Los salarios de la clase media no suben (e incluso bajan), y las razones no son nada buenas
Image: REUTERS/Eloisa Lopez
Los trabajadores, especialmente los más jóvenes, están hastiados de oír que son la generación más preparada de la Historia, pero no ven que ello se refleje ni de lejos en sus muchas veces raquíticos salarios.
El hecho es que ya no es sólo el salario de por sí, sino que además asisten atónitos a cómo se ha roto con la tendencia natural tradicional por la que, cuando el desempleo bajaba y el mercado laboral se tensionaba, los salarios subían. Ahora ya no es así desde hace varios años, y debemos ser conscientes de que no es que vivamos en la era de los trabajos de baja cualificación, sino que vivimos en la era de los salarios bajos: quieren (y tienen) “los duros a cuatro pesetas”.
Efectivamente, los economistas ven ahora cómo el nivel de desempleo por ejemplo en Estados Unidos se sitúa en un escaso 4%, pero sin embargo los salarios vienen manteniendo una eterna letanía, por la que no arrancan al alza (en términos reales), cuando en otros ciclos económicos hace trimestres que ya lo habrían hecho.
Como bien explicaba The Guardian hace unos días, aquí no vale el clásico razonamiento de que los salarios suben sólo si también lo hace la productividad. Realmente ésta era la tónica habitual hasta hace unas décadas, durante la época que va desde el fin de la Segunda Guerra Mundial a principios de los años 80: productividad y salarios sí que mostraban una fuerte correlación.
Pero desde entonces las cosas ya no han vuelto a ser iguales, y los salarios han emprendido la senda de la atonía (o incluso descenso en amplios grupos de población laboral), que hoy por hoy ya puede ser calificada de auténtica letanía. De hecho, una nueva investigación del Instituto para Política Económica ha arrojado la reveladora estadística de que, desde 1970 hasta la actualidad, la productividad se ha incrementado un contundente 73.7%, mientras que los salarios (descontada la inflación) lo han hecho un raquítico 12.3%. Y la parálisis salarial sólo se vuelve más severa conforme pasa el tiempo, con datos que revelan que en 2018 el salario real del sector privado de EEUU no creció en absoluto, algo especialmente revelador en un contexto de crecimiento económico como el del año pasado.
Como comentaba The Guardian, hay otra importante correlación tradicional en torno a los sueldos que también ha quedado rota. Se trata de que, hasta hace unas décadas, cuando los salarios subían, lo hacía también la bolsa. Hoy por hoy ocurre lo contrario, y hace unas semanas ya asistimos a cómo los mercados de EEUU se dieron una zambullida por el simple hecho de quesalieron unos datos en Febrero que revelaban que, por fin, los salarios parecía que estaban revitalizándose. El terror a la inflación (y a la subida de los tipos de interés) arraigó por unas horas fuertemente entre los operadores bursátiles.
Finalmente, los mercados recuperaron la calma cuando se supo que, en realidad, ese incremento salarial resultó no serlo en mediana, sino tan sólo en una media que ocultaba que los que habían tenido esas subidas salariales eran precisamente los que mayores salarios tienen ya. Lo nunca visto: esto es un divorcio contra-natura entre Wall Street y Main Street.
Es la pregunta del millón de dólares (valga la paradoja por el tema) para todo economista. Se han escrito ríos de tinta para poder dilucidar qué está ocurriendo en los mercados laborales para que los salarios no tengan ningún brío, con las evidentes consecuencias macroeconómicas que ello implica en el largo plazo. Pero si algo tiene de bueno el capitalismo (cuando se basa en instituciones económicas “independientes”) son sus cifras. Generalmente, y para la mayoría de las incógnitas económicas, para saber la verdad hay simplemente que esperar y ver (aparte de hacer un análisis correcto, claro está).
