Muchas cosas que crees que son obvias pero no lo son en absoluto
Image: REUTERS/Gopal Chitrakar
Si solo pudieras almacenar dos lecciones en tu cerebro sobre las que se sostienen muchos de los pilares que forman todo lo demás, serían las siguientes (hazte camisetas con estas dos enseñanzas, tazas, tatuajes, un póster, lo que sea).
A saber: que la mayor parte del tiempo no somos actores racionales (como explican libros como Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kahneman) y que no nacemos como una tabla rasa o una masa de arcilla totalmente amorfa que puede moldearse al capricho (como explican libros como La tabla rasa, de Steven Pinker).
Estas dos ideas son contraintuitivas, porque a todos nos da la impresión de que sí, que, en general, somos racionales, y que también que podemos lograr todo lo que nos proponemos pues la educación, el contexto y la confianza en uno o una misma pueden sobreponerse a todos y cada uno de nuestras inclinaciones naturales. Y precisamente porque son tan contraintuitivas, a raíz de ellas surgen miles de ramificaciones de ideas erróneas. Analizamos algunas de ellas:
Este concepto es quizá uno de los más básicos del mundo, pero a la vez el que más gente ignora u olvida en su vida cotidiana. Básicamente viene a decir que, cuando dos cosas van juntas, es tentador suponer que una es causa de la otra, pero no necesariamente es así. Es lo que se suele resumir como «correlación no implica causalidad».
Por ejemplo, si se demuestra que las personas casadas son más felices, eso significa que el matrimonio procura felicidad, ¿verdad? Pues no. Puede, por ejemplo, que la gente feliz tienda a casarse con más facilidad. De hecho, los datos estadísticos dicen precisamente eso. Porque, si eres un gruñón, ¿quién va a querer casarse contigo?
Tampoco tener hijos parece que nos haga más felices, incluso nuestra felicidad puede descender a los niveles que se establecen con la muerte de un cónyuge, según un estudio titulado Parental Well-being Surrounding First Birth as a Determinant of Further Parity Progression.
Hablando de hijos: los elaborados asientos infantiles del coche son una pérdida de tiempo y dinero, al menos tal y como revelan los datos sobre los accidentes automovilísticos. Lo que puede ocurrir es que se eviten mínimamente algunos tipos de lesiones que provocaría el uso de cinturón de seguridad. Si embargo, las sillitas para niños producen sobre todo paz mental a los padres. Probablemente sería más eficaz diseñar cinturones de seguridad para niños.
En un penalti, la lógica (nuestra aparente lógica) nos dicta que si queremos introducir el balón en una portería y hay un portero dispuesto a hacer lo que sea para evitarlo, será más eficaz chutar hacia una esquina, lo más alejado posible del cuerpo del portero. Sin embargo, no es así. Lo más eficaz es chutar hacia el centro de la potería.
La razón es simple. Si chutas hacia un poste, no puedes arriesgarte a que el balón salga fuera, de modo que ajustarás en tiro para que este no sea muy excéntrico.
En segundo lugar, al escoger lado derecho o izquierdo de la portería, si eres diestro (como la mayoría), dispondrás de más potencia y precisión si chutas hacia tu izquierda. Eso lo sabe el portero, por eso se suelen lanzar hacia su lado derecho (un 57 por ciento de las veces).
La cuestión es que los porteros se tiran hacia el otro lado el 41 por ciento de las veces. Es decir, que solo dos veces de cada diez se quedan en el centro. Recopilando todos los datos de los penaltis chutados al centro de la potería por parte de Dubner y Levitt en su libro Piensa como un freak, un tiro al centro supone tener un 7% más de probabilidad de acabar en gol que uno chutado a la esquina.
El consumo de alimentos locales, en ocasiones, también puede dañar el medio ambiente. Es decir, que no necesariamente debemos optar siempre por lo local. De hecho, calcular si un alimento local es más o menos sostenible es endiabladamente complejo, y cada caso requiere su propio cálculo.
En este estudio, por ejemplo, se establece que el transporte solo supone un 11% del total de las emisiones de gases causantes de efecto invernadero, y la distribución entre minoristas, un 4%. El resto de emisiones se asocian únicamente a la etapa de producción.
Es decir, que el impacto de la energía en el transporte es menor de lo que cabría esperar. Por lo tanto, si consume más combustible fósil para criar un cordero en Reino Unido que en Nueva Zelanda, que tiene una estación herbosa más larga y más energía hidroeléctrica, se compensan las emisiones nocivas causadas por el transporte.
Es decir, que para contaminar menos no debemos preocuparnos tanto por lo local como por promover políticas que, localmente, apuesten por energías menos contaminantes.
