Entrevista a Francis Fukuyama: “Quizá las democracias no funcionan sin el control de las élites”
Image: REUTERS/Larry Downing (UNITED STATES) - RTXAK1N
El autor de El fin de la historia, Francis Fukuyama, habla sobre populismo, la UE y las identidades, entre otras cuestiones.
¿Cómo resumiría el año pasado? ¿Qué le ha pasado al orden mundial?
Francis Fukuyama. La gran sorpresa es que esta oleada de nacionalismo populista se ha producido en el hábitat natural de las clásicas áreas anglosajonas liberales. Por primera vez, al menos en mi época, hay un presidente que desprecia abiertamente el papel de Estados Unidos en un orden mundial liberal. El otro problema con Donald Trump es su absoluta falta de aptitudes para el cargo, ya sea en lo que se refiere a preparación, carácter o temperamento. Nada desde su toma de posesión ha servido tampoco para mitigar esas preocupaciones….
¿Entonces qué le diría a la gente que afirma que él es solo la punta del iceberg y que representa a un sector de la población blanca rural y reprimida?
F. F. Bueno, la mayoría de los estadounidenses votaron en su contra. Cuenta con el respaldo emocional de un pequeño grupo de gente, pero nada que se aproxime a tener detrás a la mayoría del país. Para mí el aspecto interesante de su presidencia es el papel que desempeñan los republicanos en todo esto. ¿En qué momento se van a plantar y van a decir: “Hasta aquí hemos llegado”? No ha sucedido todavía y no va a cambiar mientras las cosas sigan marchando bien en la economía. Desde su toma de posesión en realidad está beneficiándose de una racha de buenas noticias económicas, así que puede que logre usar eso para darle la vuelta a sus índices de popularidad.
Sabemos que cuando la primera ministra británica, Theresa May, vino a visitar a Trump, este la felicitó por los resultados del referéndum del Brexit. ¿Puede influir su opinión en el comportamiento de los votantes europeos?
F. F. Es complicado. Por un lado, por supuesto, a los líderes de allí les gusta recibir elogios del presidente de Estados Unidos. Pero, por otro, existe una gran cantidad de antiamericanismo en Europa. La gente dice “no queremos un Trump en nuestro país”. Eso, por ejemplo, ha sido un factor debilitante contra Geert Wilders. Así que creo que es una influencia, pero no será decisiva.
¿Esta ola de populismo está empujando a las instituciones europeas a una crisis?
F. F. Las instituciones, hay que admitirlo, no han estado funcionando bien, aunque hay también un problema con la narrativa. Pero, en efecto, refleja la sensación de que el electorado europeo ha perdido la fe en las instituciones: el Acuerdo de Schengen, por ejemplo, que permite la libre circulación de personas a través de las fronteras dentro de esa zona.
¿Cuál sería su solución, que se ajuste tanto a quienes han perdido la fe en sus instituciones como a las personas de extrema izquierda que quieren abrir las fronteras?
F. F. Esa es una pregunta difícil. Si fuese la Canciller alemana, me centraría mucho en Italia y Grecia. En la próxima generación se va a producir, literalmente, una avalancha de África sobre Europa. Debes asegurar esas fronteras marítimas exteriores, y después revisar las fronteras internas. Al mismo tiempo, la migración está simplemente acelerando su ritmo. Unos 800.000 polacos se han trasladado al Reino Unido en los últimos años. Esa es una cifra enorme.
¿Pero es la migración dentro de Europa diferente a la migración intercontinental?
F. F. No, eso es sencillamente un cuento de hadas. La Unión Europea ha hecho muy poco en términos de creación de identidad. Nadie piensa que es europeo primero y luego alemán. ¡Es al revés! En muchos casos, esto incluso ha funcionado en la dirección inversa y se han priorizado los regionalismos. Lo hemos visto en Escocia, por ejemplo, y en Cataluña. La cuestión real aquí, sin embargo, es la soberanía. Muchas de estas zonas separatistas tienen sus propias instituciones. Esa imagen cultural de serenidad es utópica. El populismo existe porque las instituciones están controladas por las élites. El problema es la desigualdad en la integración económica.
¿Pero no debería funcionar en ambas direcciones? A mí no me importa si un conductor de Uber en Londres es del Reino Unido o de Polonia. ¿Se favorece más a un lado que al otro?
