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¿Y si desaparece el dinero?

Venezuela's President Nicolas Maduro speaks during the kick-off event for the international trading of Petro, the cryptocurrency developed by the Venezuelan government, in Caracas, Venezuela October 1, 2018.

Image: REUTERS/Carlos Garcia Rawlins

Moisés Naím
Distinguished Fellow, Carnegie Endowment for International Peace

¿Qué va a pasar con el dinero? Hasta hace poco la posibilidad de que billetes y monedas dejaran de ser necesarios era un tema de las películas de ciencia ficción. Hoy es una realidad. En algunos países el dinero, tal como lo hemos conocido hasta ahora, es cada vez menos utilizado. Las billeteras de siempre han sido sustituidas por los ubicuos teléfonos inteligentes y el papel de los billetes y los metales de las monedas han sido reemplazados por los ceros y unos de los mensajes digitales.

En Suecia, por ejemplo, el 93% de las transacciones hoy se hacen a través de transferencias electrónicas directas, usando una aplicación digital llamada Swish. Esta aplicación incluso permite transferir pequeñas sumas entre individuos de manera instantánea y a muy bajo costo. Y no son solo los prósperos y tecnológicos suecos los que funcionan cada vez más sin usar dinero “antiguo”. China, Kenia, Tanzania, Bangladesh e India también han logrado enormes avances en el uso de pagos electrónicos a través de los teléfonos móviles. Crecientemente, el uso del efectivo se está haciendo anacrónico: depender de papelitos de colores como medio de pago no parece una práctica con mucho futuro.

Para los Gobiernos las ventajas del uso generalizado de tecnologías como Swish son obvias: toda transacción queda registrada y puede ser conocida por otros, especialmente por las autoridades. Para quienes blanquean capitales, evaden impuestos, trafican con drogas o financian a terroristas, las huellas que quedan de las transacciones con dinero digital son un problema. En cambio, para los hackers que saben cómo entrar en una cuenta y transferir los fondos allí depositados a otro propietario, las nuevas tecnologías abren inmensas oportunidades.

Las llamadas criptomonedas, por ejemplo, presentan retos inéditos. Estas monedas virtuales (o activos digitales) son complejos algoritmos encriptados que pueden ser usados como instrumentos de pago y que, además, verifican y garantizan la transferencia de los fondos. La criptomoneda más usada es la famosa bitcoin, aunque existen más de 2.000 y su número sigue creciendo.

En el siglo XXI será más común encontrar billetes y monedas en los museos que en nuestros bolsillos.

La característica más trasformadora de estas monedas es que, salvo algunas excepciones fraudulentas, los Gobiernos y sus bancos centrales nada tienen que ver con su creación y uso. Otra característica importante es que las transacciones con criptomonedas pueden ser realizadas anónimamente. Las tecnologías digitales e Internet facilitan la posibilidad de actuar anónimamente en muchos ámbitos (en los negocios, el romance, el crimen o el terrorismo). Así, al mismo tiempo que algunas nuevas tecnológicas dificultan el anonimato, otras son deliberadamente diseñadas para garantizarlo.

Un ejemplo de esto es ZCash, una criptomoneda que promete hacer todo lo que hace el efectivo, el cash, solo que en forma virtual... y anónima. Usando complejísimos mecanismos criptográficos, ZCash ofrece absoluta privacidad sobre la cadena de transacciones en las que se usan sus “monedas”. Cuando usted recibe un billete de 100 dólares no hay forma de saber quién, o quiénes, lo tuvieron antes, ni quién lo tendrá después. ZCash promete lo mismo: el anonimato de toda la cadena de usuarios de sus criptomonedas.

Naturalmente, a los Gobiernos no les gusta esto, pero a ZCash tampoco le gustan los Gobiernos. Como muchos criptoactivos, este ha sido desarrollado por una comunidad de programadores libertarios hostiles a los controles gubernamentales. Los Gobiernos tienen razón en estar alarmados ya que el potencial desestabilizador de plataformas como ZCash es ilimitado. Para un traficante, transportar 10 millones de dólares en billetes a través de aduanas y aeropuertos es tan complicado logísticamente como legalmente arriesgado. En cambio, con ZCash se puede transferir cualquier suma, a cualquier hora y hacia cualquier destino instantáneamente, y sin usar engorrosos maletines llenos de papel moneda. Y sin que se conozca la identidad de los participantes en esa transacción.

Los Gobiernos han comenzado lentamente a entender los desafíos que implican nuevas tecnologías como ZCash. La gran ventaja que siguen teniendo las autoridades es que controlan la llamada “rampa de salida de la criptoautopista”. Dado que el número de negocios que aceptan pagos en criptomonedas es todavía relativamente reducido, para gastar las monedas virtuales es con frecuencia necesario cambiarlas por alguna de las monedas tradicionales, es decir, aquellas emitidas por Gobiernos. Esto les da a esos Gobiernos la posibilidad de controlar esa rampa de salida.

Es arriesgado suponer que esto continuará así indefinidamente. Hoy ya existen en todo el mundo más de 100.000 negocios virtuales que aceptan criptoactivos como forma de pago y este número seguirá creciendo aceleradamente. Es perfectamente imaginable que, en unos años, se pueda pagar con ZCash un automóvil, un viaje o una casa.

Aún no sabemos si el futuro le pertenece a tecnologías de la transparencia como Swish o a las opacas como ZCash. Lo más probable es que lo compartan, dependiendo del país y el sector de la economía. Sobre lo que no hay duda es que en el siglo XXI será más común encontrar billetes y monedas en los museos que en nuestros bolsillos.

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