Geo-economía y Política

Basta de echar la culpa del crecimiento del populismo a la angustia económica

Republican president-elect Donald Trump's Trump Tower is seen in the Manhattan borough of New York, U.S., November 27, 2016. REUTERS/Darren Ornitz - RTSTKC3

Image: REUTERS/Darren Ornitz

Glen O’Hara
Professor of Modern and Contemporary History, Oxford Brookes University

Los resultados de las elecciones en EE. UU. fueron un shock para muchas personas, e inmediatamente llevaron a todos a hacer un examen de conciencia. La izquierda ya apunta el dedo a la globalización, economía de élite, desigualdad creciente, junto con la desaparición de buenos trabajos bien remunerados.

Dado que Hillary Clinton perdió esta elección en tres estados del cinturón industrial asolados por la caída de la producción, Pennsylvania, Michigan y Wisconsin, prima facie existe evidencia de que es así. Trump constantemente ha criticado los acuerdos comerciales que han “costado su trabajo a los norteamericanos”, lo cual le ha hecho ganar votos en estos estados. Y todo ello ha resultado en un alejamiento de los Demócratas a favor de los Republicanos entre los votantes con más bajos ingresos.

No obstante, esta no es la historia completa; ni la parte principal. Las elecciones son, son sobre todo, complejas: un lugar de encuentro de narrativas, intereses, lealtades, identidades y concepciones enfrentadas del individuo y el estado que no pueden contenerse en un recipiente etiquetado “caída de la economía” o “ansiedad económica”.

¿Qué rebelión económica?

Ordenemos las cosas: diga lo que quiera, pero Clinton ganó el voto popular, probablemente, al final, por el 2% o más. Eso no demuestra mucha rebelión económica, al menos en general, y especialmente en los estados en los que un gran número de habitantes son personas de color, el grupo más golpeado por la Gran Recesión. Clinton compitió muy bien en Georgia y Arizona, e incluso obtuvo ventaja en lo profundo de Texas.

Resultados al 17 de noviembre de 2016. (Imagen: Político)

Sí, realmente parece que el número de votantes afroamericanos e hispanos cayó, pero nuevamente, no se ha hecho un análisis profundo del papel que jugaron las leyes de identificación de los votantes inspiradas por los republicanos.

La política del miedo

La tendencia de culpar a la globalización por el crecimiento del populismo ignora también otra tendencia apoyada por una biblioteca completa de evidencia de las ciencias sociales: las personas (en particular los votantes masculinos mayores, blancos y menos educados) tienden a sentirse atraídos por la nueva ola del populismo de derechas, ya que tienen una visión autoritaria y experimentan sentimientos de aislamiento cultural.

En reacción a un sentimiento de amenaza cultural, y totalmente rodeados por lo que parece ser un torbellino de cambio, muchos hombres blancos mayores, en elecciones recientes, han apoyado las visiones de lo nostálgico y radical. Nostálgico, porque el ruido que se ha hecho sobre raza, sexualidad y género los retrotrae a un pasado imaginado y seguro; radical, porque en sus corazones sienten que la agitación política es tan vasta que se necesitarán pasos gigantescos para lograr los objetivos.

Existe una inmensa cantidad de información acerca de un sentimiento de ocaso del privilegio y la autoridad de los blancos, hostilidad contra los inmigrantes, desagrado por el multiculturalismo, y el contragolpe que esta elección, en parte, y solo en parte, representa. No todo es economía.

El clima político

Otro factor al que se le ha restado importancia en los análisis económicos de la elección en los Estados Unidos son las peculiaridades de la cultura norteamericana. Rara vez obtenemos un análisis exhaustivo de los acontecimientos vistos desde sus raíces, presenciados en las calles de Estados Unidos y de los cuales se obtiene una imagen mediática idealizada.

¿Dónde están nuestros analistas europeos que entraban y salían de los bares y calles secundarias de Carolina del Norte, Ohio e Iowa, todos estados gobernados por Obama, pero en los que Clinton perdió? ¿Dónde están los escritores que comprendieron la atracción que ejercía el héroe norteamericano, solitario, excluido de su clase y partido, que llega a salvarlos? Seguramente un elemento más en el ascenso de Trump es este; un insurgente independiente que ha tomado el control de todo un partido.

¿Dónde está el razonamiento que explique por qué el gran plutócrata benefactor podría preferirse a la profesional intolerante y mediocre? Clinton falló en su intento de evocar la esperanza, el cambio, un futuro mejor: esos elementos clave del cliché del sueño americano que Obama comprendía tan bien, pero no podía finalmente usar para ayudar a su partido. Fracasó en la descripción de cómo sería su Norteamérica. No fue clara como el agua, y solo usó unas líneas clave. Y perdió. No todo se trata de la caída de la industria.

Lealtades partidarias y guerras culturales

En la mayoría de los análisis económicos de las elecciones se pasaron por alto dos fuerzas muy poderosas: lealtades partidarias y guerras culturales.

A pesar de cierta debilidad aquí y allá, donde los ciudadanos bien educados de los suburbios decidieron que simplemente no podían votar por Trump, los norteamericanos más ricos, en líneas generales, siguieron siendo fieles al Partido Republicano.

