La revolución de los estudios de Relaciones Internacionales
Los centros de educación superior en España y América Latina han reaccionado y se están enfrentando a esta transformación Image: REUTERS/Adrees Latif
Los estudios en Relaciones Internacionales (RRII) están enfrentándose a un desafío que los ha empezado a redefinir con urgencia en Estados Unidos y que va a seguir revolucionándolos en los próximos años. Estas grandes transformaciones, dos sobre todo, ya han empezado a llegar a España y América Latina.
La primera transformación es que la autonomía y utilidad de la propia disciplina de las Relaciones Internacionales está seriamente cuestionada. La creciente globalización e internacionalización de los profesionales y los mercados convenció durante décadas a muchos académicos de que el grado de RRII apenas había que justificarlo, porque integraba y permitía profundizar en un amplio abanico de materias en la que ningún otro programa profundizaba.
Se añadía, en definitiva, una perspectiva novedosa a las Ciencias Políticas, el Derecho, los estudios culturales o la Economía y se integraban todos esos ángulos en un mismo espacio para beneficio de los estudiantes, que adquirían un conocimiento único que les permitiría aprovechar las oportunidades que prometía la globalización, identificar las amenazas y explicar esta nueva realidad a empresas, instituciones y opinión pública.
Ahora mismo, con la emergencia de áreas cada vez más técnicas y especializadas en cada disciplina y con la rapidísima internacionalización de todos los estudios, ha dejado de ser obvio que los estudiantes de grado o de máster de Relaciones Internacionales estén mejor preparados para asumir un protagonismo especial en el mercado laboral planetario. Eso se puede resumir y explicar en dos grandes puntos.
Primero, los perfiles generalistas han perdido brillo, atractivo y utilidad frente a los perfiles especializados para las empresas y las instituciones y casi cualquier empleador. Esto ha dificultado la inserción laboral de alumnos como los estudiantes de Relaciones Internacionales, que tienen una formación puramente generalista y se ven obligados a competir con otros profesionales cuyos conocimientos técnicos son más relevantes para los puestos de trabajo que exigen formación universitaria.
Y segundo, casi todas las carreras han multiplicado su carga internacional porque la posibilidad de estancias en el extranjero se ha universalizado (es el caso de los Erasmus), los requisitos de idiomas e incluso de simple y llano bilingüismo se han endurecido, el intercambio de las ideas académicas se ha acelerado y globalizado (las nuevas técnicas y paradigmas llegan antes a las universidades y escuelas de negocios de España o Brasil) y cada vez son más los alumnos que demandan en casi todas las carreras una formación que les sirva para trabajar en multinacionales, empresas locales que comercien con el exterior, instituciones internacionales o directamente en otros países.
Es obvio que los centros de educación superior en España y América Latina han reaccionado y se están enfrentando a esta transformación. La aparición de los grados de Relaciones Internacionales en España, a diferencia de los másteres, es muy reciente y coincide prácticamente con el estallido de lo peor de la crisis en 2010. El hecho de que promociones enteras de estudiantes se fuesen directamente al paro o acabasen en empleos precarios forzó a las universidades a apostar más decididamente por su internacionalización desde el primer curso de la carrera. Debían proporcionarles las habilidades y conocimientos necesarios para trabajar en el extranjero.
Eso explica por qué, justo cuando los grados en Relaciones Internacionales se cuestionan de forma más crítica en Estados Unidos y cuando empiezan a sufrir en consecuencia recortes en los fondos públicos que los subvencionan, esos mismos estudios hayan aflorado a toda velocidad en muchas de las universidades españolas.
Una de las ventajas de haberse incorporado tarde a la oferta mundial de este tipo de programas es que esos centros también han acelerado su curva de aprendizaje. Han comprendido rápidamente que los grados en RRII multiplican su relevancia, utilidad y atractivo para los empleadores cuando se combinan con otros grados que ofrecen conocimientos más técnicos. Sin embargo, llegar a esa conclusión les has llevado décadas a las universidades estadounidenses y eso significa que la modernización de sus programas, debido a las infraestructuras e intereses creados durante años en sus facultades, está siendo más lenta y dolorosa. Es más fácil cambiar cuando eres joven.
La segunda de las grandes transformaciones a las que aludíamos al principio del artículo es la creciente demanda de que los estudios de Relaciones Internacionales, sean los de máster, grado o doble grado, estén más orientados a las necesidades de sus clientes. Esta idea tan simple tiene consecuencias muy complejas, porque exige un cambio profundo de mentalidad. Además, los centros académicos tienen que empezar a comprender que sus clientes son de tres tipos: los alumnos nacionales, los alumnos extranjeros y los empleadores nacionales y extranjeros.
Una de las implicaciones de esto es que deberían preguntarse por qué los programas de Relaciones Internacionales tienen que ser casi idénticos en todas las localizaciones en vez de aprovechar algunas de las fortalezas de las culturas y los Estados donde se imparten. Es decir, como bien plantean muchos estudiantes foráneos, un programa de Relaciones Internacionales en México o Argentina debería, por ejemplo, dar mayor importancia a los asuntos latinoamericanos y facilitar el aprendizaje o el perfeccionamiento del español a los extranjeros en vez de impartirse únicamente en inglés.
