Acción climática

COP29: Por qué fijar una meta de financiación climática de 1 billón de dólares para la acción global

Glaciares flotan en medio del mar.

Necesitamos una meta de financiación ambiciosa para evitar el agravamiento de la crisis climática. Image: Unsplash/Willaim Bossen

Debbie Hillier
UNFCCC Policy Lead, Mercy Corps
Este artículo es parte de: Centro para la Naturaleza y el Clima
  • Necesitamos financiación climática urgentemente para cumplir los objetivos del Acuerdo de París y evitar una catástrofe climática.
  • La COP29 debe establecer una meta de financiación de 1 billón de dólares para apoyar a los objetivos climáticos de los países vulnerables.
  • Las naciones más ricas tienen la responsabilidad de financiar la acción climática y abordar las desigualdades globales.

Los efectos del cambio climático son innegables, como demuestran las tragedias causadas por las inundaciones en España y Nepal, los huracanes devastadores que asuelan Estados Unidos y otros fenómenos meteorológicos extremos en todo el mundo.

Con el aumento de las temperaturas del aire y del mar y la continua superación de récords climáticos, es más urgente que nunca redoblar los esfuerzos mundiales para hacer frente al cambio climático. Necesitamos cambios sísmicos, no graduales.

Aunque existen numerosas soluciones de mitigación, adaptación y respuesta a pérdidas y daños, la pieza que falta es la financiación. Solo la financiación puede desbloquear la acción climática mundial con la urgencia que se requiere.

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima (COP29) que se realiza en Bakú, capital de Azerbaiyán, tiene la misión de forjar un acuerdo para establecer un Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado (NCQG, por sus siglas en inglés) para proporcionar financiación climática para hacer frente a este reto.

A pesar de su nombre complicado, esta meta de financiación climática tiene por objetivo establecer una ambición y parámetros claros de acción climática durante al menos la próxima década. Lo que está en juego no podría ser mayor.

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Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), para limitar el calentamiento global por debajo de 1,5 ºC, las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero tienen que alcanzar su punto máximo antes de 2025 y luego bajar un 43% antes de 2030 para evitar daños irreversibles.

Por eso, ha llegado el momento del cambio. Podemos lograr un acuerdo sólido, que consolide la financiación necesaria para cumplir los objetivos del Acuerdo de París — evitando así un empeoramiento de la crisis —, o dejar pasar esta ventana crucial y erosionar aún más la confianza que queda en el proceso multilateral.

El acuerdo del momento

Financiar la lucha contra el cambio climático no es cuestión de caridad o generosidad, sino de responsabilidad y justicia. Es una necesidad que se basa firmemente en el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas y capacidades respectivas, consagrado en el Acuerdo de París y en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Según este principio, quienes más han contribuido a la crisis climática tienen una mayor responsabilidad por posibilitar una solución.

Sin embargo, acordar el nuevo objetivo de financiación ha resultado difícil.

Si los países desarrollados y la industria de los combustibles fósiles hubieran abordado el cambio climático de frente hace cuatro décadas — cuando sus efectos se hicieron evidentes — el costo de hacerlo hoy no sería tan asombroso: actualmente, estimado en billones de dólares.

Muchos países desarrollados creen que la inversión privada puede cubrir el déficit. Sin embargo, los modelos de financiación centrados en la rentabilidad son inadecuados y poco éticos en muchos contextos, sobre todo en los casos de pérdidas y daños, adaptación y países menos desarrollados, donde estos modelos de negocios no están claros, no se han probado o no existen. Además, hasta la fecha, la financiación privada ha sido insuficiente.

Los países desarrollados señalan a los bancos multilaterales de desarrollo como fuentes de recursos, pero gran parte de su financiación se proporciona en forma de préstamos, que podrían aumentar aún más la vulnerabilidad de los países ya endeudados. Además, los préstamos son una forma injusta de obtener recursos, ya que los países en desarrollo devuelven más de lo que piden prestado para resolver un problema que no han causado.

En la actualidad, el 69% de toda la financiación para el clima se concede en forma de préstamos, lo que acentúa las desigualdades existentes y agrava las crisis de deuda en los países pobres vulnerables al clima.

El NCQG requiere una financiación pública básica — alrededor de un billón de dólares anuales — para los países en desarrollo en función de sus necesidades. Esta financiación debe repartirse entre medidas de mitigación, adaptación y respuesta a pérdidas y daños para evitar contribuir al desequilibrio actual, ya que la mayoría de los fondos se destinan a la mitigación.

¿Es 1 billón de dólares una cifra realista y alcanzable? Sí, pero solo se se aprovechan las llamadas "fuentes innovadoras" de financiación y se consigue que los contaminadores y especuladores paguen su parte de la cuenta. Hay fuentes de recursos:

  • Ante el aumento de la desigualdad y el descenso de los impuestos a las grandes fortunas, existe un creciente interés, incluso en el Grupo de los 20 (G20), por establecer impuestos sobre la riqueza o sobre los multimillonarios, que podrían recaudar hasta 1,7 billones de dólares anuales.
  • Dado que los márgenes de beneficio de la industria energética se han disparado (más de 120 000 millones de dólares para las cinco grandes petroleras en 2023) y que los objetivos de emisiones se están desvaneciendo, cada vez hay más interés en los impuestos extraordinarios y en un gravamen sobre los combustibles fósiles, que podrían generar 210 000 millones de dólares anuales.

Existen otras opciones, pero hay que replantear el objetivo como algo innegociable y mantener conversaciones serias sobre la generación de nuevas reservas de financiación.

Las necesidades son grandes, la responsabilidad es clara y el precio de la inacción es alto, por lo que los países desarrollados no pueden limitarse a decir que no tienen espacio fiscal. Es hora de dejar de hacer promesas y buscar excusas y empezar a encarar de frente este momento existencial.

Quedan muchas otras cuestiones pendientes en relación con el NCQG, por ejemplo, cómo garantizar la accesibilidad a los países y comunidades que necesitan financiación o cómo hacer que apoye iniciativas que integren cuestiones de género e inclusión. Sin embargo, el principal obstáculo sigue siendo la cuantía de financiación pública. Este tema se ha convertido un balón de fútbol político.

Incluso a estas alturas, a pesar de las numerosas propuestas de los países en desarrollo, ningún país desarrollado ha puesto hasta ahora una cifra real sobre la mesa.

Imperativo global para la financiación climática

Para lograr un NCQG de 1 billón de dólares que empiece a satisfacer las necesidades de los países en desarrollo, es necesario un cambio sistémico. Este avance requiere presión política de una ambiciosa coalición liderada por los países en desarrollo que más sufren con el cambio climático, que pueda cuestionar a los países desarrollados y rechazar los intentos de desviar la responsabilidad.

Este esfuerzo podría hacerse eco del liderado por las Islas Marshall, que condujo al objetivo de 1,5 ºC en París.

De no lograrse una financiación adecuada para el clima en la COP29, no sólo se paralizaría la acción por el clima, sino que las mujeres, los hombres y los niños vulnerables de los países en desarrollo seguirían pagando la factura. Al mismo tiempo, se permitiría a los contaminadores y especuladores seguir actuando con impunidad.

La humanidad no puede permitirse más promesas vacías y objetivos incrementales. Los países que causaron la crisis climática deben actuar con seriedad y valentía para garantizar que se alcancen los objetivos del Acuerdo de París mientras aún haya tiempo.

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