Tus ojos siempre ven una parte de tu nariz, pero el cerebro simplemente borra la imagen, lo ignora. También deberíamos contemplar continuamente una gran mancha negra delante de nuestros ojos, que es el punto ciego de nuestra visión de resultas de la ubicación del nervio óptico en la retina, pero el cerebro la disimula calculando un promedio.
Si no tenemos en cuenta todo espacio vacío que hay entre los átomos que te constituyen como ser humano, toda la materia ocuparía el mismo volumen que un terrón de azúcar compuesto básicamente de oxígeno, carbón, calcio, hierro, fósforo, potasio, azufre, sodio, cloro, magnesio, flúor, zinc, silicio y un puñadito de otros elementos marginales.
A pesar de las noticias alarmistas, el descenso de homicidios no deja de descender en casi todos los países del mundo a un ritmo vertiginoso. Ni siquiera se sabe muy bien por qué nos matamos tan poco unos a otros en comparación con hace apenas unas décadas.
La violencia es cada vez menos en ciudades y entornos urbanos del primer mundo y es mucho más acusada en pueblos y entornos naturales, sobre todo en países en vías de desarrollo. Es más seguro pasear por Harlem que por una isla paradisíaca de aborígenes conectados con la naturaleza.
Si doblamos un papel por la mitad 103 veces, su grosor sería mayor que el diámetro del universo observable, estimado en 93.000 millones de años luz. En 42 pliegues llegaríamos a la luna; y en 52, al sol. No lo intentéis, es físicamente imposible. El récord actual está en 13 pliegues.
Si unos extraterrestres que vivieran en un planeta a 65 millones de años luz de la Tierra enfocaran nuestro planeta con un potente telescopio, vislumbrarían cómo los dinosaurios dominan el mundo. Es decir, que cuanto más lejos miras, más atrás miras en el tiempo.
Si bebes alcohol para combatir el frío, es un error (tendrás más frío, porque en realidad el alcohol solo provoca una falsa sensación de calor, cuando lo que hace es descender el calor corporal mediante la vasodilatación).
Beber un zumo de naranja porque tiene mucha vitamina C y así poder prevenir la gripe es un error (y beber el vaso rápido para que no se le vayan las vitaminas, otro), sin contar que un vaso de zumo de naranja solo tiene 69 miligramos de vitamina C, mientras que un puñado de fresas contiene 84,7 y un pimiento rojo, 190 (y beber naranjas exprimidas es peor que comerlas enteras para mantener la línea porque absorbemos más fácilmente el azúcar).
¿Os imagináis usar solo una décima parte de nuestra visión, de nuestra capacidad muscular, de nuestro oído, de nuestro tacto? ¿Qué sentido evolutivo tendría invertir recursos en preservar una capacidad que no usamos más que residualmente?
Así de absurda es la idea de que solo usamos un pequeño porcentaje de nuestro cerebro. Porque, además, ha sido demostrado en diversos estudios de laboratorio como una suposición falsa.
Nadie podría encontrar jamás en un libro de psicología o de fisiología del cerebro tal afirmación. Otra cosa es que usemos todas las regiones del cerebro simultáneamente para una única tarea, lo cual sería un total desbarajuste.
Científicos británicos han buscado sin éxito diferencias entre sexos y concluyeron que lo de la inteligencia femenina es solo un mito. Y que sean menos solventes en matemáticas. Ni siquiera hay un cerebro típicamente masculino y otro femenino.
Nos formamos muchas ideas a través de las películas y de oídas, y las repetimos como loros una y otra vez, por eso aún perpetuamos mitos como el uso del cinturón de castidad en la Edad Media (nunca existió y fue una creación de K. Keyeser en un libro de 1405 para llamar la atención) o que los vikingos usaban cascos con cuernos (mito iniciado por las pinturas realizadas en 1820 por el pintor sueco Gustav Malstrom).
Sherlock Holmes nunca dijo «Elemental, querido Watson» en las obras de Arthur Conan Doyle. El monstruo de Frankenstein no tenía la piel verde (tampoco tenía la cabeza plana y tornillos en el cuello, sino amarillenta). Napoleón no era bajito, de hecho superaba la media de estatura de los franceses. Los piratas no llevaban patas de palo, ni parches en el ojo, ni un loro en el hombro. Albert Einstein no era mal estudiante.
Dicho todo lo cual, y si todavía no te ha explotado la cabeza, recuerda, no nos cansaremos de insistir: tatúate las dos cosas más importantes: que ni eres racional la mayoría del tiempo (más bien eres un zombi que raramente comprueba si lo que cree es cierto) y que no naciste como una tabla rasa (más bien eres un buen puñado de predisposiciones biológicas que solo pueden modificarse parcialmente por el contexto cultural).
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