Por qué tenemos las mejores ideas en la ducha
La ducha o la pausa que elijamos es como un proceso de incubación de ideas. Image: Pexels
Un día, Arquímedes se metió en la bañera y, al ver cómo el agua subía cuando su cuerpo se sumergía en ella, encontró de pronto la solución al problema que llevaba un tiempo queriendo solucionar. Gritó «¡eureka!» y se fue corriendo desnudo por las calles de Siracusa.
Que una de las ideas más famosas de la historia haya ocurrido mientras su protagonista hacía algo tan mundano como bañarse quizá no sea cierto –el primero que describió el episodio fue Marco Vitruvio, 200 años después de que ocurriera–, pero es afortunado. Y es muy fácil creerlo: todos hemos tenido pequeñas o grandes epifanías bajo el chorro de la ducha.
Si nos creemos la historia, Arquímedes no habría podido resolver su problema –cómo saber si una corona de oro había sido rebajada con plata– duchándose, porque ahí no vemos cómo sube el agua al entrar en la bañera, pero hay un detalle muy importante que su situación tiene en común con esas ideazas que se nos ocurren a nosotros mientras nos enjabonamos: llegan de improviso, mientras pensamos en otra cosa o no pensamos en nada.
Esta es una de las explicaciones que da la ciencia a por qué la ducha estimula tanto nuestra creatividad y capacidad de resolución de problemas. Uno de los ingredientes básicos de la creatividad es la distracción, no pensar en eso a lo que llevamos todo el día dándole vueltas, apagar la concentración y dejar que nuestra mente vague libremente.
Pero no vale con sentarse y no hacer nada: según un estudio cuyos resultados se publicaron en la revista Psychological Science, hacer un descanso en el que nos dediquemos a una tarea fácil y casi automática mejora el rendimiento en una tarea creativa posterior. Por eso las pausas para fregar los platos suelen ser también muy productivas.
Aquí es clave haber pensado en el tema antes: la ducha o la pausa que elijamos es como un proceso de incubación de ideas. Mientras nos lavamos, nuestro cerebro se dedica a combinar conceptos e ideas y situaciones casi como un juego. Y de esas asociaciones que bloquearíamos si estuviésemos concentrados pensando en el tema nace muchas veces la solución que se nos escapaba.
Hay dos elementos más que colocan a nuestro cerebro en estado creativo: la dopamina y la relajación. Ambos, además, están muy relacionados. Según la neurocientífica Alice Doherty, cuando nuestro cuerpo libera dopamina –al hacer algo que consideramos beneficioso–, no solo sentimos placer, sino que nos volvemos más creativos (la dopamina está muy relacionada con la motivación también). Además, nos relajamos, otra cosa que nos lleva a esos momentos en los que gritaríamos «¡eureka!» como Arquímedes.
En la ducha, desconectamos del mundo exterior. Aunque entremos preocupados y pensando en algo a lo que no encontramos solución, el agua caliente y la facilidad y automatismo de la tarea que tenemos entre manos nos distrae y hace que nos sintamos mejor. Una ducha es la solución a muchos males: nos reconforta cuando estamos en la recta final de una gripe, nos hace olvidarnos un poco del estrés del día, nos renueva. Y también nos relaja.
La mente relajada tiende a olvidarse de lo externo y volcarse en sí misma. En su libro Rest: Why You Get More Done When You Work Less, el investigador Alex Soojung-Kim Pang asegura que esa relajación hace que la mente, como cuando estamos distraídos, se dedique a probar distintas combinaciones de ideas. Esto lo hace el subconsciente, pero cuando llega a una combinación prometedora la lanza a la superficie y el sujeto, que estaba tan tranquilo frotándose la cabeza, tiene de pronto la gran idea.
Todo esto explica por qué la ducha inspira epifanías, pero también que tengamos grandes ideas dando un paseo o fregando los platos (sí, sí, aquí también producimos dopamina). Hasta aquí, cualquiera de estas actividades sirve como generadora de soluciones creativas. La ducha, no obstante, tiene aún un as escondido en la manga: la hora a la que nos la damos.
Como sabe cualquiera que se haya forzado a estar despierto cuando en realidad se está cayendo de sueño, cuando estamos despiertos pero dormidos entramos en un estado en el que decimos cosas muy raras y se nos ocurren las ideas más peregrinas. Son muchos estudios los que relacionan el cansancio con la creatividad. De hecho, el cerebro en plena creación (esto se midió viendo los cerebros de raperos en plena improvisación free-style) es muy similar al cerebro dormido: las áreas que se ocupan de las funciones ejecutivas y la toma de decisiones están inactivas y las que se ocupan de aprender asociaciones entre contexto, eventos y respuestas emocionales, especialmente activas.
La ducha en sí misma no nos coloca en ese estado semidormido, pero muchas veces entramos así en ella. Por la mañana, porque estamos recién salidos de la cama y medio groguis cuando abrimos el grifo con los párpados aún pegados por las legañas. Si nos duchamos antes de acostarnos, estamos ya cansados y el agua caliente ayuda a que nos relajemos aún más y salgamos del baño ya buscando las sábanas.
Un problema de esas grandes revelaciones que tenemos en plena ducha es que a veces son también efímeros. Iluminan todo nuestro cerebro durante un instante en el que lo vemos todo claro, pero después se van como un sueño que no logramos recordar. Para todo el que ve que sus ideas son como el agua de la ducha, que aparecen y lo envuelven, pero después se van por el sumidero, hay un producto definitivo: blocs de notas water proof con una ventosa para pegar en el azulejo. Que ni una epifanía más se escape por el desagüe.
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