Los equipos de trabajo de personas bilingües son más innovadores
Image: REUTERS
Las reticencias a la mezcla de culturas se están quedando obsoletas incluso en ámbitos que se usan como excusa o justificación para amenazar ruina con los peligros de la inmigración: el laboral y el económico. Los expertos, en cambio, hablan cada vez con más frecuencia de que los equipos de trabajo integrados por individuos de distinta procedencia y con diferentes lenguas maternas pueden catapultar la capacidad de innovación.
La experta en lingüística de la británica Universidad de Bristol Gabrielle Hogan-Brun ha publicado el libro Linguanomics. ¿Cuál es el potencial de mercado del multilingüismo? Hogan-Brun sigue con atención los avances académicos que arrojan luz sobre la importancia del lenguaje en los procesos de pensamiento y decisión individuales y grupales.
La tendencia a que se conformen grupos de trabajo compuestos por personas de diferentes países avanza a nivel internacional. En un análisis sobre el fenómeno, la académica Selina Brons de la Universidad de Utrecht concluye que el intercambio de puntos de vista y experiencias diversas provoca que las multinacionales sean «capaces de lograr un mejor puesto con respecto a la competencia» y define que la composición de estos organigramas multiculturales no se reduce a una cuestión de preferencia, sino de «necesidad».
La especialista Hogan-Bruns cuenta a Yorokobu su fascinación ante estos descubrimientos: «Distintos estudios han mostrado que los cerebros bilingües funcionan de manera diferente a los monolingües. Incluso se ha demostrado que también estas personas tienen una materia gris más densa que las monolingües».
Si el conocimiento de más de una lengua eleva las capacidades al procesar la información, la creación de grupos de trabajo con personas de diversas nacionalidades detona una sinergia imparable. «Tienen propensión a encontrar soluciones innovadores a problemas prácticos».
No se trata únicamente de la complementación de realidades culturales, aunque esto también influye, la explicación se encuentra, más bien, en cómo cada lengua amuebla el pensamiento. En el artículo que la misma especialista publicó en Quartzenlazaba con el «determinismo lingüístico» para desgranar cómo la estructura de nuestra lengua influye en la «forma en que vemos el mundo que nos rodea»: se construyen «diferentes modelos mentales y asociaciones semánticas».
Hogan-Brun acude a la ciencia ficción para ofrecer un ejemplo, en concreto, a la película Arrival, «que muestra cómo el lenguaje de una especie alienígena alteró la percepción del tiempo y del universo por parte de los hablantes».
Sobre un problema concreto que hubiera que resolver en una reunión, en un equipo multilingüe, cada participante captaría aristas que, quizás, permanecerían invisibles para sus compañeros. «Cuando los hablantes de diferentes lenguas y con diferentes bagajes lingüísticos trabajan juntos usando un lenguaje común, recurren a conceptos que se encuentran por debajo de la superficie del lenguaje en que conversan».
«Formar un equipo multilingüe», compara Hogan-Brun, «es como disponer de diversas herramientas cognitivas en tu caja de herramientas: cuanto mayor sea la diversidad en su conjunto, más se podrá lograr».
Además del background con que cada idioma cimienta nuestra mente, existe otro factor que potencia la sinergia, sobre todo, a la hora de tomar decisiones. Cuando uno se comunica en una segunda lengua puede optar por soluciones de manera «más racional» y «reduciendo la parcialidad». Menos prejuicios, menos miedos. «Sucede porque oponemos una mayor distancia emocional cuando usamos un lenguaje adicional; ponderamos las cosas más de lo que lo haríamos con nuestro lenguaje primario».
Cada palabra está imantada, y cada concepto y cada idea. Con el paso de los años, van adhiriéndose a ellas sentimientos, connotaciones, sensaciones, irracionalidades. Si uno maneja otra lengua con la suficiente soltura como para no necesitar aplicarse a una auto traducción simultánea y, por lo tanto, no tener que pivotar en sus palabras naturales (enraizadas y plagadas de remanencias); si esto ocurre, uno sopesará los problemas con un juicio más templado y ajustado a la realidad. Al menos, eso se desprende de las palabras de la autora de Linguanomics.
El interés de las empresas en este diseño multicultural de equipos se acrecienta. Hogan-Bruns cree firmemente en que impulsan la «ventaja competitiva» de las firmas que lo emplean. Según una encuesta de The Economist realizada a 572 ejecutivos y ejecutivas de empresas internacionales, el 67% de ellos están convencidos de que la naturaleza multicultural de la plantilla fomenta la innovación.
Surge una duda, ¿el riesgo de choque cultural no dificulta el trabajo? Cada país comprende a su modo la puntualidad, el humor, los límites entre las opiniones tolerables e intolerables o la dimensión del amor propio ante las críticas. Sin embargo, la lingüista suiza reconoce que «los miembros pueden tardar más tiempo en converger en una idea», pero que el esfuerzo en engranar bien las dinámicas y la comprensión entre las partes, finalmente, deviene en una «mayor productividad».
Al menos, existe una conclusión irreprochable: el idioma no constituye sólo un vehículo para la comunicación. Hogan-Burns menciona la existencia de desafíos, aunque prefiere centrarse en cómo, a través de la historia, «desde los egipcios hasta la época colonial y la Unión Europea», las economías que han adoptado la diversidad lingüística se han beneficiado.
Precisamente, para explicar su sintonía y su pasión por la pluralidad idiomática recurre a su nacionalidad suiza. En el país alpino existen cuatro lenguas oficiales: el italiano, el francés, el alemán y el romanche. El lenguaje es una parte crucial de la vida, pero hasta ahora la economía no lo había contemplado más que como una herramienta. Nadie negaba hasta hoy la importancia de aprender idiomas, no obstante, estos puntos de vista esconden una visión más solidaria e integradora: la diversidad de identidades y de orígenes la que abunda en un bien para todos.
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