El mundo digital se acelera y es hora de que los estándares tecnológicos lo alcancen

A medida que la inteligencia artificial (IA) evoluciona, las ciudades inteligentes rastrean movimientos y los algoritmos deciden entrevistas de trabajo, la pregunta que enfrentan las sociedades ya no es si la tecnología digital moldea nuestras vidas, sino cuán responsablemente lo hace.

Sin embargo, en medio de esta transformación veloz, hay un elemento cuya ausencia salta a la vista: estándares éticos compartidos sobre cómo se desarrollan, implementan y gobiernan estas tecnologías. Hemos creado un mundo digital sin un plano que garantice seguridad, equidad e impacto a largo plazo.

La inversión global en tecnologías digitales sigue en aumento, pero las vulnerabilidades sistémicas críticas se han vuelto cada vez más evidentes:

Estas cifras no son simples anomalías técnicas. Señalan una falla estructural en el diseño de sistemas digitales que consideren la ética y la resiliencia desde el inicio.

Esperamos estándares rigurosos en la seguridad alimentaria, la construcción y la aviación; entonces, ¿por qué deberían ser diferentes la inteligencia artificial o la salud digital?

Los estándares cumplen dos funciones clave. Primero, ofrecen un marco común para garantizar seguridad, transparencia y responsabilidad, especialmente cuando las tecnologías traspasan fronteras. Segundo, generan confianza en el mercado al alinear a los distintos actores —desde gobiernos hasta inversores— en torno a expectativas compartidas.

Sin embargo, el panorama de estandarización para la tecnología digital sigue siendo fragmentado y reactivo. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), menos del 10 % de las tecnologías emergentes están reguladas por normas internacionales que aborden riesgos éticos o sociales.

Están surgiendo algunos esfuerzos prometedores. La Ley de IA de la Unión Europea adopta un enfoque basado en riesgos para regular los sistemas de inteligencia artificial.

El Centro para la Cuarta Revolución Industrial del Foro Económico Mundial está poniendo a prueba espacios de gobernanza experimental (governance sandboxes) en colaboración con gobiernos y empresas de todo el mundo. Instituciones sin fines de lucro también han presentado estándares con enfoque técnico que priorizan principios éticos de diseño desde las etapas iniciales de desarrollo.

Sin embargo, estas iniciativas siguen estando desconectadas. Sin una coordinación global, las empresas enfrentan un mosaico de reglas —o, peor aún, un vacío regulatorio que prioriza la velocidad sobre la integridad.

La tecnología no existe en el vacío; los valores la moldean, pero ¿de quiénes son esos valores?

Muchas iniciativas actuales están dominadas por voces del Norte Global, lo que genera preocupaciones sobre el colonialismo digital. A medida que las economías emergentes implementan la IA en agricultura, educación y salud pública, es fundamental que los estándares reflejen contextos culturales, económicos y políticos diversos.

Además, el desarrollo tradicional de estándares puede llevar años.

En un mundo donde los modelos de IA evolucionan en semanas, necesitamos procesos más rápidos, colaborativos y dinámicos. La gobernanza ágil —que incluye herramientas éticas de código abierto, entornos de prueba dinámicos y consultas iterativas con las partes interesadas— ofrece un modelo posible.

Estos son tres pasos concretos para acelerar la adopción responsable de la tecnología digital:

Las empresas deben ir más allá de listas de verificación e integrar los derechos humanos, el impacto social y los riesgos a largo plazo desde el inicio del desarrollo tecnológico. Metodologías probadas como el diseño sensible a valores y las evaluaciones éticas de impacto pueden guiar este proceso.

En la práctica, esto implica que los equipos de producto colaboren con expertos en ética, la sociedad civil y las comunidades afectadas antes de lanzar nuevos sistemas. Varias normas impulsadas por la industria ya ofrecen marcos para esto. El desafío ahora es escalar y hacer cumplir estas prácticas.

Los estándares no solo protegen al público, también protegen a las empresas. Al alinear la ética digital con los criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ESG, por sus siglas en inglés), los inversores pueden premiar a las compañías que adopten proactivamente las mejores prácticas.

Los gobiernos también pueden intervenir vinculando contratos de compra, subsidios para investigación y desarrollo, y aprobaciones regulatorias al uso de estándares reconocidos internacionalmente.

Ningún gobierno o empresa puede gestionar por sí mismo los riesgos digitales. Instituciones como el Foro Económico Mundial, la OCDE y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) están en una posición única para fomentar la coordinación transfronteriza y multisectorial.

Los Consejos Globales para el Futuro y la Alianza de Gobernanza de IA del Foro ofrecen espacios prometedores para esta colaboración, pero sus recomendaciones deben ser adoptadas a gran escala por los tomadores de decisiones.

Estamos entrando en una fase donde las tecnologías digitales decidirán más que nuestros resultados de búsqueda. Moldearán economías, servicios públicos y derechos individuales. Para navegar esto con responsabilidad, necesitamos estándares tecnológicos que estén fundamentados en la ética, sean reconocidos globalmente y estén preparados para el futuro.

El diseño ético no debería ser una desventaja competitiva, sino la base para la innovación. La elección que tenemos ante nosotros es clara: construir tecnologías digitales con intención e inclusividad o arriesgarnos a erosionar la confianza pública y la cohesión social.

El momento de actuar nunca ha sido más urgente.