F. F. Claro, esa es una manera de verlo. Pero así no es como funciona la organización política. Los polacos que ocupan los puestos de trabajo de los británicos crean resentimiento. La globalización económica ha rebasado los límites de la globalización política. Todavía no estamos organizados a un nivel global, y no creo que lo estemos nunca. El debate sobre la deuda entre alemanes y griegos es el mejor ejemplo de eso, y a los alemanes les enfada tener que enviar fondos provenientes de los impuestos de los ciudadanos a Grecia.
De modo que tras 70 años de un multilateralismo más o menos exitoso y de esfuerzos por parte de Europa para afianzas sus instituciones, ¿vamos hacia atrás?
F. F. Los objetivos y las esperanzas de entonces estaban centrados en la integración económica, y en que a través de esta globalización económica las culturas se integrarían. Pero el mundo no funciona así. No es solo la economía lo que impulsa a un pueblo, ¡la identidad y la cultura también cuentan! Y es ahí donde la UE realmente no estuvo a la altura, y lo que empiezan a lamentar ahora. Existe actualmente una élite minúscula de personas que se consideran a sí mismas ciudadanos globales, y para los que la geografía y la cultura aparentemente no importan. Si esta élite cree que el resto del mundo piensa como ellos, se equivoca. Los beneficios de la globalización no se han compartido de forma equitativa, que es por lo que hay un retroceso. La mayoría de la gente, como dijimos antes, piensa a nivel nacional, si es que no lo hace a escala regional. Cambiar eso será extremadamente difícil y requerirá mucho tiempo.
¿Cuáles son los remedios?
F. F. No existe un único remedio para lo que exige el debate ahora mismo. Desde el punto de vista económico, estamos en el camino equivocado cuando consideramos el aislacionismo o el proteccionismo. La educación es, desde luego, un factor importante, tanto la de las nuevas generaciones como el reciclaje en formación que requieren las personas cuyos trabajos van a extinguirse, especialmente en puestos que cada vez más están siendo ocupados por robots e inteligencia artificial.
¿Pero qué significa eso a un nivel más amplio? ¿Se supone que deberíamos desenmarañar lo que conecta a la política, la economía y la cultura y descomponer cada concepto internacional a una escala nacional y regional? ¿O deberíamos intentar poner a todo el mundo de acuerdo para coordinarse y unificar intenciones como medio para avanzar?
F. F. Con toda sinceridad, no sé cómo contestar a una pregunta en ese nivel de abstracción. Así que, déjeme ofrecerle un ejemplo: en Estados Unidos necesitamos una reforma integral de la inmigración. Bajo el presidente George W. Bush, hubo un intento que fracasó. Esencialmente, tanto la izquierda como la derecha tienen argumentos válidos en este debate. Los aproximadamente 11 millones de extranjeros ilegales que tenemos aquí ahora mismo no pueden ser deportados. Tiene que haber una manera para que se queden en el país, asumiendo que tengan trabajo y cumplan la ley. Por otro lado, EE UU no ha hecho cumplir su legislación en inmigración, que es por lo que para empezar tenemos a estos 11 millones de personas. Un carné de identidad nacional sería una solución lógica, pero tanto la izquierda como la derecha desconfían demasiado del Gobierno para intentar aplicar esta idea. La comunidad empresarial tampoco quiere ser el brazo ejecutor de esta política, así que estás atrapado en un limbo. El sistema político estadounidense está bloqueado, ninguno de los dos lados quiere ceder.
Una última pregunta sobre las “noticias falsas”. Como académico, ¿cómo percibe usted esta cuestión?
F. F. En realidad me molesta más como ciudadano que como académico. La polarización y la desconfianza en las instituciones existentes son destructivas y, por desgracia, es uno de los resultados de Internet. Parece que cualquier cosa que la gente lee en la Red es considerada válida, aunque no haya nadie mediando entre el productor y el consumidor de la información, como estamos habituados a ver en las noticias tradicionales. Ahora Rusia y China, entre otros, están desempeñando un papel activo minando la credibilidad de la información, lo que constituye una nueva forma de hacer la guerra que ya se está poniendo en práctica. Al mismo tiempo, la gente quiere creer en las cosas y no se preocupa demasiado por la exactitud de los datos. Pero por otro lado, puedo argumentar que las instituciones han estado siempre controladas por las élites y que gracias a la presencia de Internet están perdiendo su poder. Quizá las democracias no funcionen demasiado bien sin un cierto control de las élites. Pero todo esto se verá en los próximos años.
Esta entrevista ha sido publicada también en The World Post y ha sido editada y condensada para mayor claridad.
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11 de noviembre de 2024