque nos arriesgamos al permitir que otras personas entren en nuestro espacio personal y conozcan nuestros pensamientos más íntimos.

Hoy en día, el desafío consiste en considerar cómo los riesgos de interactuar con robots difieren de los riesgos de las relaciones entre seres humanos. ¿Cómo podría cambiar nuestros recuerdos la interacción con robots? Y, más concretamente, ¿cómo podría afectar nuestro crecimiento personal y nuestra forma de desenvolvernos en el mundo el papel que asignamos a los robots?

En este artículo, analizo algunos aspectos de cómo el riesgo que asumimos en las relaciones personales cambia en la interacción humano-robot, dadas las diferencias entre estos dos tipos de interacción. Estas diferencias incluyen, por ejemplo, nuevos matices en cuanto al engaño y la no reciprocidad de la interacción.

El objetivo no es enumerar estas diferencias en detalle, sino destacar algunos de los principales riesgos y preocupaciones que surgen.

La primera observación clave que quiero hacer es que nuestra reflexión debe basarse en una definición clara de los conceptos fundamentales. Esto es necesario, entre otras razones, porque la aceptación de la interacción humano-robot varía mucho entre las diferentes culturas. Además, y lo que es más importante, porque dicha interacción representa un desafío para nuestra propia comprensión de lo que significa ser humano.

En este caso, la "interacción humano-robot" se interpreta en el contexto de los robots sociales, no de los industriales. Los robots sociales son máquinas físicas autónomas (o semiautónomas) que interactúan y se comunican con los seres humanos imitando su comportamiento y su forma de comunicarse.

Estos robots pueden utilizarse en diferentes contextos, como la educación, el cuidado de niños, la asistencia sanitaria o la compañía, entendiendo que esta interacción siempre incluye alguna forma de comunicación interpersonal.

Un conjunto esencial de robots sociales son los denominados robots humanoides, que son robots diseñados para parecerse a los seres humanos. Esto plantea cuestiones de ética y de confianza en la tecnología. En algunos casos de uso, como los robots de cuidado para pacientes con problemas de salud mental y los robots de compañía sexual, existe un riesgo real de violación de los derechos humanos.

Además, la antropomorfización de los robots, es decir, el diseño deliberado de robots que despierten la empatía de los seres humanos, suscita la preocupación de que, si bien los robots "físicamente agradables" tienen potencialmente más probabilidades de alcanzar sus objetivos en un contexto social, simplemente por su apariencia, su uso y la interacción con ellos tienen posibles implicaciones en términos de manipulación.

La segunda observación clave es que debemos señalar los riesgos de la convergencia de los robots sociales y posibles agentes de IA con "capacidad moral".

El debate sobre la ética de las máquinas no se limita solo a si los sistemas de IA deben poder tomar decisiones en contextos moralmente delicados, sino también si se les debe permitir generar juicios de valor que puedan conducir a acciones directas, como en el caso de los robots de cuidado de personas mayores.

En estos debates surgen diversas preocupaciones éticas y relacionadas con los derechos humanos. Estas van desde los riesgos para el respeto y la promoción de la dignidad humana hasta las preocupaciones sobre transparencia y responsabilidad.

Una serie de problemas relacionados surgen al atribuir alguna forma de identidad personal a los robots sociales, especialmente en el contexto de los robots de compañía. Una de las preocupaciones en este contexto se refiere al riesgo de una protección insuficiente de la privacidad.

¿Debería un robot social con capacidad de aprendizaje automático almacenar los datos generados a partir de su interacción con "su" humano, de tal manera que se permita el intercambio con terceros o de tal manera que el robot desarrolle una "identidad"? Es probable que estas preocupaciones aumenten a medida que la robótica converge con una IA autónoma.

El tercer punto clave es la noción misma de lo que significa ser humano.

¿La interacción social con los robots influirá en cómo se definen los seres humanos? ¿Será esto algo bueno o malo? ¿Podría, además, contribuir a la "gentle singularity" (singularidad suave) —la noción de que la calidad de vida y la productividad humanas mejorarán enormemente gracias al progreso científico que permite la IA— de la que Sam Altman, CEO de OpenAI, escribió recientemente?

Una serie de preguntas afines se centran en si – y por qué, o por qué no – debemos proteger lo que entendemos actualmente por ser humano. Estas preguntas apuntan a profundos problemas filosóficos que datan de siglos atrás y que nunca han sido tan pertinentes como ahora.

Reflexionar sobre cómo los riesgos de la interacción humana difieren de los riesgos de la interacción humano-robot es esencial para que los seres humanos puedan prosperar junto con las tecnologías emergentes, como la robótica y la inteligencia artificial.

Aunque todavía estemos lejos de una adopción global de los robots sociales debido a nuestras limitaciones técnicas y económicas, a estas alturas ya deberíamos saber que un compromiso responsable con las tecnologías emergentes no consiste simplemente en garantizar políticas que sigan el ritmo de su avance. También se trata de garantizar un compromiso desde la base, sólido y con visión de futuro con la tecnología. Esto, a su vez, influirá automáticamente en su regulación y gobernanza.

Comprender y abordar los riesgos que plantea la interacción humano-robot es el primer paso hacia ese compromiso desde la base.