Evidentemente, la lealtad partidaria eclipsa todo lo demás, especialmente con la designación de al menos un juez de la Corte Suprema en juego. Vale la pena explorar el otro lado de un caso económico que sí tiene un cierto mérito: una clase media alta y ciudadanos ricos mayores tan satisfechos con la superabundancia, tan seguros, tan ricos y tan favorecidos por la autocracia, que creen que la República siempre prevalecerá, que el capitalismo siempre servirá a sus intereses y que el caos jamás llegará a sus puertas.

En cuanto a las guerras culturales, Trump juega un excelente papel como empresario con valores neutrales y gran liviandad ideológica, preparado para cualquier acuerdo, siempre y cuando funcione. Pero esta fue, de hecho, la elección de las guerras culturales por excelencia, enfrentando una mujer contra un hombre las costas contra el interior, el cinturón industrial contra la franja del sol, las universidades contra los trabajadores, el campo contra la ciudad.

Esto, por un lado, encendió el sexismo oculto por doquier; que la evidencia lo demuestra pudo tener aún más éxito en el escenario de gran energía y emoción que deliberadamente Trump y su equipo montaron.

Más cuantificable, una categoría inmensa de “blancos faltantes”, que no votaron en 2008 y 2012 tanto porque Obama era tan impactante como porque su elección era muy probable (al menos la primera vez), que aparecieron en el Medio Oeste. ¿Es realmente probable que estos votantes poco regulares, de más edad y menos educación sean los trabajadores enojados de las fábricas tan preocupados porque sus trabajos se están yendo a México? ¿O están más enojados por la “corrupción” en Washington y el estancamiento, el derecho a portar armas, el aborto, y el resentimiento por la vergüenza cultural que se sienten forzados a cargar? Apostaría por esto último. No todo se trata de dinero.

Una campaña de desencuentros

El punto final que se ha omitido en casi todos los análisis es la campaña en sí misma. Archivar todo en una misma carpeta con la etiqueta “economía” deja de lado casi todo lo que sabemos sobre competencias recientes en las que muchos votantes se deciden a último momento, y en las que muchos votantes ocupados con poca información deben tomar decisiones dentro de una nebulosa de noticias falsas y con datos de las burbujas de los filtros de las redes sociales que están drenando el verdadero corazón de nuestras democracias. Un relato ampliamente divulgado relacionado con los correos electrónicos robados de Clinton, que ayudaron a pintarla como una consumada e intrigante “infiltrada”, la peor forma de insultar a un candidato cuando tantos votantes ya se sentían ignorados por Washington.

Luego, para completar el cuadro, el FBI, con la dirección de James Comey, dijo que estaban nuevamente examinando los correos electrónicos de los Clinton, abriendo todas las viejas heridas sobre corrupción, encubrimientos, evasión y posibles delitos que han perseguido a los dos Clinton desde principios de los años noventa. Era demasiado para no tomar en cuenta cuando Trump ya estaba a una distancia sorprendente.A pesar de que la evidencia no está completa (y podría no estarla jamás), probablemente la desmoralizó un poco al final. Si estuviera escribiendo una historia instantánea en este momento, diría que la victoria delgada como una hoja de afeitar de Trump en los tres estados clave podría explicarse perfectamente por la carta de Comey.

Incluso en 2014, los votantes tenían dudas acerca de la credibilidad de Clinton. Una campaña larga e implacable no fue de gran ayuda.

Lo que la izquierda simplemente no entiende

¿Qué importancia tiene todo esto? En primer lugar, la interpretación económica cruda que muchos de los norteamericanos y europeos de izquierda se están permitiendo elimina la dignidad de la elección: autonomía del votante, entereza, definición individual, creencias personales.

Los políticos y activistas con inclinación izquierdista con buena educación del oeste, que por muchos años han obtenido cada vez más títulos y vivían en las ciudades, no entienden las ideas no liberales. Y jamás lo harán. El surgimiento fuerte y prolongado de ideologías y políticas no liberales en todo el mundo, desde los “estados en desarrollo” del sudeste asiático, a través de la autocracia administrada rusa, pasando por los populismos en América Latina, tanto de izquierda como de derecha, ahora queda muy en claro, y se fortalecerá aún más con la victoria de Trump.

La política poderosa, “patriótica” y aislada está de moda, en general, en detrimento del crecimiento mundial. Los responsables de tomar las decisiones deberán enfrentar esa realidad.

Pero en todo el mundo desarrollado, la izquierda está tratando de aceptarlo. Está en la lucha por un cambio, consumida por un tipo peculiar de determinismo económico pseudopolítico y submarxista que la mayoría de los estudiantes universitarios excluirían de sus ensayos sobre las revoluciones de 1848 o 1917. Ciertamente una política sin mucho de política. Es tan ilegible, el titular de la “ansiedad económica blanca”. Tan limitado. Tan empobrecido. La izquierda no escucha, no puede oír y no puede ver. Y entonces pierde: una y otra y otra vez.

Este artículo es una versión editada de una publicación que apareció primero en el blog personal del autor.

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