El Punto Nemo: el mejor lugar para desaparecer
Image: NASA/Handout via REUTERS
Hay viajes horizontales (van de un punto a otro en línea recta). Hay viajes circulares (se vuelve de donde se partió). También hay viajes verticales (hacia algún lugar en nosotros mismos). Y luego hay viajes para desaparecer. Si ese es tu caso –o sencillamente, lo que quieres es sorprender a tus amistades con tu nuevo destino para vacaciones–, entonces, anota estas coordenadas: 48 ° 52.6’S 123 ° 23.6’W.
Si buscas en el Atlas, verás que las coordenadas señalan un lugar en el océano Pacífico entre Nueva Zelanda, Antártida e Isla de Pascua. Ahora bien, lo difícil es llegar, porque se trata del centro de una circunferencia de 16.900 kilómetros sin tierra a la vista y no hay ninguna aerolínea que vuele hasta allí. Su nombre es Punto Nemo, y se trata del más famoso de los polos de inaccesibilidad del planeta: lugares cuya particularidad es estar en medio de la nada.
Fue Hrvoje Lukatela, un desconocido ingeniero topógrafo, quien logró calcular las coordenadas del Punto Nemo, en 1992. Sin hacer un solo kilómetro, mediante la tecnología geoespacial de la época, señaló en el mapa un punto equidistante a 2.688 kilómetros de las tierras más próximas.
El más lejano posible a cualquier costa: al norte, la isla de Ducie (archipiélago de las Pitcairn); al sur, la isla Maher (Antártida); al este, el archipiélago Campana (Chile); y al oeste, la isla Chatham (en la costa oriental de Nueva Zelanda). Sin duda, el mejor lugar para desaparecer si no se tratara de la definición geográfica de la soledad y hubiera allí algo donde poder poner un pie.
De hecho, los habitantes más cercanos están, en realidad, en el espacio. En ocasiones, son los astronautas de la Estación Espacial Internacional los que sobrevuelan el Punto Nemo al completar su órbita a unos 400 kilómetros de la Tierra. Como no hay nada, es un lugar perfecto para reducir la probabilidad de que cualquier nave, satélite o ingenio espacial impacte en algún lugar habitado a su regreso a la Tierra.
Así que, durante años, las agencias espaciales han estado usando el lugar como un cementerio espacial. Allí, por ejemplo, en las profundidades del Pacífico, yacen desde 2001, los restos de la antigua MIR, la mítica Estación Espacial Soviética.
Solo la literatura podría acercarnos a un lugar como este en el que no hay nada y al que no se puede llegar. Si, como anticipador, Julio Verne ya hizo accesible la Luna mucho antes de que Neil Armstrong dejara su huella en la superficie, era lógico que Hrvoje Lukatela –quien, tal vez, había soñado en más de una ocasión con desaparecer– buscara en las páginas de sus libros un nombre para el punto de inaccesibilidad del Pacífico.
Y entre los personajes de Verne, ninguno mejor para esta ocasión que Nemo, el capitán del fabuloso submarino Nautilus. Nemo proviene del latín nemo, y significa nadie. Y ser nadie es cumplir con el deseo de desaparecer.
De niños, cuando leemos Veinte mil leguas de viaje submarino, nos maravilla la aventura que supone surcar las profundidades del mar. Más tarde, de adultos, si releemos la novela, deja de sorprendernos lo anecdótico de la aventura para quedar fascinados ante el propio capitán Nemo. Nos atrapa su poderosa personalidad, mezcla de idealista, luchador, soñador, y sí, también, de misántropo –y la misantropía suele tentarnos muchas veces igual que lo hace el abismo–.
Sin duda, el capitán Nemo escogería el polo de inaccesibilidad del Pacífico como el secreto rincón en el que disfrutar tranquilamente de la extensa biblioteca del Nautilus.
Sorprendentemente, fue H. P. Lovecraft el que escogió, más de 60 años antes, un lugar muy próximo al Punto Nemo para su obra literaria. Al observar los mapas, al maestro del horror cósmico le debió parecer que aquel enclave del Pacífico era un lugar tan aislado e incomunicado que de encontrarse algo, solo podría ser el mismo horror.
Lovercraft ubicó en la latitud 47º 9′ S, longitud 126º 43′ O la ciudad sumergida de R’lyeh, el lugar donde Cthulhu, la deidad con cabeza de pulpo y cuerpo de dragón, reposa mientras espera que las estrellas estén de nuevo en posición para así volver a controlar la Tierra.
Pero si Cthulhu existiera, descubriría al despertar que son otros los que controlan la Tierra. Veintiséis años después de que Hrvoje Lukatela marcara el Punto Nemo en el mapa, el viernes 29 de junio de 2018 se convirtió en el día con mayor tráfico aéreo de la historia, o en el día en el que el destino de la humanidad estuvo en manos de un puñado de controladores aéreos: ese día, las pantallas de radar registraron más de 200.000 aviones surcando los cielos.
Y es en este mundo, cada vez más homogéneo y accesible –según la European Commission’s Joint Research Centre, el 90 % de los lugares del planeta está a menos de 48 horas de una ciudad–, que el Punto Nemo representa el deseo de geografía que Rafael Argullol definió como la voluntad de dejar atrás la cotidianidad.
Porque algunas personas –explica el poeta y ensayista– intuyen de algún modo que la vida está en otros lugares, aunque esos otros lugares se encuentren a 2.688 kilómetros de la tierra más próxima y solo sean accesibles a través de la literatura.
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