¿Son los más inteligentes los que llegan a hacerse ricos? Un estudio dice tener la respuesta
Image: REUTERS/Jose Luis Gonzalez
A pesar de las horas bajas por las que pasa la meritocracia en algunas sociedades desarrolladas (entre ellas la española), lo cierto es que sigue habiendo una fuerte tendencia social a identificar a las personas más ricas con las más exitosas (primer error), y de ahí se pasa a considerar que los que más éxito han tenido en su vida son los individuos más inteligentes (segundo error).
Pero este discurrir del pensamiento social no tiene por qué ser cierto en muchos casos; de hecho, no lo es en la mayoría. Un nuevo estudio, con simulación incluida, arroja como resultado que las personas más acaudaladas no son las más inteligentes, sino tan sólo las más afortunadas. El dinero tiene que ver más con la suerte que con la inteligencia, y eso no quita que no haya ricos que sean muy inteligentes, pero la relación no es automática.
En esta ocasión ha sido a través de un artículo del MIT Technology Reviewcomo hemos tenido conocimiento de un estudio computerizado que ha modelado el proceso de creación de riqueza, tratando de emular los mecanismos sociales y económicos que intervienen en él en la realidad.
Es en la italiana Universidad de Catania donde el trabajo de investigación ha corrido a cargo de Alessandro Pluchino y sus colegas. La investigación ha consistido en modelizar con modelos computacionales el talento humano y la forma en la que los individuos lo utilizan para aprovechar las oportunidades que les brinda la vida. Dos de los principales parámetros modelizados por estos investigadores han sido el talento propiamente dicho, así como el azar y la suerte.
El punto de partida que puso a estos investigadores en la senda de esta modelización, como bien relata el artículo del MIT, fue el hecho de que la distribución estadística de la riqueza no coincide con la que debería presentarse si ésta fuese acorde a distribución de la inteligencia entre los individuos que componen la sociedad.
El argumento de base, y totalmente coherente, es que el modelo de la meritocracia para crear naturalmente la riqueza no es consistente con el hecho de que encontramos ricos y recursos económicos distribuidos con una distribución probabilística que sigue una ley potencial. Esta distribución observada en la práctica hace que, entre los propios ricos, haya muchos con una “riqueza más limitada”, y unos pocos con una riqueza que está varios órdenes de magnitud por encima.
Por el contrario, la distribución de la inteligencia no presenta esta misma distribución en la sociedad, y podemos decir con total seguridad que no hay un individuo 1 millón de veces más inteligente que la media. Pero sin embargo los recursos económicos de Carlos Slim o Bill Gates se hayan a estos multiplicadores del común de los mortales. Las distribuciones no coinciden, luego debe haber más parámetros que influyen en el modeloy en la distribución de la riqueza.
Más concretamente, la simulación se compone de un modelo con N individuos caracterizados por diferentes atributos de destreza, inteligencia, habilidad… que siguen una distribución normal en torno a la media, tal y como se observa en la realidad. Pero bajo esta premisa de la búsqueda de nuevos parámetros que expliquen la no coincidencia de distribuciones, los investigadores italianos incluyeron adicionalmente como parámetros de su modelo también variables azarosas.
Con ello, en este modelo se tiene en cuenta la ocurrencia de eventos beneficiosos económicamente que tienen lugar por una fortuna que sonríe a unos individuos sí (y a otros no). Otros parámetros importantes del modelo son que éste se simulando durante un periodo de 40 años, que asume como vida laboral media, y además asume que los eventos por fortuna que experimentan los individuos sólo pueden ser aprovechados por éstos si disponen de un talento mínimo.
Tras la serie de simulaciones realizadas para dar validez al modelo, el resultado más significativo es que la distribución de la riqueza en la sociedad simulada acababa presentando una distribución del 80-20: es decir, que al final de la simulación un 20% de los individuos acumulaban un 80% de la riqueza. Casualmente esta misma distribución 80-20 es la que también se acaba alcanzando en la práctica en todas las sociedades humanas.
Y precisamente son los individuos que en la simulación han experimentado azarosamente más eventos por fortuna, y que han sabido aprovecharlos gracias a un mínimo umbral de inteligencia, los que han acabado siendo acumulando más recursos económicos.
