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Davos 2025: Discurso especial de Pedro Sánchez, Primer Ministro de España

El primer ministro español, Pedro Sánchez, afirmó en Davos que el avance de las redes sociales ha provocado una concentración de poder y riqueza en manos de unos pocos.

El primer ministro español, Pedro Sánchez, afirmó en Davos que el avance de las redes sociales ha provocado una concentración de poder y riqueza en manos de unos pocos. Image: Foro Económico Mundial

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Writer, World Economic Forum
Este artículo es parte de: Reunión Anual del Foro Económico Mundial
  • El primer ministro español, Pedro Sánchez, afirma en Davos que el crecimiento de las redes sociales ha provocado una concentración de poder y riqueza en manos de unos pocos.
  • Para Sánchez, las redes sociales son un 'recurso común para la humanidad' que debe ser 'protegido y gestionado como corresponde' para proteger la democracia.
  • En su discurso especial, instó a los líderes a hacer frente a esta amenaza para luchar por la salud, la seguridad y la libertad de las generaciones venideras.

Tenía previsto utilizar este discurso para destacar, tal y como has mencionado antes, los excelentes resultados económicos, sociales y medioambientales de mi país, de España. En los últimos años, España se ha convertido no solo en una de las economías y creadoras de empleo de más rápido crecimiento de Occidente, sino también en uno de los países que más ha reducido la desigualdad y las emisiones de gases de efecto invernadero.

Nos estamos convirtiendo en la prueba de que la socialdemocracia funciona de verdad. De que una nación puede ganar competitividad al tiempo que fomenta la justicia social, protege la naturaleza y apoya un orden mundial basado en la apertura y el multilateralismo. Tenemos los resultados, los hechos concretos que lo demuestran, mientras que los que defienden el modelo opuesto no tienen nada. Tan solo palabras y promesas envueltas en medidas radicales que nos llevaron al caos en el pasado, y volverán a hacerlo si no actuamos.

Por eso he decidido cambiar el tema de mi intervención y hablarles de una de las principales herramientas que se están utilizando para sembrar este caos: las redes sociales.

A principios de la década de 2000, las redes sociales empezaron a prosperar bajo una promesa. Sus fundadores nos dijeron que unirían a la gente y fortalecerían nuestras democracias. Con nuevas ideas. Con más pluralismo. Con una mayor rendición de cuentas de los poderosos.

Y basándonos en esa promesa, todos nos unimos. Las instituciones públicas, las empresas y el pueblo... alrededor de 5000 millones de usuarios. Es decir, más del 60% de la población mundial.

En los años siguientes, parte de esa promesa fundacional se cumplió. Al menos durante un tiempo. Las redes sociales cambiaron la forma en que trabajamos, nos informamos e interactuamos entre nosotros. Construyeron puentes entre personas de ideas afines que estaban físicamente lejos. Y ampliaron el alcance del debate público al permitir a los ciudadanos compartir sus opiniones más allá de las limitaciones de los Gobiernos y los medios de comunicación tradicionales. Movimientos por la justicia y el cambio como el MeToo o Fridays for Future no habrían sido posibles sin ellas.

Pero con todas estas aportaciones también llegaron enormes inconvenientes, ocultos en las entrañas de los algoritmos, como invasores escondidos en el vientre de un caballo de Troya.

Entonces no nos dimos cuenta. Pero ahora sí. Ahora sí.

Ahora sabemos que la conectividad fluida y gratuita que ofrecen las redes sociales también ha venido acompañada de ciberacoso, incitación al odio, delitos sexuales, violaciones de la intimidad y un terrible aumento de la ansiedad, la violencia y la soledad.

Ahora sabemos que, lejos de unir a la humanidad y "empoderar al pueblo", estas plataformas han dado lugar a una concentración de poder y riqueza en manos de unos pocos. Todo ello a costa de nuestra cohesión social, nuestra salud mental y nuestras democracias.

Así pues, abramos los ojos. La investigación académica y las señales políticas están ahí para quien quiera verlas: los grandes medios de comunicación social están dañando el orden liberal y el sistema democrático al menos de tres formas poderosas que no podemos seguir ignorando.

En primer lugar, las redes sociales están simplificando en exceso y polarizando el debate público. Doscientos ochenta caracteres ─ o un vídeo de 30 segundos ─ no bastan para explicar casi nada importante.

La migración del debate político de las instituciones, los periódicos y los cafés a las redes sociales nos está haciendo sustituir el rigor por la inmediatez, y la complejidad por la brevedad. Nos está impidiendo explicar las cosas como es debido, reconocer que las decisiones a menudo implican concesiones mutuas, y entablar conversaciones sustanciales con quienes piensan de forma diferente. En su lugar, nos está haciendo centrarnos en crear eslóganes para ganar likes y shares de nuestras propias cámaras de eco. Y esto, a su vez, nos está transformando en una sociedad cada vez más dividida y fácil de manipular.

