Destinos académicos B
Image: REUTERS/Mosab Omar
Según datos de la UNESCO, las universidades rusas reciben más de 213.000 estudiantes extranjeros al año. Éstos constituyen un elemento sumamente importante para las universidades del país: los ingresos que han aportado a sus arcas pasaron de los 356 millones de dólares en 2005 a los 1.460 millones en 2015.
En términos cualitativos, el posicionamiento de las universidades rusas es notable –el país cuenta con 22 centros entre los 400 mejor posicionados del mundo, según la clasificación de referencia QS World University Rankings. Rusia muestra todavía más fortaleza en el ranking global de universidades de las potencias emergentes, donde suma 55 centros situados entre los 250 mejor valorados. Más de la mitad de los estudiantes extranjeros proceden de las repúblicas ex soviéticas (sobre todo de Kazajistán) y acuden atraídos por un nivel de excelencia académica incomparablemente superior al que pueden encontrar en sus respectivos países, sobre todo en las especialidades de física, matemáticas, química, ingeniería y ciencias naturales. A su vez, el sistema ruso ofrece la posibilidad de estudiar y obtener títulos en inglés (sobre todo para programas de máster).
La oferta académica rusa es, además, mucho más barata que la de Estados Unidos o Gran Bretaña. El coste de la matrícula oscila entre los 2.000 y los 8.000 dólares anuales y el alojamiento tiende a ser comparativamente razonable. El Gobierno, consciente de la importancia de competir con las universidades occidentales por la atracción de estudiantes de fuera del país, reserva becas específicas para extranjeros.
La geopolítica es una de las posibles amenazas que podrían revertir el vigor de Rusia como destino de estudiantes internacionales. Éstos se sienten, como muchos otros extranjeros, cada vez más amenazados por un discurso xenófobo alimentado por las tensiones en las que está envuelto el país. Sin embargo, los grandes destinos occidentales no están tampoco exentos de la retórica contra los extranjeros, por lo que fenómenos como Brexit generan una incertidumbre de la que Moscú podría beneficiarse en su pugna por la atracción de universitarios foráneos.
El país lleva años creciendo en importancia como epicentro del comercio, el turismo, la energía o las finanzas, pero no se habla tanto de su vigor educativo: recibe a más de 73.000 estudiantes extranjeros cada año, fundamentalmente para cursar estudios en inglés, lo que sitúa a esta nación de poco más de nueve millones de habitantes entre los principales destinos académicos del mundo.
Las cuantiosas cuentas públicas, engrasadas con los hidrocarburos y con los ingresos de su creciente diversificación económica, han posibilitado el establecimiento de un sistema universitario sin parangón en la región que atrae sobre todo a estudiantes de India y de diversos países de Oriente Medio como Siria, Omán, Jordania y Egipto, todos los cuales pueden disfrutar de un lugar estable y de costumbres generalmente más relajadas que las que predominan en el entorno.
En un país de mayoría expatriada, con una demanda local muy escasa, la oferta académica está claramente pensada para los estudiantes internacionales, y algunas instituciones de prestigio global norteamericanas, europeas e indias han establecido centros en Emiratos Árabes.
La orientación internacional y la intención de convertir la universidad en un activo de diversificación clave de cara a un futuro postpetrolero se hacen evidentes en el sobredimensionamiento del sistema –sólo el emirato de Dubai cuenta con más de 57 universidades– y en la asignación de hasta un 20% del presupuesto nacional a cuestiones educativas.
La calidad de los centros universitarios está aún lejos de la de los principales destinos académicos internacionales, pero los esfuerzos realizados arrojan ya resultados impresionantes para un país tan pequeño y carente de tradición académica (los Emiratos no tuvieron su primera universidad hasta 1977). Actualmente, seis de sus universidades figuran entre las 400 de la clasificación QS, y siete entre las 100 del ranking de países árabes.
Sin embargo, algunos estudios cuestionan el nivel general de preparación de los estudiantes matriculados, lo que obliga a las autoridades a destinar hasta el 30% de su presupuesto educativo a formarlos específicamente para estar a la altura de las exigencias universitarias.
El esfuerzo por atraer a estudiantes extranjeros convive paradójicamente con la tendencia de buena parte de los nacionales emiratíes a estudiar fuera del país. Esto está incentivado por las autoridades, que aportan financiación a unos 4.000 estudiantes cada año para matricularse en universidades foráneas.
El Reino, que cuenta con una cifra anual de más de 73.000 estudiantes extranjeros, ha aprovechado parte de sus excedentes petroleros para financiar un sistema de educación superior extenso y de calidad, con más de 25 centros públicos y 65 privados y otras muchas escuelas técnicas especializadas. Siete universidades figuran en la clasificación QS y otras 19 en el ranking dedicado a los países árabes.
Las peculiaridades de una sociedad como la saudí están lejos de disuadir a sus alumnos internacionales, que proceden sobre todo de países y territorios tan problemáticos como Yemen, Siria, Egipto, Palestina y Pakistán. Estos jóvenes pueden estudiar en inglés en centros saudíes de excelencia, muchas veces gratuitos, y beneficiarse de las ayudas económicas que aportan las autoridades para atraer universitarios (tanto hombres como mujeres) al país.
Aun siendo la sede de los lugares más sagrados del islam, las universidades saudíes no seducen gracias a los estudios de teología, sino a su especialización en materia de ingeniería de los hidrocarburos. La universidad Rey Fahd está considerada como la mejor de Oriente Medio en esa disciplina, lo que sugiere además una complicidad entre los estudios cursados y las lucrativas oportunidades laborales en la industria saudí del gas y el petróleo.