Como bien apunta el MIT, las conclusiones deben ir más allá de la mera explicación de los motivos por los que unos individuos acumulan más recursos económicos que otros. Y lo cierto es que esta simulación arroja luz sobre terrenos como el maximizar los efectos beneficiosos de las subvenciones públicas a la investigación científica, o de la misma inversión en startups.
La conclusión no debe ser otra más que la podemos apodar como la Regla del Casino: maximizar los números a los que apostamos en la ruleta, hace que tengamos más probabilidad de éxito. Es por tanto mucho más beneficioso para la distribución de subvenciones o de inversiones el repartir los recursos disponibles entre cuanto más individuos o empresas mejor (siempre con unos estándares mínimos exigibles), porque de esta manera maximizamos la probabilidad de que esos recursos económicos acaben en manos de los individuos que van a experimentar más eventos por fortuna en su vida.
No es necesario que les diga que, cuando hablamos de gestionar inversiones, no aplica a las inversiones estándar para las que el análisis de hoy podría parecer que entra en contradicción con el que ya les escribimos “Los fondos de renta fija también pueden bajar. En aquella ocasión la premisa de partida era otra muy distinta: optimizar el rendimiento medio las inversiones a largo plazo, esquivando los riesgos de quiebra, operaciones acordeón o similares que afectan a las acciones en los plazos más largos.
Recordemos que ahora de lo que se trata es de maximizar una inversión estilo start-up, en la que lo que estamos tratando de maximizar es que nuestra inversión tenga en cartera una o varias empresas neonatas, que pueden dar con una idea feliz que les traerá una fuerte revalorización en el plazo de unos pocos años. El objetivo de la inversión de hoy es distinto en tiempo y forma, y por lo tanto nos obliga a buscar otro modus operandi particularizado. Recuerden lo que siempre les digo que cada perfil de inversor y cada objetivo requiere una estrategia de inversión distinta.
Pero las conclusiones podemos llevarlas un interesante paso más allá, y pensar en su aplicabilidad a un nivel más económico (pero igualmente de innovación). No se puede obviar que la gestión de proyectos de innovación, o el famoso I+D+i, en España ha resultado ser un repartidor de desgravaciones fiscales a proyectos ya ejecutados, y que por desgracia muchas veces apenas se han limitado a la compra de un producto comercial con más pretensiones que implementación e innovación real.
El primer fallo de esta política es el de que, más que proveer de recursos a potenciales ideas disruptivas e innovadoras que pueden crear gigantes españoles del futuro tecnológico-científico español, en lo que se ha acabado traduciendo es en una vía de financiación empresarial adicional para proyectos que ya se pensaban hacer de todas formas. Y esta financiación pública española, para más inri, acaba muchas veces dedicando esos recursos económicos a comprar productos externos que se llevan la capacidad de innovación a empresas de terceros países.
Este programa de innovación realmente es muy muy mejorable, como pueden observar viendo las cifras que arrojan los indicadores de innovación en España en los últimos años, que han ido en muchos casos a peor. Al I+D+i habría que darle la vuelta de arriba a abajo, empezando incluso por cambiar su alcance y su implementación con la ayuda de conclusiones como las del estudio del análisis de hoy.
La idea sería primeramente tener una primera fase que haga del Estado una suerte de macro-Angel Investor nacional, pero en vez de con el mero retorno de la inversión como único objetivo, con la sana intención de promocionar y desarrollar la innovación a nivel general en el tejido empresarial. Estarán de acuerdo en que este debería haber sido su objetivo desde el principio (también a la hora de llevarlo a cabo).
En líneas generales, resulta más bien obvio que, aparte de seguir en esta primera fase la anterior “Regla del Casino”, más que a simplemente financiar con políticas de hechos consumados, sería más adecuado financiar también las ideas potenciales y/o prometedoras, al más puro estilo de esa filosofía de los Angel Investors. Algunos dirán que esto es muy fácil de decir y muy difícil de hacer para el Estado.
Respecto a este último punto, simplemente me limitaré a decirles que muchos Angel Investors consiguen sus objetivos en este campo, y además lo hacen con rentabilidad. No podemos asumir que el Estado no debe ser capaz de conseguir también algo similar (y sin las mismas exigencias de rentabilidad puramente inversora). La capacidad, eficiencia y eficacia de las políticas depende de los brazos ejecutores, y no de las entidades públicas o privadas que las apadrina.
