Cómo robots y humanos pueden compartir espacios públicos de manera segura

La navegación humana depende en gran medida de señales sociales y de la negociación. Instintivamente nos hacemos a un lado para alguien con muletas, despejamos el camino para los equipos de emergencia y nos desplazamos entre nosotros mediante lenguaje corporal sutil y contacto visual. Actualmente, los robots carecen de estos canales de comunicación, lo que plantea un desafío fundamental: ¿Cómo pueden los robots que operan en espacios públicos transmitir su nivel de prioridad a las personas que los rodean?

Los robots que operan en espacios públicos se conocen como robots móviles para áreas públicas (PMR, por sus siglas en inglés). A medida que cada vez más se despliegan en nuestras aceras, pasillos de hospitales y terminales de aeropuertos, la sociedad enfrenta un dilema: ¿cómo deberíamos determinar los derechos de paso para máquinas que operan en espacios humanos?

El enfoque predeterminado actual —que los robots siempre ceden el paso a los humanos, excepto al cruzar calles como peatones— resulta insuficiente al considerar el abanico de aplicaciones robóticas que están surgiendo en espacios públicos.

La conversación actual sobre los robots en las aceras suele centrarse en los dispositivos de reparto que transportan paquetes o comida. Pensemos en una silla de ruedas automatizada que se desplaza por una terminal de aeropuerto con un pasajero que no tiene control de la navegación. ¿Debería este dispositivo tener la misma prioridad que una silla de ruedas manual? La respuesta parece intuitivamente afirmativa, pero su implementación plantea complejas preguntas sobre la toma de decisiones algorítmica y su aplicación.

La complejidad aumenta cuando observamos los PMR que cumplen funciones críticas. Un robot que transporta suministros médicos de emergencia para un paciente cardíaco puede no poder esperar. Un perro guía robótico que asiste a una persona ciega necesita ciertos privilegios de navegación para garantizar la seguridad de su usuario. Un robot policial que responde a un incidente de seguridad puede requerir paso prioritario en espacios abarrotados. Cada escenario exige una comprensión matizada de los derechos de paso que trascienda el paradigma simplista de “los robots siempre ceden el paso”.

Los vehículos tradicionales en carretera señalan su prioridad con sirenas y luces intermitentes. Imaginemos a los robots de reparto utilizando sirenas o sonidos fuertes mientras circulan por un vecindario: la cacofonía sería insoportable. Sin embargo, sin señales claras, ¿cómo sabrían los peatones si un robot transporta una carga crítica en lugar del almuerzo de alguien?

Este desafío de comunicación exige soluciones innovadoras. Tal vez los robots prioritarios podrían emplear marcadores visuales distintivos —patrones de colores específicos o símbolos que lleguen a ser reconocidos universalmente—.

Señales auditivas sutiles, como el leve pitido de los semáforos peatonales, podrían indicar la proximidad de PMR prioritarios sin generar contaminación sonora. Aplicaciones móviles podrían alertar a peatones con dificultades de visión o audición sobre la presencia de un robot de alta prioridad en las cercanías. Quizás también resulten útiles las señales táctiles. Sea cual sea la solución, deberá equilibrar la efectividad con la necesidad de mantener espacios públicos habitables.

Programar los derechos de paso en sistemas robóticos implica traducir negociaciones sociales fluidas en decisiones algorítmicas rígidas. El sistema de navegación de un robot debe evaluar innumerables variables: ¿la persona que se acerca es mayor o tiene una discapacidad? ¿La carga del robot es sensible al tiempo? ¿Existen rutas alternativas disponibles? ¿Qué tan concurrido está el camino actual?

Los algoritmos que rigen el comportamiento de los PMR también deben contemplar casos límite y dilemas éticos. ¿Debería un robot que transporta suministros médicos arriesgarse a pasar muy cerca de un peatón si desviar su ruta retrasaría críticamente la entrega? ¿Cómo deberían priorizarse los robots al encontrarse entre sí: debería aplicarse una lógica de “primero en llegar, primero en pasar” o la criticidad de la carga debería determinar la precedencia?