Los grandes flujos de inversión pública que ha recibido el sector educativo no han ido a parar sólo a la creación de una red local de universidades de alto nivel, sino sobre todo a financiar los estudios de los saudíes en el exterior –se calcula que hay alrededor de 200.000 en todo el mundo–, cometido para el que se destinaron unos 6.000 millones de dólares en 2014.
No obstante, aquella largueza promovida por el difunto rey Abdulá fue propia de una era en la que el barril de petróleo cotizaba más alto: ahora la prioridad es reducir esos cuantiosos subsidios, seguir desarrollando la red universitaria nacional y asegurar la llegada de estudiantes extranjeros para consolidar la educación como un factor adicional de diversificación económica.
La ciudad-Estado recibe alrededor de 49.000 estudiantes extranjeros cada año, sobre todo asiáticos, situándose como un destino de referencia mundial. El dato resulta sorprendente al considerar que la población de Singapur apenas supera los cinco millones.
Más impresionante todavía es el posicionamiento internacional de las universidades de Singapur, con dos centros situados entre los 15 primeros del mundo. Sus universidades compiten mediante atractivos programas que combinan las diferentes lenguas oficiales (inglés, malayo, mandarín y tamil) y entre los que destacan especialidades como Derecho, informática, ingeniería mecánica, contabilidad y finanzas, farmacia, lenguas modernas o periodismo. Y aunque el país presente unos costes de matriculación y de vida altos en el contexto del sureste asiático, éstos siguen siendo considerablemente menores que los existentes en destinos globales como EE UU, el Reino Unido o Australia.
Singapur constituye un caso excepcional en su apuesta por la excelencia educativa, lo que se manifiesta no sólo en el liderazgo global de sus alumnos de secundaria en el informe PISA, sino también en la consolidación de un sistema universitario de primer nivel y con fuertes vínculos con el mercado laboral.
Este último aspecto es clave. La vertiente práctica y orientada al mundo profesional que exhiben las universidades de Singapur es muy apreciada, pero también ha originado una cierta fuga de cerebros. Las autoridades están intentando revertir este fenómeno e incentivando a los estudiantes foráneos más brillantes para que desarrollen su carrera laboral en Singapur.
Al mismo tiempo, el Gobierno estima que el mercado de trabajo se ha contraído fuertemente en los últimos cinco años por culpa del inmenso flujo de profesionales foráneos. Por ello, Singapur se ve en la intención contradictoria de animar a los estudiantes más brillantes a quedarse a trabajar en el país, y de reducir simultáneamente la financiación dedicada a los alumnos internacionales en favor de los locales.
Todo lo anterior puede producir inquietud a los muchos asiáticos que contemplan estudiar en Singapur, pero difícilmente restará preponderancia como destino académico al que es ya, a pesar de su tamaño, el más reputado enclave educativo del continente.
Con algo más de 42.500 estudiantes extranjeros al año, el país figura entre los primeros destinos mundiales de universitarios internacionales. Se trata además de un fenómeno relativamente reciente, pues los centros de enseñanza surafricanos permanecieron cerrados al mundo hasta la abolición del Apartheid en 1994. Desde entonces, las cifras no han hecho sino crecer.
La consolidación del país como potencia económica regional y multilingüe ha propiciado el desarrollo de una infraestructura universitaria de alto nivel, con nueve centros situados en la QS World University Rankings. Mejor parado todavía sale el país en la clasificación de los emergentes, donde figuran 11 universidades surafricanas.
La educación superior nacional basa parte de su atractivo académico en ciertas ramas especializadas, como los estudios de desarrollo, en los que universidades como la de Ciudad del Cabo o la de Witwatersrand son referencias internacionales. A su vez, Suráfrica se beneficia de la escasa oferta educativa de los países de su entorno: casi el 80% de los estudiantes extranjeros son africanos, y más específicamente de la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC, por sus siglas en inglés).
Los bajos costes de matriculación, las becas gubernamentales, la estabilidad política –en comparación con algunos países contiguos– y la buena aceptación internacional de las titulaciones expedidas por sus universidades hacen que muchos estudiantes de la región se decidan por la cercana Suráfrica en lugar de por centros fuera del continente.
Una amenaza a su vigor como destino de estudiantes internacionales es la creciente conflictividad en el campus. Los planes gubernamentales de incrementar los costes de matriculación han provocado manifestaciones violentas que demuestran que las universidades del país no son el armonioso santuario que muchos pensaban, lo que lleva a que algunos extranjeros se replanteen Suráfrica como destino académico.
El país sufre sus propias dinámicas de xenofobia, que recae sobre los estudiantes procedentes de otros países africanos. Existe la percepción de que esos extranjeros se aprovechan injustamente de los recursos estatales –en concreto, se les acusa de beneficiarse de becas y subsidios que de otra forma se destinarían a estudiantes nacionales–. Esto suscita un ambiente de relativa hostilidad y ha derivado en medidas como el endurecimiento de los requisitos para la estancia legal de los extranjeros en el país una vez concluidos sus estudios, si bien estas condiciones se han flexibilizado recientemente con la extensión de validez de los visados.
Será necesario un esfuerzo consciente para resistir la ofensiva xenófoba y mantener las puertas abiertas a los estudiantes de la región. No en vano, el intercambio académico es un objetivo prioritario de la SADC, que firmó ya en 1997 un Protocolo que recomienda a sus miembros reservar al menos el 5% de sus plazas universitarias a nacionales de otros países de este bloque regional.
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