Así ha sido también para el tema de los salarios anémicos, pero antes de pasar a los datos, vayamos con los razonamientos, porque algunos de ellos son perversos (según la lógica matemática) como podrán observar. Uno de esos argumentos perversos, que desmontaba Business Insider y que está muy extendido, es que los salarios no suben porque los empleadores no encuentran en el mercado las capacidades que buscan. Cualquier técnico de Recursos Humanos sabe perfectamente que, si buscan un perfil que necesitan sí o sí, y los candidatos que han postulado no se adaptan a sus expectativas, lo que hace la empresa generalmente es subir la retribución. Si eso ocurriese, estaríamos viendo el “teórico” buen funcionamiento de los mecanismos del libre mercado aplicados al mercado laboral.
En realidad, esto sí que ha ocurrido en algunos submercados laborales, como por ejemplo en el de la Inteligencia Artifical (IA), según les analizamos hace unos meses. Pero no ha ocurrido así en (prácticamente) todo el resto de los rincones del mercado laboral, ni tampoco en el plano más general de éste. La explicación de esta anomalía en la letanía muy probablemente está en que la IA es percibida como algo tan estratégico por las empresas para su futuro, que han roto todas las reglas en su ambición natural por competir desaforadamente a la hora de captar a los mejores profesionales en ese campo.
Ahora bien, no correrán la misma suerte otros perfiles (la práctica totalidad del mercado) con una proyección que no esté tan ligada a una “fiebre del oro”, por muchas capacidades que aporten para el puesto al que optan. La demostración estadística de que esto es así viene del hecho de que, como apuntaba Business Insider, los directores de RRHH que se quejan de que no encuentran las capacidades que necesitan, afirman que éstas son capacidades en informática y matemáticas. La realidad es que, si bien esas carreras están viendo récords en mínimos de desempleo, lo cierto es que sus salarios presentan igualmente un incremento raquítico: del 1% en 2018. Va a ser cierto eso de que el mercado ya no recompensa mejor a los más demandados (salvo anomalías que confirman la nueva regla).
Todo apunta a que, obviamente, “en el amor y en la guerra todo vale”, y la anomalía se limita a que, allá donde las empresas, en vez de unirse, compiten desplegando toda su agresividad laboral, prende una solitaria llama de incremento salarial. Hoy por hoy, esto ha pasado en muy pocos casos y con una fuerte componente estratégica para el futuro de las empresas, pero ocurrir ha ocurrido.
En todo caso, salvo para perfiles hiper-especializados y sobrecalentados como los de IA, con una carestía connatural al progreso exponencial y a la lentitud del sistema educativo, cuando una empresa se queja de que no encuentra en el mercado perfiles adecuados, está reconociendo implícitamente que ha decidido de forma premeditada no subir la retribución que ofrece. Esto es especialmente evidente en el entorno de una economía donde los beneficios empresariales siguen creciendo fuertes, pero no así los sueldos.
De hecho, esos beneficios siguen manteniéndose elevados, representando un porcentaje históricamente alto de los ingresos corporativos. Si no suben los salarios en este contexto tan propicio para ello es literalmente porque no quieren, algo especialmente probable en un mercado laboral en el que además un reciente estudio del Roosevelt Institute revela que actualmente hay una alta tasa de concentración en la oferta laboral. Este estudio además aporta datos reveladores, que permiten concluir que esa concentración laboral está influyendo fuertemente en mantener los salarios sin los incrementos que el contexto actual crecimiento económico actual justificaría.
Es lo que se conoce hoy en día por “monopsony”, y trae la citada tasa de concentración laboral que en otros mercados del sistema capitalista ya habría justificado la intervención de las todopoderosas autoridades anti-monopolio. Siendo esto así, efectivamente, es un motivo más (y muy coherente) por el que el mercado laboral no está funcionando lo eficientemente que debiera, puesto que la manipulación de los precios (salarios) es mucho más sencilla en un escenario de concentración de la oferta laboral.