Tras la fase inicial de Angel Investor estatal, el I+D+i debería también ser diseñado para incluir una segunda fase de hibridación como incubadora de empresas. No me estoy refiriendo a una incubadora como tal con instalaciones físicas, etc. sino a una mera incubadora “fiscal” que canalice parte de las ayudas del programa nacional de I+D+i hacia tratar de hacer progresar esas ideas prometedoras, parcialmente financiadas en la primera fase. En esta fase ya se deberían tener en cuenta ciertos hitos y progresos de implementación de las diferentes ideas.
Con esta segunda fase se trataría adicionalmente de abordar con éxito la asignatura siempre pendiente de llevar la innovación como filosofía natural a esas grandes empresas, que siempre están en la práctica en francas condiciones de inferioridad a la hora de competir en innovación con las ágiles startups. Y esto se ha conseguido revertir en países como Estados Unidos, donde gigantes como Google o Amazon siguen innovando a raudales a pesar de su tamaño actual.
Y en último lugar, ya llegaría una tercera fase, que efectivamente ya sería la que más tendría en común con la actual concepción del I+D+i. La de la ejecución de un proyecto viable, incluso comercial, que implique importantes inversiones de despliegue incluso masivo y a gran escala, y que ya conllevaría la compra de infraestructura y productos que también podrían ser comerciales.
Este análisis ha perfilado a grandes rasgos un I+D+i que sería mucho más efectivo en conseguir los objetivos con los que debe ser concebido. Obviamente queda mucho por definir al respecto tras estos escuetos párrafos, pero no podemos plantearnos definir hoy aquí un programa de fomento de la innovación en toda su extensión. El hecho es que, con estas líneas generales, pasaríamos de un programa de hechos consumados en mero gasto tecnológico, a un programa real de fomento del tejido socioeconómico más innovador.
Para finalizar por hoy, recuerden que muchos de los grandes descubrimientos de la historia de la ciencia, y muchas de las grandes empresas que han terminado siendo gigantes empresariales, en sus inicios tuvieron unas andanzas bastante casuales. En ese punto de neonatos tanto científicos como empresariales, si no hay recursos no hay desarrollo, y perdemos ocasiones de progreso socioeconómico.
Además actualmente se están malgastando recursos públicos en programas y becas de innovación ineficaces hasta en su concepción, pues muchas veces su política es dar financiación a individuos por el simple hecho de que tuvieron ya una feliz idea en el pasado que acabaría como acabase, pero que no aumenta sistemáticamente en todos los casos su probabilidad de tener otra idea feliz o golpe de suerte en el futuro.
Obviamente, la riqueza exige unos mínimos umbrales de inteligencia por debajo de los cuales es altamente improbable poder acumularla o siquiera mantenerla. Aunque no es menos cierto que, en casos concretos, una dosis extraordinariamente alta de suerte puede suplir el gap como excepción. En general, es cierto que la inteligencia mínima es una condición necesaria (que no suficiente) para poder acabar teniendo muchos ceros en la cuenta corriente.
Pero de ahí a afirmar que los más inteligentes son los más ricos, hay un salto más de estereotipo y de convencionalismo social que de necesario realismo. No hay mejor forma de que todos seamos más ricos como socioeconomía que creando un caldo de cultivo propicio para la multiplicación y el progreso de la innovación y las ideas, allá donde las hubiere. El azar siempre será una dosis que el destino habrá suministrado a algunos ricos a lo largo de su vida, pero sin duda con estas premisas estaremos más cerca de una meritocracia real.
No te pierdas ninguna actualización sobre este tema
Crea una cuenta gratuita y accede a tu colección personalizada de contenidos con nuestras últimas publicaciones y análisis.
Licencia y republicación
Los artículos del Foro Económico Mundial pueden volver a publicarse de acuerdo con la Licencia Pública Internacional Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0, y de acuerdo con nuestras condiciones de uso.
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no del Foro Económico Mundial.
Mantente al día:
El futuro del progreso económico
La Agenda Semanal
Una actualización semanal de los temas más importantes de la agenda global
Puedes anular tu suscripción en cualquier momento utilizando el enlace que figura en nuestros correos electrónicos. Para obtener más información, consulta nuestro Política de privacidad.
Más sobre Crecimiento EconómicoVer todo
Harsh Vijay Singh and Attilio Di Battista
26 de noviembre de 2024