La automatización no es el fin del mundo. Aquí le contamos por qué
Image: REUTERS/Jason Lee
¿Qué le quita el sueño?
Para muchas personas en todo el mundo, la respuesta es el desempleo. El trabajo no solo nos permite mantenernos a nosotros mismos y a nuestras familias: amplía nuestras posibilidades de ser y hacer lo que deseamos; da sentido y ritmo a nuestros proyectos como parte de un contrato social más amplio. Este es el motivo por el que, en tiempos de múltiples crisis y de transformaciones económicas, tememos perder lo que tanto atesoramos por un supuesto apocalipsis de la automatización.
Es verdad: si un robot puede realizar una tarea rutinaria de manera más económica, más rápido y mejor, probablemente se haga así. También es probable que las máquinas nos impulsarán a especializarnos en nuestras ventajas competitivas: más trabajo “humano”, inteligencia creativa y social, tareas interpersonales y no rutinarias son lo que nos hace resilientes y adaptables a los cambios.
El futuro del trabajo es mucho más que la automatización. Se trata de un acceso justo a las oportunidades y la facilidad de acceso. Consiste tanto en encontrar empleo como en ser emprendedor. El futuro del trabajo contempla nuevas formas de preservar, compartir, difundir y generar valor económico y social. Los avances en materia de conocimiento y tecnología ya nos han capacitado con nuevas habilidades y soluciones. Estos se reducen a tres "C": circular, colaborativo y conectivo.
Una mirada al futuro del trabajo
En el siglo XXI, el progreso se basa en la economía circular y la innovación social. A medida que alcanzamos los límites planetarios y el desempleo encabeza nuestra lista de preocupaciones, ya no podemos darnos el lujo de desperdiciar nuestro capital, sea este natural o humano. Una economía circular puede ayudar a poner fin a eso.
Preservar y descubrir el valor no es suficiente. Se debe compartir y debe ser accesible. Esto es cada vez más posible en una economía con mayor colaboración. Las comunidades en Brooklyn, Nueva York, están creando una economía compartida para que el intercambio de energía entre pares sea más resistente y sacar a los vecinos de la pobreza energética. Por lo tanto, si los paneles solares de una casa producen electricidad en exceso, que generalmente se desperdiciaría, ese excedente se puede transferir inmediatamente a otro, y a un precio determinado localmente. Del mismo modo, ya que los automóviles están estacionados en promedio el 92 % del tiempo, ¿por qué no compartirlos con quienes tienen problemas de movilidad y maximizar los beneficios de todos?
Por último, las innovaciones circulares y colaborativas no funcionarían tan eficientemente —si es que lo hacen— si no hubiéramos entrado en la era de la economía conectiva. Gracias a la conectividad, los drones pueden activarse con un solo clic para entregar medicamentos en zonas rurales, y salvar vidas que con una ambulancia nunca habría sido posible. La parte más cara de ese dron —que se puede construir en 15 minutos —fue probablemente el resultado de un hackatón mundial que lo hizo fácilmente accesible y redujo su costo a 8 USD. La conectividad amplía nuestra imaginación, y nos permite diseñar soluciones a problemas aparentemente irresolubles e inventar nuevas profesiones que no hace mucho tiempo solo pertenecían a la ciencia ficción.
La conectividad también significa que podemos invitar a más talentos —todos los talentos— al lugar de trabajo futuro. Iniciativas como Stevens utilizan intercambios virtuales para desarrollar habilidades interculturales y facilitar la integración de los niños inmigrantes de hoy a la mano de obra cada vez más diversa de mañana. Los ancianos y las personas con discapacidad pueden superar sus límites físicos e ingresar en los lugares de trabajo digitales. Las mujeres pueden eliminar las últimas barreras de la discriminación de género.
Cuando miramos el futuro del trabajo con lentes circulares, colaborativas y conectivas, deja de parecerse al apocalipsis de la automatización. Estas "tres C" no son solo los atributos de una economía que bien puede producir un mínimo de residuos y beneficios máximos para una mayor cantidad de personas. Son cualidades de una sociedad en red en la que nos hacemos individualmente más fuertes cuando actuamos colectivamente. Son habilidades esenciales que nos permiten convertir problemas específicos en posibilidades sistémicas, y dar forma al futuro del trabajo que queremos. Demuestran que, en el siglo XXI, la solidaridad no es solo una cualidad ética, sino que tiene sentido social y económico. Un robot no puede ver y aprovechar eso.
El autor es miembro de la Comunidad Global Shapers del Foro Económico Mundial, una red de jóvenes de entre 20 y 30 años de edad, que se destacan en su potencial, sus logros y su voluntad de contribuir positivamente a sus comunidades.
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13 de diciembre de 2024