¿Conducen los acuerdos comerciales a la desigualdad de renta?
Image: REUTERS/Jose Luis Gonzalez
Después de 25 años sumidos en un pantano de siglas absurdas ─TLC y BNA, TPP y TTIP─ la política comercial ocupa actualmente un lugar destacado. En su primera semana en el cargo, Donald Trump se estrenó retirando a EE.UU. de la Asociación Trans-Pacífico defendida por Obama; luego amenazó seriamente con la posibilidad de imponer un impuesto de frontera del 20% sobre las importaciones procedentes de países como China y México.
No quiero entrar en una descripción detallada de las ventajas y desventajas de los acuerdos de libre comercio, que tienden a tener resultados económicos netos poco significativos; por lo general, sus implicaciones geopolíticas son más importantes. No quiero entrar tampoco en las complejas consecuencias de la introducción del impuesto de frontera; si se impone una tasa a un componente importado que forma parte de un auto “Fabricado en EE.UU.”, eso perjudicará, en lugar de proteger, a los fabricantes de automóviles de Estados Unidos (por no hablar del que compra el auto).
En lugar de ello, quiero hablar sobre tres puntos muy amplios según su orden de importancia, esto es, de lo menos importante a lo más importante. El primer punto tiene que ver con un lema fundamental de la economía internacional. Sin embargo, vale la pena repetirlo porque es verdad.
La ropa y los electrodomésticos son más baratos en las tiendas Walmart debido a que muchos de estos productos se compran a terceros en el extranjero. Los iPhones serían más caros si se fabricaran en EE.UU., en lugar de ser ensamblados en China con partes procedentes de Alemania, Japón y Corea. Por lo general no prestamos atención al segundo punto: el impacto distribuido del comercio, frente a las consecuencias agregadas.
Los economistas políticos siempre han entendido los efectos asimétricos del comercio. Mientras que los ganadores se encuentran dispersos (todos los consumidores), los perdedores están concentrados (personas que perdieron su empleo porque éste se trasladó al extranjero). Esto crea presiones políticas para el proteccionismo. Sin embargo, como las ganancias agregadas del comercio compensa las pérdidas concentradas, los gobiernos mantienen políticas de libre comercio que utilizan algunas de las ganancias para compensar las pérdidas de los que salieron perdiendo.
Suecia, por ejemplo, bastión de la socialdemocracia, ha estado practicando desde hace mucho tiempo el libre comercio porque es bueno para la economía en general. Sin embargo, el Gobierno sueco, a continuación, utiliza parte de los beneficios del comercio para compensar las pérdidas de los afectados por él, con un estado de bienestar social generosos y programas de reciclaje de envergadura para los trabajadores afectados. Por lo tanto, el libre comercio y el estado de bienestar van de la mano, no sólo en Suecia sino también en todo el norte de Europa.
Se podría decir que EE.UU. debería ser más como Suecia, manteniendo el curso del libre comercio, amortiguando el coste de la pérdida del empleo a corto plazo y dando a los trabajadores afectados las habilidades que necesitan para competir.
No es necesario decir ─por desgracia, creo yo─ que en nada ayudará decir a los estadounidenses que su país debe ser más sueco. En lugar de eso, el espíritu de libre comercio capitaneado por los estadounidenses está más amenazado ahora que en cualquier otro momento desde 1945, ya que el ciudadano medio culpa de su sufrimiento económico al comercio.
Creo que esta perspectiva está en gran medida equivocada, y de eso trata el tercer punto, el más importante de todos.
Esto significa que el camino a seguir por los Estados Unidos es fomentar un mayor volumen de crecimiento económico y ayudar a las personas a beneficiarse de los cambios tecnológicos, en lugar de cerrar las puertas al libre comercio.
Voy a ilustrar lo que quiero decir comparando la década de los 90 (cuando el comercio realmente despegó en EE.UU.) con la última década (2006-2015). En la década de 1990, la desigualdad en EE.UU. aumentó considerablemente. Sin embargo, en todo el abanico de la distribución de la renta, a la gente le fue mejor en términos absolutos. De acuerdo con la Oficina del Censo, el ingreso real de las familias estadounidenses en el primer quintil de la distribución del ingreso (20% de la muestra estadística) se incrementó en más del 25% durante los años 90. Este incremento fue dos veces más rápido que el observado en el quintil inferior e intermedio, pero los individuos de las familias que ocupaban el 60% del extremo inferior experimentaron más del 10% del crecimiento de renta real.
