Transición energética

El regreso incierto del petróleo

A tap and meter shows zero level pressure on Druzhba oil pipeline at Hungarian oil and gas group MOL's main Duna (Danube) refinery in Szazhalombatta January 9, 2007. Russia on Monday stopped oil shipments to Belarus via the Druzhba pipeline, also shutting off exports to five European nations including Poland, Germany and Hungary.   REUTERS/Laszlo Balogh   (HUNGARY) - GM1DUIRQKFAA

Image: REUTERS/Laszlo Balogh

Mohamed A. El-Erian
Chairman, President Barack Obama’s Global Development Council

En tanto el crecimiento económico global se recupera prácticamente en todas partes, los productores de petróleo cada vez tienen más esperanzas de que el reciente rebote espectacular del precio continúe. Pero, si esas esperanzas han de cumplirse, no sólo los productores tendrán que controlar lo que pueden (manteniendo la disciplina de la producción); lo que está más allá de su control (la producción de esquisto y el valor del dólar) también tendrá que jugar a su favor.

Hace poco más de tres años, el petróleo (WTI) se comercializaba por encima de los 100 dólares por barril. Pero, a comienzos de 2016, los precios se derrumbaron hasta llegar a unos 30 dólares por barril, debido a una combinación de demanda lenta, oferta alternativa (particularmente de petróleo y gas de esquisto de Estados Unidos) y un nuevo paradigma de producción de la OPEP según el cual el cartel, liderado por Arabia Saudita, dejó de actuar como un "productor regulador".

Luego del colapso resultante de las facturas por exportaciones y los ingresos presupuestarios, la OPEP adoptó una nueva estrategia basada en un acuerdo de producción modernizado con dos características fundamentales: una mayor flexibilidad para los países que enfrentan condiciones internas especialmente complejas (como Libia) y la inclusión de productores no pertenecientes a la OPEP, particularmente Rusia. Juntos, los países de la OPEP y los no pertenecientes a la OPEP fijaron un piso desde el cual los precios del petróleo podrían rebotar. Con la recuperación del crecimiento global y el surgimiento de incertidumbres geopolíticas (que podrían limitar la producción en algunos países productores de petróleo), los precios del petróleo rebotaron por sobre los 60 dólares por barril.

La fase actual de crecimiento global es particularmente buena para el precio del petróleo (y de otras materias primas), porque es sincronizada, real y, cada vez más, se auto-fortalece. Se ve potenciada por una recuperación simultánea en las economías sistémicamente importantes de Europa, Japón, Estados Unidos y el mundo emergente. Y se basa en alzas duraderas de la actividad económica, y no sólo en una ingeniería financiera.

Dadas estas características, el brote de crecimiento global de hoy está empezando a generar un círculo virtuoso entre consumo, inversión y comercio. Y esa dinámica podría ganar más impulso, especialmente si las recientes medidas pro-crecimiento en Estados Unidos y la recuperación endógena en Europa están apuntaladas por reformas estructurales, una gestión más equilibrada de la demanda y una mejor coordinación de las políticas internacionales.

En verdad, los riesgos de una caída de los precios del petróleo han virado del lado de la demanda al lado de la oferta. Los precios más elevados del petróleo tienden a erosionar la disciplina de la producción en la OPEP, particularmente por parte de aquellos miembros (como Nigeria y Venezuela) que históricamente se han apresurado para asegurarse ingresos más altos a fin de mitigar las difíciles condiciones presupuestarias, a expensas de sus pares (como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos). Esta tendencia hace que la coordinación con los productores que no pertenecen a la OPEP sea más difícil. Si a esto le sumamos la mayor producción de fuentes alternativas (de manera más relevante, el esquisto) que han estimulado los precios más altos, los efectos beneficiosos de la demanda están compensados, si no superados.

Sin embargo, con algunas modificaciones menores al acuerdo actual, los miembros de la OPEP deberían poder mantener su disciplina de producción colectiva, suponiendo que exista la voluntad de hacerlo. Les puede resultar más difícil seguir controlando a los países que no conforman la OPEP. Pero, con negociaciones meditadas que incorporan conceptos de cambios radicales, esto también es posible.

Cuando se trata de los factores sobre los cuales los productores de petróleo tienen menos control, la perspectiva es menos alentadora. La depreciación del dólar estadounidense -que cayó 10% en términos ponderados por el comercio en 2017- ha ayudado a impulsar el alza de los precios del petróleo, pero es probable que se frene y luego se revierta en parte. Evitar ese desenlace exigiría que Europa y Japón continuaran superando las expectativas del mercado, tanto generales como, más importante, en relación a Estados Unidos. Es más, el Banco Central Europeo y el Banco de Japón necesitarían ajustar la política monetaria -inclusive acelerar la reducción de sus compras de activos de gran escala- más rápido de lo que esperan los mercados.

Finalmente, existe el desafío planteado por una mayor producción de esquisto. Y el hecho es que es poco lo que los productores tradicionales de petróleo pueden hacer para contrarrestar la posible respuesta de los productores de esquisto a los precios más elevados.

En este contexto, los productores de petróleo harían bien en tratar las alzas de los precios del petróleo como un beneficio inesperado temporario, no como una situación permanente o inclusive -a menos que exista una crisis geopolítica considerable- como una tendencia que pueda intensificarse en el año por delante. Esto significa que los productores deberían resistir la tentación de utilizar sus mayores ingresos para un nuevo gasto recurrente. Y deberían actuar rápidamente para reforzar su disciplina colectiva a fin de minimizar el riesgo de una ley de la selva que niegue los beneficios ganados con esfuerzo en los últimos años.

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