Estas preguntas conllevan tanto cuestiones éticas y de habitabilidad como implicaciones prácticas para los diseñadores de sistemas.

A medida que aumenta la cantidad de PMR, las interacciones entre robots serán cada vez más frecuentes. A diferencia de los encuentros entre humanos y robots, estas interacciones podrían operar, en teoría, mediante comunicación digital directa, lo que permitiría negociar de forma instantánea los derechos de paso. Un protocolo estandarizado podría permitir que los robots transmitan sus niveles de prioridad, destinos y tipos de carga, facilitando así un flujo de tráfico más eficiente.

Sin embargo, este sistema de negociación digital plantea preocupaciones sobre manipulación y abuso. ¿Qué impediría a una empresa de logística programar a sus robots para exagerar su nivel de prioridad? ¿Cómo podría una autoridad de tránsito verificar que un robot que afirma transportar suministros médicos realmente lo esté haciendo?

Cualquier marco de derechos de paso debe priorizar la equidad y la accesibilidad. La comunidad con discapacidad, que ya enfrenta dificultades en los espacios públicos, no debería cargar con nuevas barreras impuestas por los sistemas robóticos. Las sillas de ruedas automatizadas y los robots de asistencia deberían gozar de los mismos derechos que sus equivalentes actuales. Además, las comunidades deben tener una participación significativa en la manera en que los PMR operan en sus espacios, para evitar escenarios en los que el despliegue tecnológico avance más rápido que la aceptación social.

La equidad socioeconómica también merece consideración. ¿Los servicios de robots prioritarios estarán disponibles solo para quienes puedan pagar servicios premium? ¿Cómo evitar un sistema de dos niveles en el que los más ricos sorteen la congestión peatonal gracias a robots prioritarios, mientras que los demás deben esperar? Estas preguntas requieren un desarrollo proactivo de políticas en lugar de una regulación meramente reactiva.

Abordar los derechos de paso de los PMR requiere atención a corto plazo, aunque su despliegue masivo aún pertenezca al futuro. Esperar hasta que ocurran incidentes críticos —hasta que alguien sufra porque un robot médico u otro servicio esencial no pudo desplazarse entre una multitud— representaría una falta de previsión.

Las fases iniciales podrían centrarse en establecer estándares de comunicación y probar métodos de señalización de prioridad en despliegues limitados. Las terminales de aeropuertos y los campus hospitalarios podrían servir como entornos de prueba donde poblaciones controladas aporten retroalimentación sobre diferentes enfoques. Estos primeros experimentos deberían incluir explícitamente a defensores de la discapacidad, urbanistas, especialistas en ética y comunidades afectadas en su diseño y evaluación.

Las fases posteriores podrían ampliarse a espacios públicos más amplios, afinando los protocolos a partir de la experiencia real. Los marcos regulatorios deben mantenerse lo suficientemente flexibles como para adaptarse al avance tecnológico sin comprometer los estándares de seguridad. La coordinación internacional será esencial, ya que es probable que los PMR y su programación crucen fronteras jurisdiccionales.

La cuestión de los derechos de paso de los PMR representa más que un desafío técnico: es una reimaginación fundamental de cómo compartimos los espacios públicos con sistemas autónomos.

El éxito requiere reconocer la complejidad de estas interacciones y, al mismo tiempo, comprometerse con soluciones inclusivas e iterativas. Debemos resistir la tentación de imponer reglas simplistas que no tengan en cuenta los diversos roles que los PMR desempeñarán en nuestras comunidades.

Iniciar esta conversación ahora, antes del despliegue masivo, ofrece la oportunidad de dar forma a una tecnología que sirva a las necesidades humanas en lugar de forzar a las personas a adaptarse a las limitaciones tecnológicas. A través de una planificación cuidadosa, la participación comunitaria y la iteración basada en la experiencia, podemos crear un marco que garantice que los PMR mejoren, en lugar de complicar, nuestros espacios compartidos.

La alternativa —esperar hasta que los problemas se vuelvan críticos— pone en riesgo tanto la seguridad de las personas como los beneficios potenciales que estas tecnologías podrían aportar. El momento de actuar es ahora, antes de la primera tragedia evitable.