Extinción de cultivos nativos: por qué el futuro de la alimentación depende de la biodiversidad

La diversidad de cultivos nativos está en declive. Image: REUTERS/Henry Romero
- Solo nueve cultivos representan dos tercios de la producción mundial.
- La agricultura industrial y las presiones del mercado global han reemplazado cultivos indígenas ricos en nutrientes y resistentes al clima.
- Revertir la extinción de los cultivos nativos requiere apoyo político, conciencia pública y acción comunitaria.
El invierno pasado, cuando los productos de temporada regresaron a los mercados de Jaipur, India, noté una ausencia inquietante. A pesar de recorrer numerosos puestos, el desi bhutta, el maíz local indio con el que crecí, había desaparecido. En su lugar, se alineaban hileras de maíz estadounidense: brillante, dulce y estandarizado.
Pero lo que parecía una pequeña pérdida local señalaba un fenómeno mucho más amplio y global: la extinción gradual de los cultivos nativos y la creciente homogeneización de nuestros sistemas alimentarios.
A lo largo de la historia, los seres humanos han cultivado más de 6.000 especies vegetales para su alimentación. Hoy en día, solo nueve cultivos representan el 66 % de la producción agrícola mundial, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Esta reducción de la diversidad agrícola tiene profundas implicancias para la nutrición, los medios de vida y la resiliencia de los sistemas alimentarios globales frente al avance del cambio climático. A medida que desaparecen los cultivos nativos, también se pierden las tradiciones alimentarias, las adaptaciones ecológicas y las identidades culturales que han sostenido a las sociedades durante milenios.
Un giro global hacia la estandarización
El impulso por la estandarización agrícola, orientado a maximizar los rendimientos y facilitar los mercados globales, ha erosionado sistemáticamente la biodiversidad que alguna vez caracterizó a los sistemas alimentarios regionales.
Cultivos que evolucionaron durante siglos para adaptarse a climas locales específicos están siendo reemplazados por un puñado de variedades de alto rendimiento, optimizadas para la agricultura industrial. Este cambio ha introducido vulnerabilidades profundas.
Los cultivos genéticamente uniformes son más susceptibles a plagas, enfermedades y fenómenos climáticos extremos.
Eventos históricos como la plaga del tizón del maíz del sur en Estados Unidos y el sur de California entre 1970 y 1971, así como fracasos más recientes de cosechas debido a patrones climáticos extremos, evidencian los peligros de esta uniformidad. Además, muchos cultivos indígenas contienen más nutrientes esenciales que sus equivalentes industriales.
La crisis mundial de deficiencia de micronutrientes, que según la FAO afecta a aproximadamente dos mil millones de personas, está estrechamente vinculada a la desaparición de alimentos tradicionales ricos en nutrientes.
Esta pérdida de biodiversidad se extiende por todo el mundo.
En India, que alguna vez albergó más de 100.000 variedades de arroz, hoy solo sobrevive una pequeña fracción de estas cepas tradicionales.
Variedades nativas como el arroz Kattuyanam resistente a inundaciones en Tamil Nadu o el arroz negro rico en hierro de Manipur están desapareciendo. Con ellas se pierde la biodiversidad agrícola y todo un cuerpo de conocimientos indígenas sobre manejo del suelo, temporadas de siembra, beneficios para la salud y adaptación al clima.
Tendencias similares se observan en México, cuna del maíz, donde alguna vez existió una gran diversidad de variedades criollas. El maíz nativo —como el maíz azul y el maíz negro, fundamentales para la cultura y la alimentación indígena— ha perdido terreno frente a la expansión de cepas genéticamente modificadas y de alto rendimiento.
Para enfrentar esta situación, el gobierno mexicano planeó eliminar gradualmente las importaciones de maíz transgénico para 2024. En febrero de 2025, la cámara baja del Congreso aprobó una reforma constitucional que prohíbe la siembra de maíz genéticamente modificado, marcando una postura firme en favor de la soberanía alimentaria.
En distintas regiones de África, granos ancestrales como el teff, el mijo y el sorgo —adaptados durante miles de años para sobrevivir en condiciones áridas— están siendo desplazados cada vez más por cultivos dominantes a nivel global, como el trigo y el maíz, que requieren grandes cantidades de agua.