Esta deriva no es en absoluto fruto de la casualidad. Al contrario, está profundamente relacionada con la segunda forma en que las redes sociales están erosionando nuestras democracias: fomentando la desinformación. Cada día, nuestros flujos de contenido (feeds) y muros se llenan de imágenes alteradas, datos inexactos y noticias falsas que distorsionan nuestra percepción de la realidad. Noticias falsas que hicieron creer a mucha gente que el virus COVID-19 no existía, que las minorías étnicas y culturales que viven en nuestros países son el origen de todos nuestros problemas, que el Estado es una estafa que trabaja en contra de los intereses de los ciudadanos.

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Cada día consumimos millones de noticias falsas que tienen un 70% más de probabilidades de ser compartidas que las reales. Y que los dueños de las grandes empresas de redes sociales han decidido no parar. No porque sea difícil, ni porque hayan leído a Derrida.

Sino porque son buenas para el negocio. Porque atraen más clics y anunciantes. Y porque ayudan a promover sus intereses políticos.

Esta es la tercera y más terrible forma en que las redes sociales están dañando nuestras democracias: convirtiéndose en herramientas para sustituir votos por likes. Nos dijeron que estas plataformas ayudarían a equilibrar el terreno de juego. En cambio, lo han hecho aún más injusto.

Los datos señalan que alrededor de un tercio de los perfiles de redes sociales son en realidad bots, y que casi la mitad del tráfico de Internet está dirigido por ellos. Las búsquedas están totalmente sesgadas por servicios de publicidad y sistemas de optimización del posicionamiento. Y los algoritmos que proporcionan contenidos (feed), lejos de promover la imparcialidad, están diseñados para ocultar ciertos puntos de vista políticos y fomentar otros.

Lo que se suponía que era un espacio para el debate constructivo y el libre intercambio de ideas se ha convertido en un campo de batalla amañado lleno de manipulación, censura y falsedad.

Y seamos claros: esto no ha ocurrido por error. Ha sido propiciado de forma sistemática.

Por potencias extranjeras ─como Rusia─ que quieren debilitar nuestras instituciones y alterar nuestros procesos democráticos.

Por fuerzas políticas antisistema que quieren llevar el caos a nuestras sociedades y utilizarlo para hacerse con el poder, como hicieron los fascistas en el pasado.

Y por los propios dueños de las grandes redes sociales. Un pequeño grupo de tecno-billonarios que ya no se conforman con ostentar un poder económico casi total: ahora también ambicionan el poder político de una forma que está socavando nuestras instituciones democráticas.

Y ni siquiera ocultan este objetivo. Por ejemplo, Peter Thiel, cofundador de PayPal y uno de sus principales ideólogos, admitió abiertamente en una entrevista que los multimillonarios de la tecnología quieren derrocar la democracia porque ─y cito─ «han dejado de creer que la libertad y la democracia son compatibles».

Y deberíamos preguntarnos: ¿la "libertad" de quién exactamente? Porque la democracia no solo es compatible con la libertad del pueblo; es la condición necesaria para ella.

Lo que realmente limita la democracia es el poder de las élites. Es el poder de quienes piensan que, por ser ricos, están por encima de la ley y pueden hacer lo que quieran. Es por eso, amigos míos, que los multimillonarios de la tecnología quieren derrocarla.

Esta ─señores y señoras─ es la verdad y la terrible amenaza a la que nos enfrentamos. La tecnología que pretendía liberarnos se ha convertido en la herramienta de nuestra propia opresión. Las redes sociales que se suponía que debían traer unidad, claridad y democracia han traído división, mentiras y una agenda reaccionaria.

Han empezado a competir de forma desleal con sectores estratégicos de nuestras economías, como la banca, el comercio minorista y los medios de comunicación. Y han acabado en manos de un reducido grupo de hombres ─ solo hombres, por cierto─ cuya riqueza combinada triplica el presupuesto de la UE.

En este contexto, muchas personalidades públicas y medios de comunicación han optado por rendirse y abandonar estas plataformas sociales. Una decisión que, por supuesto, comprendo y respeto plenamente. De hecho, yo mismo me he planteado hacer lo mismo. Porque, francamente, mi vida sería mucho más fácil.

Sin embargo, también creo que las redes sociales han trascendido lo que originalmente fueron. Creo que son demasiado importantes ─sobre todo para las generaciones más jóvenes─ como para seguir considerándolas meros negocios, propiedad de alguien que las maneja a su antojo. Creo que las redes sociales son ahora un recurso común para la humanidad. Igual que los océanos. Y que deben ser protegidos y gestionados como corresponde.

Porque, en mi opinión, la promesa original sobre la que se construyeron las redes sociales todavía es posible. Si corregimos los muchos errores y hacemos las cosas bien, aún podemos convertir estas plataformas en un espacio de diálogo, participación y libertad para mejorar nuestras sociedades y fortalecer nuestras democracias. El hecho de que tanta gente las utilice para ello es una prueba.

