Riesgos ocultos: qué podemos aprender del terremoto en Myanmar

El 28 de marzo de 2025, un potente terremoto de magnitud 7,7 sacudió el centro de Myanmar, causando una devastación generalizada en Mandalay, Sagaing y Naypyidaw. Miles de personas murieron, miles más resultaron heridas y la infraestructura vital quedó reducida a escombros.

La destrucción visible cuenta solo una parte de la historia.

Esto no fue solo un desastre natural. Fue un desastre agravado por años de problemas de fondo. Myanmar enfrenta inestabilidad política, su economía se ha contraído y la moneda local ha perdido valor, lo que ha erosionado los ingresos públicos y el acceso al crédito externo. El gobierno estaba financiando internamente el 80 % de su déficit presupuestario, reduciendo el margen fiscal para invertir en la reducción de riesgos a largo plazo.

Al mismo tiempo, la ayuda internacional cayó drásticamente en 2024, lo que obligó al Programa Mundial de Alimentos a recortar la asistencia alimentaria para más de un millón de personas, una señal de la caída del compromiso global y del debilitamiento de los colchones internacionales frente al riesgo.

El colapso físico tras el terremoto fue rápido y generalizado. Un edificio de 12 pisos se derrumbó en Mandalay. Aldeas enteras quedaron aplastadas en Sagaing. Un puente importante que conectaba Mandalay y Sagaing se vino abajo en el río Irrawaddy, cortando rutas de suministro críticas y retrasando las operaciones de rescate.

Parte de esta destrucción podría haberse evitado. Myanmar se encuentra sobre la falla sísmica activa de Sagaing. Los expertos habían advertido durante mucho tiempo sobre edificios e infraestructura débiles, especialmente en áreas urbanas de rápido crecimiento.

Aunque Myanmar introdujo un código nacional de construcción en 2012 y lo amplió en 2016, su aplicación real ha sido desigual, y ha empeorado por brechas de capacidad, personal de inspección limitado y programas de refuerzo estructural con financiamiento insuficiente.

Muchas personas en el país viven en asentamientos informales, construidos de manera rápida y económica, a menudo sin inspecciones adecuadas. Con poco acceso a financiamiento hipotecario, préstamos o apoyo gubernamental para hacer sus viviendas más seguras, estas comunidades quedaron altamente expuestas. La reducción del riesgo en estas áreas depende tanto de microfinanzas y mejoras basadas en la comunidad como de las políticas nacionales.

El terremoto también golpeó con fuerza al sistema de salud de Myanmar. Al menos tres hospitales fueron destruidos. Uno de los mayores hospitales de Mandalay (con 1.000 camas) tuvo que ser evacuado. Los equipos médicos se vieron obligados a atender a los pacientes al aire libre bajo carpas, con escasez crítica de suministros para trauma y medicamentos esenciales.

Sin embargo, incluso antes del terremoto, el sistema de salud ya estaba en dificultades. Menos del 3 % del presupuesto nacional de Myanmar se destina a la atención sanitaria. Alrededor del 70 % de todos los gastos de salud los asumen directamente los individuos. El único seguro social de salud del país cubre a menos del 2 % de la población.

Tras el sismo, esto significó que las familias tuvieron que pagar de su bolsillo cirugías, medicamentos y cuidados a largo plazo. Para los hogares de bajos ingresos, estos costos eran a menudo imposibles de asumir, aumentando la deuda y retrasando la recuperación.

A la situación se sumaban crecientes riesgos de salud pública. Los refugios temporales superpoblados aumentaban el riesgo de brotes de enfermedades. La Organización Mundial de la Salud advirtió sobre posibles brotes de cólera y enfermedades transmitidas por el agua, junto con enfermedades transmitidas por vectores, agravadas por el calor extremo y las lluvias estacionales.

Uno de los efectos más tristes del terremoto fue también uno de los menos visibles. Muchas familias perdieron a sus principales proveedores de ingresos, dejando a sus seres queridos sin recursos económicos.

En Myanmar, casi nadie tiene seguro de vida. Se estima que la penetración del seguro es inferior al 0,1 % del PIB y no existe un sistema formal de compensación para los sobrevivientes tras los desastres. Sin un mecanismo que apoye a las familias después de una pérdida de este tipo, muchas se quedan sin nada. Algunas pueden retirar a sus hijos de la escuela, saltarse comidas o tomar préstamos arriesgados, quedando atrapadas en la pobreza por generaciones.

De esta manera, un solo terremoto actúa como un multiplicador: afectando no solo edificios y cuerpos, sino también el rumbo de familias enteras.

Este terremoto mostró que los mayores problemas no son solo los edificios que se caen o las carreteras rotas. Tampoco se trata únicamente de seguros o cobertura para la recuperación. Fue una convergencia de factores de riesgo sistémicos:

Estos factores de riesgo están interconectados. El colapso de hospitales aumenta la mortalidad. La falta de cobertura sanitaria retrasa los tratamientos. Las familias sin apoyo económico o seguros caen en la pobreza. Y sin financiamiento preestablecido para desastres, los gobiernos tienen dificultades para coordinar la recuperación a gran escala. Cuando estos factores se superponen, un desastre se transforma en una crisis que afecta todos los aspectos de la vida.

La experiencia de Myanmar ilustra que los impactos de un solo evento de riesgo de desastre pueden abarcar los tres niveles de medidas de gestión de desastres: reducción de riesgos, seguros y protección social, y financiamiento fiscal del riesgo. Los impactos también pueden abarcar otros riesgos, en este caso, la salud y la mortalidad.

Lo que se necesita no es simplemente una mejor respuesta ante desastres, sino un enfoque integrado que abarque todos los tipos de riesgo y todas las categorías de soluciones, para garantizar que los impactos de un desastre extremo no se sientan durante generaciones.Construir resiliencia en estos contextos requiere coordinación entre sectores:

El objetivo no es eliminar el riesgo, sino garantizar que no se transforme en sufrimiento y pobreza evitables.

Organizaciones como la Global-Asia Insurance Partnership (GAIP) apoyan a los gobiernos con un marco práctico para adoptar un enfoque integral y holístico frente a los riesgos y la resiliencia.

También están desarrollando una plataforma que permitirá a los gobiernos tener una visión completa de sus exposiciones a riesgos múltiples, incluidos terremotos, inundaciones, pandemias, mortalidad, salud y más. La plataforma también mostrará qué medidas o instrumentos de gestión de riesgos se pueden utilizar para afrontarlos. Esto podría orientar estrategias, planes de acción, prioridades e inversiones.

El terremoto en Myanmar envió una señal clara: cuando los problemas de fondo se ignoran, los desastres pueden hacer mucho más que destruir edificios. Pueden destrozar vidas, familias y sistemas enteros.

Ante los riesgos crecientes y los rápidos desarrollos y cambios que enfrentamos, construir resiliencia no puede ser algo secundario. Debe formar parte de todo lo que hacemos —y centrarse en quienes están en mayor riesgo.