Compare estos datos con los de la última década. La desigualdad de ingresos ha aumentado, pero no tanto como en los años 90 (como se muestra en las mediciones de las distancias entre el cambio de renta en la base y la parte superior de la distribución de la renta en EE.UU.). El ingreso real (es decir, ajustado por la inflación para reflejar el poder adquisitivo) en el quintil más alto aumentó sólo un 2,4% entre 2006 y 2015. Sin embargo, se redujo un -6,6% en el quintil más bajo y quedó invariable en la mitad de la distribución de la renta.
En resumen, la desigualdad de ingresos aumentó más en los años 90 que en la última década. La diferencia es que en conjunto, EE.UU. prosperó menos en los últimos diez años que en la década de los 90. Y aquellos que se encuentran en la parte inferior de la distribución del ingreso empeoraron desde 2006.
¿Qué explican estos resultados? Escuchando lo que dice el Gobierno de Trump, la respuesta sería sólo una: el “comercio”. Esta respuesta, sin embargo, es incompleta. De hecho, creo que está en gran medida equivocada. La mayoría de los economistas creen que el “cambio tecnológico que favorece una alta especialización” (es decir, Internet) está más relacionada con los problemas de las personas de baja renta (y con menos habilidades). Además, lo que más llama la atención en EE.UU. es el bajo nivel de crecimiento registrado en el país en los últimos años, sin duda en comparación con los años 1990.
Los datos anteriores fueron sacados de la base de datos de Indicadores del Desarrollo Mundial del Banco Mundial (la fuente a que recurro para las estadísticas económicas globales). Aquí están las conclusiones que extraigo de estas cifras.
En los años 90, el comercio (exportaciones + importaciones) representó el 21,5% del PIB de Estados Unidos, muy pequeño para los estándares de los países desarrollados, pero comprensible dado el enorme tamaño del mercado interno de Estados Unidos. Internet nació en los años 90, pero sólo una de cada ocho personas tenían acceso a él. El crecimiento económico anual fue del 3,2%, es decir, alrededor de un punto porcentual menos que 20 años después de la Segunda Guerra Mundial, pero muy fuerte en comparación a lo que le siguió.
Hay que comparar esto con la última década. La actividad comercial era todavía inferior al 30% del PIB, tres cuartas partes de los estadounidenses tenían acceso a Internet, pero la tasa media de crecimiento se redujo al 1,3%.
En relación con los cambios de los años 90 y la última década, el comercio creció aproximadamente 1/3, un gran cambio, sin duda. Sin embargo, la penetración de Internet ha aumentado un 600%. La tasa de crecimiento se ha reducido un 60%. Ambos cambios exceden en gran medida al volumen de comercio.
Esas comparaciones muy sencillas apuntan a una idea que considero consistente con el análisis más riguroso. El cambio más significativo en el mercado laboral estadounidense es el impacto de los cambios tecnológicos, no el crecimiento del comercio. Y lo que más afecta el nivel de vida de las familias estadounidenses es la dramática reducción en la tasa de crecimiento (de hecho, el incremento comercial aumentó el crecimiento).
Para mí, esto significa que los dos grandes retos para el Gobierno de Trump son: 1) Aumentar la tasa de crecimiento, y 2) ayudar a más estadounidenses a aprovechar la revolución de la tecnología de la información. Los recortes de impuestos propuestos por Trump y el gasto en infraestructura deben ayudar al crecimiento. Cosas como la educación en línea debe ayudar a que más estadounidenses obtengan los conocimientos informáticos básicos necesarios para tantos puestos de trabajo.
El comercio es un chivo expiatorio político obvio. Sin embargo, no se justifica desde el punto de vista económico. Sólo podemos esperar que los impulsos proteccionistas del Gobierno de Trump se atengan más al reino de la retórica que a la realidad, símbolos en lugar de aranceles.
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Andrea Willige
11 de noviembre de 2024