Otra implicación es que tienen que empezar a analizarse con cuidado los números de inserción laboral de los alumnos por destinos y sectores, el tiempo en el que el salario del estudiante le permite recuperar la inversión realizada en sus estudios y las estadísticas que indican su satisfacción respecto a ellos. Todas esas cifras deben desatar consecuencias directas sobre los programas, sus coordinadores y los profesores que imparten las asignaturas.
Además, deberían potenciar los acuerdos con las empresas e instituciones donde se realizan las prácticas en vez de sentarse a esperar que los estudiantes las encuentren por sí mismos en un mercado laboral muy azotado. Esto se traduce en que los centros de educación superior tendrán que establecer alianzas no solo con actores locales, sino también con empresas e instituciones internacionales. Aquí es vital evaluar la satisfacción del estudiante con sus prácticas a corto plazo (¿me han resultado útiles?) y a medio plazo (¿me ayudaron aquellas prácticas a encontrar mi primer empleo?).
Lo que se plantea en los dos párrafos anteriores provocará, llevado a su máxima expresión, una transformación considerable de los departamentos de prácticas de las universidades y la conversión del perfil de sus profesionales, enclavados tradicionalmente en tareas administrativas, en algo más próximo al de los consultores de recursos humanos o headhunters, que es lo que las empresas y los alumnos les demandan. Esto podría ir ligado a incentivos que los animen no solo a gestionar o tramitar los contactos que tienen o les llegan solos, sino a identificar nuevas oportunidades y perfiles, rastrear nuevas alianzas como auténticos comerciales y responder mejor a las necesidades de sus clientes.
En un sistema orientado a que los títulos de Relaciones Internacionales sean relevantes para estudiantes y reclutadores, el papel de los profesores y el de las redes de antiguos alumnos debería cambiar. Entre los docentes, incluso en las universidades, no solo deben encontrarse sobre todo académicos o investigadores de think tanks, sino muchos más profesionales de otros ámbitos que ayuden a orientarse a los estudiantes identificando las habilidades y conocimientos técnicos que se demandan en sus sectores e incluso ofreciéndoles, por qué no, oportunidades laborales o de prácticas.
También parece claro que, como mencionábamos antes, las asociaciones de antiguos alumnos tendrían que jugar un papel mucho mayor a la hora de aportar relaciones, contactos y experiencias a los estudiantes que van a salir al mercado laboral.
Otra de las ventajas de haber llegado tarde a los estudios de RR II en España y buena parte de Latinoamérica es que la salida de los estudiantes al mercado laboral es relativamente reciente y que las redes sociales y el big data abren nuevas puertas impensables hace años. Eso significa que se pueden construir asociaciones fuertes, auténticas comunidades de antiguos alumnos, y que mantenerse en contacto con ellos y la información sobre sus trayectorias y paraderos es infinitamente más accesible que si, como ocurre en Estados Unidos, muchos programas hubieran sobrepasado los 30 años de vida.
Más allá de esas dos grandes transformaciones, existen cambios más pequeños que muchos antiguos alumnos de los másteres y grados en Relaciones Internacionales creen que deberían aplicarse con intensidad. Uno fundamental afecta a la enorme importancia que está adquiriendo la gestión de proyectos y presupuestos en entornos multiculturales en sus carreras profesionales y a la escasa atención que recibió en sus programas académicos.
Esa gestión de proyectos y presupuestos no tiene nada que ver con los trabajos en equipo tradicionales, sino con diseñar iniciativas más complejas donde intervengan profesionales de distintos perfiles académicos y orígenes.
Un ejemplo podría ser fundar una pequeña empresa que incluya la participación de los alumnos de diferentes programas académicos vinculados con las Relaciones Internacionales (como los dobles grados en RR II y Derecho, Comunicación, Administración y Dirección de Empresas, Traducción e Interpretación, etcétera) y que cuente con la especial participación de estudiantes extranjeros. Esas actividades podrían complementarse con conocimientos sobre liderazgo y gestión de equipos y también otros más básicos de protocolo sobre cómo deben dirigirse a sus interlocutores en culturas distintas a las de Occidente.
Otro cambio tiene que ver con la transparencia de los datos de inserción laboral por sectores y de las estadísticas de satisfacción de los antiguos alumnos. Tanto las empresas que inscriben a sus profesionales en los programas como los futuros estudiantes, sean de grado o postgrado, quieren tener la capacidad de comparar la oferta académica de distintos centros y tomar una decisión informada. Esta reforma no afecta, por supuesto, en exclusiva al ámbito de las Relaciones Internacionales.
Algunos antiguos alumnos también consideran que sería necesario implementar más dobles grados de Relaciones Internacionales entre universidades de culturas y países distintos (se cursaría la mitad de programa en cada localización). Eso permitiría una inmersión mayor en otras culturas e idiomas, ampliar las redes de relaciones transnacionales que les serán útiles más adelante y que los estudios en el extranjero impliquen un nivel de exigencia similar en los dos centros.
Ha dejado de ser aceptable que en algunos programas de intercambio los niveles de exigencia desciendan dramáticamente en el país de destino en comparación con los del centro de origen y también ha llegado el momento de romper la endogamia de los centros y de evitar que un estudiante se mantenga dentro de los estrechos límites de una metodología académica como podría ser, por ejemplo en Europa, la tradición continental o la anglosajona. Se buscan mentes abiertas, adaptables, flexibles. Como el mundo que les espera.
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