Pero para lograrlo, tendremos que actuar con rapidez y decisión. Tenemos que crear un frente común que una a todos los que creemos en la democracia, independientemente de sus ideologías políticas, y tomar medidas audaces para hacer frente a esta grave amenaza.

Hoy me gustaría adelantar tres ideas. Tres medidas que propondré a todos los líderes europeos en la próxima reunión formal del Consejo que tendrá lugar en Bruselas.

En primer lugar, quiero proponer que se acabe con el anonimato en las redes sociales. En nuestros países, nadie puede caminar por la calle con una máscara en la cara, o conducir un coche sin matrícula. Nadie puede enviar paquetes sin mostrar un documento de identidad, o comprar un arma de caza sin dar su nombre.

Y, sin embargo, permitimos que la gente se pasee libremente por las redes sociales sin vincular sus perfiles a una identidad real. Esto está allanando el camino a la desinformación, los discursos de odio y el ciberacoso. Porque está facilitando el uso de bots, y está permitiendo que la gente actúe sin tener que rendir cuentas de sus actos.

No podemos seguir incurriendo en semejante anomalía. En democracia, los ciudadanos tienen derecho a la intimidad, no al anonimato ni a la impunidad. Porque esos dos elementos imposibilitan la convivencia.

Por eso creo que debemos hacer avanzar el principio del seudonimato como elemento de funcionamiento de las redes sociales, y obligar a todas estas plataformas a vincular cada cuenta de usuario a un registro europeo de identidad digital. De este modo, los ciudadanos podrían utilizar seudónimos si quisieran, pero en caso de delito, las autoridades públicas podrían relacionar esos seudónimos con personas reales y exigirles responsabilidades. Porque la rendición de cuentas no es un obstáculo para la libertad de expresión; es un complemento esencial de la misma.

Cada usuario de redes sociales… Lo expreso mejor.... Por cada usuario de redes sociales, un documento de identidad real. Esta es la única manera de garantizar realmente que los menores no accedan a contenidos inapropiados, que las personas que cometen delitos sean excluidas de las redes sociales o que sean procesadas, y que se eliminen los millones de perfiles falsos que existen y ejercen influencia en la conversación pública.

Mi segunda propuesta es forzar la apertura de la caja negra de los algoritmos de las redes sociales, de una vez por todas. Los valores de la Unión Europea no están en venta. Salvaguardas como la moderación de contenidos y la comprobación de hechos son requisitos legales y morales que todos deben cumplir.

Por eso creo que tenemos que aplicar en su totalidad la Ley de Servicios Digitales, dejando claro a las grandes empresas que sus disposiciones no son negociables y reforzando las sanciones para quienes no las cumplan.

Del mismo modo, creo que también deberíamos reforzar las capacidades y competencias del Centro Europeo para la Transparencia Algorítmica, con el fin de que pueda examinar el funcionamiento de las redes sociales sin limitaciones. Y crear una financiación especial para hacer de este asunto una de las principales prioridades de investigación de la UE. Debemos poner a trabajar en ello a nuestras mentes más brillantes. Tal y como están haciendo los enemigos de la democracia.

Por supuesto, no tiene sentido exigir responsabilidades a los usuarios y empleados de las redes sociales si sus propietarios no lo hacen. Sobre todo, si tenemos en cuenta que se encuentran entre las personas más ricas y poderosas del mundo. Y que la mayor multa jamás impuesta por la Comisión Europea a una empresa tecnológica equivale al 0,6% de sus beneficios anuales. Lo repito, al 0,6% de sus beneficios anuales. O, dicho de otro modo, a lo que esa empresa ganó en menos de un día.

Por eso esta es mi tercera y última propuesta, que nos aseguremos de que los directores generales de las redes sociales rindan cuentas personalmente por el incumplimiento de las leyes y normas en sus plataformas, igual que ocurre en otros sectores. El propietario de un pequeño restaurante es responsable si su comida envenena a los clientes. Los magnates de las redes sociales deben responder si sus algoritmos envenenan a nuestra sociedad.

En resumen -señoras y señores-, lo que propongo es que demos la batalla. Que encaremos esta amenaza de frente. Porque de nuestra capacidad para hacerlo dependerá probablemente la salud, la seguridad y la libertad de nuestros hijos y de las generaciones venideras.

Recuperemos el control. Devolvamos a las plataformas digitales su propósito original y transformémoslas en espacios de conversación seguros y justos. Y detengamos a quienes quieren convertirlas en un arma para desmantelar nuestras democracias. En pocas palabras, hagamos que las redes sociales vuelvan a ser grandes.

Sé que no será fácil. Lo sé. Todos tenemos miedo. Porque la gente a la que nos enfrentamos es extremadamente poderosa. Tienen recursos financieros y tecnológicos casi ilimitados, y aliados muy peligrosos. Y juegan sucio porque no siguen nuestras reglas morales y viven en un mundo en el que no hay consecuencias.

Pero sé que podemos ganar esta batalla. Porque tenemos razón. Porque somos más. Y porque lo hemos hecho antes.

Muchas gracias.

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