Educación y habilidades

¿Pueden las escuelas privadas subvencionadas mejorar la educación? Pregúntale a Chile

Bedouin Palestinian schoolchildren play during a class at their school in al-Khan al-Ahmar village near the West Bank city of Jericho February 23, 2017. REUTERS/ Ammar Awad - RTSZZII

Image: REUTERS/ Ammar Awad

Steven Ambrus

Tras una batalla históricamente feroz, Betsy DeVos, que auspicia alternativas a la educación pública tradicional, fue confirmada como ministra de Educación de Estados Unidos el 7 de febrero. Quienes respaldan a DeVos celebraron que apoyara escuelas financiadas con fondos públicos y administradas de forma privada, y bonos para estudiar en escuelas privadas y religiosas. Quienes se oponen a la nueva ministra sostuvieron con la misma pasión que permitir que se extiendan esas opciones socavaría el sistema de escuelas públicas.

Cuando se trata de los bonos, Chile es un punto de referencia obvio. Comenzó a darles bonos (subsidios) a los alumnos para estudiar en escuelas públicas o privadas en 1981, y tiene uno de los programas de bonos más antiguos del mundo. ¿Cómo le ha ido realmente a este programa? El tema no es tan simple.

Chile comenzó a implementar los bonos durante la dictadura de Augusto Pinochet, bajo la influencia de economistas de libre mercado como Milton Friedman, quien sostenía que permitir más opciones le inyectaría una dosis saludable de competencia al sistema escolar. Las escuelas se volverían más transparentes, y tanto la educación pública como el sistema de escuelas privadas subvencionadas con bonos se beneficiarían.

Pero los resultados no fueron prometedores; al menos al principio. Chile implementó el programa de bonos casi sin regulación y sin discriminar entre estudiantes ricos y pobres; todos recibían los mismos subsidios. Como los padres asumían que las escuelas privadas subvencionadas eran mejores, esto llevó a que los estudiantes se alejaran de las escuelas públicas. La matriculación en escuelas públicas pasó de 78% de los estudiantes en 1981 a 39% en 2013. Los estudiantes de clase media y media alta abandonaron el sistema de escuela pública, que se volvió más pobre y menos diverso.

El cambio en la composición escolar tuvo otro efecto engañoso. Reforzó la creencia —o ilusión— de que las escuelas privadas eran superiores. Los estudiantes en escuelas privadas subvencionadas de hecho tenían un mejor desempeño en exámenes estandarizados. Sin embargo, esto no se debía a que las escuelas fueran mejores sino a que sus estudiantes tenían más dinero, padres más educados y mayores recursos; en síntesis, estaban mejor preparados. Las reglas que permitían que las escuelas privadas subvencionadas cobraran co-pagos y aceptaran o rechazaran estudiantes sólo exacerbó ese sesgo. Sin embargo, las escuelas subvencionadas hicieron poco o nada por sumar valor académico. De hecho, numerosos estudios han mostrado que, al controlar factores socioeconómicos, los resultados de los exámenes en escuelas públicas y privadas subvencionadas eran virtualmente indistinguibles.

Este cuadro se volvió más complicado en 2008. Ese año, el gobierno chileno introdujo un sistema de bonos por el cual les pagaba más a las escuelas con estudiantes pobres. También implementó medidas de transparencia que obligaban a las escuelas privadas subvencionadas con bajo rendimiento a cerrar sus puertas si no mejoraban. Al aumentar la financiación y el control de calidad, estas medias tuvieron efecto. Llevaron a una proliferación de escuelas privadas subvencionadas en zonas de bajos ingresos en las ciudades chilenas y ayudaron a estudiantes más pobres a mejorar los resultados de sus exámenes en relación a sus pares.

Estos cambios —y otras reformas de 2015 que prohibieron las tarifas y la selección de estudiantes en las escuelas privadas subvencionadas— revelaron que el sistema de bonos podía mejorar significativamente frente a sus primeros días sin controles. Mostraron que con reglas y apoyo del gobierno, y si se asegura que haya transparencia y un criterio ingreso justo, un sistema de bonos puede permitirles a alumnos de todos los estratos socioeconómicos estudiar en iguales condiciones en una escuela pública o privada, incluidos establecimientos laicos y religiosos. De todos modos, hasta la fecha no hay evidencia de que las escuelas privadas subvencionadas tengan un mejor desempeño que las públicas. Ni tampoco hay evidencia de que la competencia de las escuelas privadas subvencionadas haya mejorado el sistema público.

Chile ha hecho mucho por mejorar su desempeño educativo durante los últimos 30 años. Las calificaciones obtenidas en el examen nacional SIMCE, que mide los resultados de estudiantes primarios y secundarios en lectura y matemática, han aumentado de forma constante. El país es el líder en América Latina y el Caribe en las pruebas internacionales PISA para estudiantes de 15 años. La deserción escolar es baja; la matriculación tanto en escuelas secundarias como universidades ha aumentado. Este progreso se ha relacionado con una serie de reformas, como extender la jornada escolar, dar apoyo pedagógico a escuelas más pobres, ofrecer programas de nutrición, evaluaciones estudiantiles regulares, y esfuerzos para que las escuelas sean más transparentes. En ese cóctel, las escuelas privadas subvencionadas quizás no figuran como importantes impulsoras de la calidad educativa. Pero tienen un valioso rol en brindar opciones escolares, y eso es importante para los padres en Chile que suelen preferir la educación privada. Un sistema de bonos bien regulado y con el apoyo necesario puede ser una ventaja. Puede darles a los padres la posibilidad de elegir el ambiente en el que prefieren que aprendan sus hijos.

Las escuelas privadas subvencionadas y temas relacionados serán cubiertos en nuestro próximo libro insignia “Aprender mejor: políticas públicas para el desarrollo de habilidades”, que será publicado por el BID a mediados de 2017.

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