La Alianza por la Soberanía Alimentaria en África (AFSA, por sus siglas en inglés) ha advertido que proteger estos granos nativos es fundamental para la preservación cultural, la resiliencia económica y la seguridad alimentaria frente al cambio climático.
La comida es mucho más que sustento; es un vehículo de memoria e identidad.
La Revolución Verde
En India, la Revolución Verde, lanzada a mediados del siglo XX para combatir la inseguridad alimentaria, transformó la agricultura para siempre. Introdujo variedades de trigo y arroz de alto rendimiento que incrementaron drásticamente la producción de alimentos.
La revolución salvó a toda una población del hambre, pero tuvo un costo ecológico y cultural. Los monocultivos, fuertemente dependientes de fertilizantes químicos y pesticidas, reemplazaron los sistemas agrícolas tradicionales y diversos.
La agricultura se volvió más rentable para algunos, pero muchos pequeños agricultores se vieron obligados a abandonar cultivos indígenas que habían sido cultivados de manera sostenible durante generaciones.
El impacto de este cambio todavía se siente hoy. La Encuesta Nacional de Salud Familiar de la India (NFHS-5) revela que un alto porcentaje de niños menores de cinco años sufre problemas relacionados con la malnutrición: el 35,5 % presenta retraso en el crecimiento, el 19,3 % tiene bajo peso para su talla (emaciación) y el 32,1 % tiene bajo peso en general.
Las dietas tradicionales, basadas en mijo, legumbres, vegetales silvestres y hierbas medicinales, podrían ofrecer un perfil nutricional más integral, adecuado a las necesidades regionales. A medida que estos alimentos desaparecen, reemplazados por alimentos básicos con muchas calorías pero pocos nutrientes, crece el peso del hambre oculta.
Más allá de la nutrición, la pérdida de cultivos nativos debilita la resiliencia de los ecosistemas. Cada cultivo indígena sostiene un sistema complejo de flora y fauna. La desaparición de variedades tradicionales desencadena efectos ecológicos en cascada, desestabilizando aún más entornos ya frágiles.
Expertos advierten que depender de un puñado de cultivos globales deja a los sistemas alimentarios gravemente expuestos a los efectos impredecibles del cambio climático, desde sequías prolongadas hasta nuevas plagas.
Deshacer el daño
Sin embargo, la extinción de los cultivos nativos no es inevitable. Cada vez se acepta más que la biodiversidad agrícola debe estar en el centro de las estrategias alimentarias sostenibles. Los gobiernos tienen un papel clave en crear políticas que incentiven a los agricultores a cultivar variedades indígenas.
Programas de compras públicas, como incorporar el mijo en los comedores escolares, pueden ayudar a restaurar la demanda de alimentos tradicionales. Las campañas de concientización para consumidores, que destaquen los beneficios nutricionales y ambientales de los productos nativos, son igualmente esenciales.
Los centros de investigación, universidades y organizaciones comunitarias deben colaborar para documentar, proteger y revitalizar los conocimientos agrícolas tradicionales que han sido marginados durante décadas.
A nivel global, el impulso crece. Las Naciones Unidas declararon 2021–2030 como la Década de las Naciones Unidas para la Restauración de los Ecosistemas, destacando el papel crucial que tiene la restauración de la biodiversidad, incluida la agrícola, para fortalecer la resiliencia climática.
India, junto con otros países, declaró 2023 como el Año Internacional del Mijo, ofreciendo una plataforma para reposicionar estos granos ancestrales en el centro de las discusiones nacionales sobre nutrición y seguridad alimentaria.
La comida es mucho más que sustento; es un vehículo de memoria e identidad. A medida que los riesgos climáticos se intensifican y los desafíos nutricionales se profundizan, preservar la biodiversidad agrícola ya no es solo una cuestión de patrimonio, sino una necesidad para la supervivencia.
La desaparición de cultivos nativos como el desi bhutta no debe ser descartada como un lamento nostálgico. Es una señal de alerta que exige una acción urgente en políticas, mercados y comunidades para garantizar un futuro alimentario sostenible, equitativo y resiliente para las próximas generaciones.
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