Pero este análisis no puede mantenerse estrictamente en el ámbito de la microeconomía casi doméstica, y en los efectos que los salarios que no crecen están teniendo sobre los trabajadores y su capacidad económica familiar. En realidad, los efectos ya están yendo mucho más allá, y no sólo se reflejan en las cifras macroeconómicas de unas retribuciones de la clase media que no crecen en conjunto. De hecho, hay ya numerosos sectores que están sufriendo efectos dramáticos a causa de esos salarios que parecen querer mantenerse bajos indefinidamente.
Así lo ha revelado Bloomberg recientemente con un análisis, que tomaba por caso de estudio tres sectores caracterizados por su sostenidamente baja retribución: construcción, transporte por carretera de largo radio, y guarderías. Y no va la cosa simplemente de los efectos nocivos derivados de forzar a que no haya subidas salariales. El tema es más grave, con el claro perjuicio macroeconómico de una penalización evidente en coste de oportunidad y con un crecimiento económico perdido y por debajo de su potencial, todo como consecuencia de esos salarios artificialmente bajos. Así se lo analizamos en el artículo “En Seattle han subido el salario mínimo, y no se aclaran sobre el porqué no ha perjudicado a la economía”.
Y ya hay académicos de renombre que abogan por las mismas tesis que desde hace años les venimos concluyendo desde estas líneas. Es el caso de Richard Florida, el coautor del artículo de investigación económica de la Reserva Federal de Nueva York que llevaba por título “¿Pueden los trabajadores con sueldos bajos conseguir mejores trabajos?”.
El contexto en el que Florida ha llegado a su conclusión es un contexto en el que, como publicaba CBS News, el sector laboral de los salarios bajos ya supone un porcentaje muy importante de la economía estadounidense, tras nueve años desde el inicio de la Gran Recesión. Ésta ha hecho que, desde entonces, el sector de bajos sueldos terciarios haya sido el sector económico-laboral que ha crecido más rápidamente. Pero, además, este bajo rango salarial ha disparado su peso en la economía de ese todopoderoso sector servicios, hasta convertirse en el sector económico-laboral de mayor peso en el conjunto de la economía nacional.
Así, como informaba la CBS News, Florida ha llegado a afirmar contundentemente que, para revertir la dañina tendencia de la polarización económica, se necesita hacer un “upgrade” de los rangos laborales del extremo más inferior. De hecho, llegó a concluir en otro artículo de investigación que el único modo de crear un amplio número de trabajos que permitan mantener una familia es reconstruir la clase media, y que esto sólo puede hacerse realizando ese “upgrade” de esos trabajos más precarios y con menores salarios del sector servicios, cuyas condiciones laborales cada vez se degradan más.
De no hacerlo, lo más probable es que algún día ese divorcio entre Wall Street y Main Street del que hablábamos antes lo acabemos pagando todos muy caro. El capitalismo ya no puede sobrevivir como tal sin su apellido “popular”: es precisamente una clase media amplia y acomodada lo que da estabilidad al sistema, y le imprime una prosperidad sostenible en el tiempo (que además resulta así ser para -casi- todos).
Así ha sido de hecho durante la época dorada del capitalismo en el siglo XX, aquella que llegó cuando se disipó el olor a muerte de la fatídica Segunda Guerra Mundial. No debemos volver a cometer los mismos terribles errores del pasado, porque no se puede olvidar que sólo fue tras aquel sufrimiento extremo de la sociedad, cuando las élites político-económicas ya llegaron en su momento a la conclusión de hoy. Y es que esa clase media amplia y acomodada era absolutamente necesaria para evitar que se volviesen a repetir aquellos macabros desastres. No sé por qué ahora vamos a reinventar la rueda (de la muerte), y encima algunos creer que van a salir indemnes de lo que pueda traer de nuevo: en esta ocasión, tampoco nadie estará a salvo de un sufrimiento socioeconómico de aquel calibre. Nadie.
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Leila Takayama
13 de diciembre de 2024