Decálogo para ser un buen profesor
Mucho se habla sobre la necesidad de que el profesor asuma un nuevo rol en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Y es que, con los tiempos cambiantes, ya no se entiende el proceso educativo como una mera transmisión de conocimientos por parte del profesor y la memorización del contenido por parte del estudiante.
El filósofo francés Michel Serres (2013), quien a sus ochenta y tantos años sigue desempeñándose como docente, explica este cambio de paradigma en su libro “Pulgarcita”[1]: en la antigüedad, tenía sentido que una persona letrada fuera de lugar en lugar recitando sus conocimientos, los cuales eran aprendidos de memoria por sus oyentes para transmitirlos de boca en boca a los demás.
Con la invención de la imprenta, el conocimiento se comenzó a difundir ampliamente; sin embargo, todavía se entendía que los estudiantes no tenían los medios para consultar o leer todas las fuentes que existían sobre un tema específico.
De allí que un profesor especialista y poseedor del conocimiento, daba cátedra y los alumnos tomaban nota para memorizar la información. En la actualidad, con la información disponible literalmente en nuestros bolsillos, ya no se entiende este formato. Ahora, los estudiantes pueden buscar en la web una pregunta que el profesor ha formulado en clase y obtener la respuesta antes de que éste tenga tiempo de explicarla.
Si la información está a un click de distancia, entonces ya no tiene sentido transmitirla para ser memorizada —sin que esto signifique, por supuesto, que ya no tenemos que ejercitar la memoria—. Tendría más sentido, en todo caso, enseñar a gestionar esa información para que el alumno le dé un significado y construya conocimientos.
Tendría más sentido saber analizarla para determinar su confiabilidad y entender el razonamiento que hay detrás. Serviría mucho más tener la capacidad de crear algo nuevo a partir de esos conocimientos: una idea, un producto, un movimiento, una iniciativa, una propuesta de ley, un negocio,… que solucione problemas reales y mejore nuestras condiciones de vida.
Esto supone, definitivamente, un cambio en el rol, tanto del profesor, como del estudiante. John Dewey lo dijo en su momento: “Si enseñamos a los estudiantes de hoy como enseñábamos a los de ayer, les estamos robando el mañana”.
Como resultado de sus investigaciones, John Hattie (2011) y sus colegas plantean diez ideas clave sobre el nuevo rol del docente que, a mi parecer, conforman un decálogo muy interesante y completamente relevante para lograr el cambio educativo que necesitamos hoy en día en nuestras escuelas. Se podrán dar cuenta que estas ideas no son del todo nuevas ni muy complejas, pero en ocasiones, es necesario recordarlas. Bajo el esquema que propone, un profesor:
Documenta el aprendizaje de sus estudiantes a través de evidencias que genera y recolecta (notas, esquemas, fotografías, video, borradores, entregas finales, etc.), para compartirlas a lo largo de todo proceso con los alumnos y otros profesores, analizarlas, aprender y tomar decisiones sobre los siguientes pasos.
Cuando se da cuenta que el estudiante no está aprendiendo, en lugar de buscar culpables, analiza la situación para encontrar nuevas estrategias y alternativas. Un profesor trabaja para transformar vidas.
El objetivo de enseñar es que los estudiantes aprendan; todo lo demás es secundario o incidental. Con este propósito en mente, el docente puede detectar fallas en la comunicación que hacen que los estudiantes en realidad aprendan cosas distintas a las que pensaba que estaba enseñando.
Evalúa para saber si el estudiante aprendió, lo que también le indica si su enseñanza ha sido efectiva. Es cierto que yo no puedo aprender por otra persona porque el proceso requiere de intencionalidad; sin embargo, comprobar en la evaluación que el estudiante no comprendió el contenido, tendría que ser un foco rojo que indique que algo no está funcionando y tiene que cambiar.
Trabaja por lograr la comunicación bidireccional. En un salón de clases, el alumno necesita tener la oportunidad de alzar su voz y ser escuchado. Cuando se establece un diálogo con el estudiante y entre los estudiantes, el profesor también puede ver el impacto de su enseñanza.
Plantea retos a los alumnos, tomando en cuenta sus potencialidades, con lo cual reconoce su capacidad y les muestra que tiene altas expectativas de ellos.
Cuando existen relaciones positivas entre el maestro y el estudiante, y entre los mismos discentes, se crea un espacio seguro para aprender a prueba y error, y apoyarse los unos a los otros en el proceso.
Busca que todos los actores del proceso —estudiantes, profesores, directores, coordinadores, padres de familia— estén alineados a través de un lenguaje común; es decir, que todos comprendan y tengan la misma visión sobre lo que significa enseñar y aprender, la evaluación, etc.
El aprendizaje no sucede ni mágicamente, ni a la primera, ni es cierto que unos tengan la capacidad para aprender y otros no. Aprender es un trabajo que requiere de esfuerzo, reflexión y tiempo, y reconocerlo es importante.
Está convencido de que trabajando con otros profesores puede acrecentar el impacto que tiene en sus estudiantes. Para ello, las escuelas tendrían que explícitamente destinar tiempos para que los docentes se reúnan a discutir estrategias, compartir evidencias de aprendizaje y dialogar sobre lo que significan, planear proyectos en común y observar mutuamente sus clases, en lugar de asumir que los profesores pueden utilizar el tiempo del receso o las tardes para lograr estos propósitos.
Ser docente es de las profesiones más difíciles, pero, también, de las más satisfactorias que existen. Cambiar de rol por ningún motivo quiere decir que tengamos que desechar todo lo que hacíamos antes, sino aprovechar nuestras mejores cualidades para adaptarnos y dar respuesta a las nuevas circunstancias y tendencias. Sólo así podremos brindar a nuestros estudiantes las mejores oportunidades para desarrollarse con éxito.
Fuentes de consulta
Hattie, John. (2011). “Visible Learning for Teachers: Maximizing Impact on Learning”. Estados Unidos: Routledge.
Serres, M. (2013). Pulgarcita. México: Fondo de Cultura Económica.
[1] Serres (2013) le llama “Pulgarcita” a la generación actual, ya que los jóvenes están todo el tiempo escribiendo y navegando en sus dispositivos móviles con los pulgares.
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