Salud y sistemas de salud

Una estrategia mundial de salida del COVID-19

Ngaire Woods
Dean, Blavatnik School of Government, University of Oxford
Rajaie Batniji
Co-founder of Collective Health., Collective Health
  • La pandemia COVID-19 supone una amenaza sin precedentes tanto para la salud pública como para la economía mundial.
  • Sólo evitando la retórica y las políticas nacionalistas, y adoptando una cooperación internacional más fuerte, pueden los gobiernos proteger a los ciudadanos.

Puede que el mundo que surja de la pandemia de coronavirus esté constituido por un conjunto de países en guerra que sean más cerrados y nacionalistas que antes. Pero, sin una cooperación rápida y eficaz a nivel mundial, puede que el mundo no salga de esta crisis en una forma que, en modo alguno, se pueda considerar como segura.

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Al menos por ahora, predominan las respuestas nacionalistas de mano dura. Junto a los toques de queda, confinamientos y requisas, los gobiernos están cerrando fronteras y utilizando retórica bélica para levantar el ánimo de sus poblaciones. Las cadenas globales de suministro y comercio están siendo desestabilizadas, no sólo por los confinamientos, sino también por la competencia entre países ricos por la adquisición de suministros.

Pronto, sin embargo, los gobiernos tendrán la necesidad de reiniciar y echar a andar la economía mundial. Y, eso requerirá de cooperación internacional en varios ámbitos clave.

El primer componente crucial de una estrategia de salida del COVID-19 es la realización de pruebas de laboratorio masivas (tanto para determinar la presencia de infección con el virus, como si se tiene inmunidad frente al mismo), de modo que las personas sanas puedan volver a trabajar y las infectadas puedan recibir el tratamiento adecuado. Para ello, los países necesitarán un suministro adecuado de kits de prueba y equipo de protección, así como ventiladores y acceso a tratamientos emergentes.

La cooperación internacional es vital para hacer posible la realización de pruebas de laboratorio y tratamientos en forma masiva. El principal proveedor de los hisopos utilizados para la recolección de muestras nasofaríngeas, Copan, tiene su sede en el norte de Italia. Los reactivos utilizados para extraer el ARN del virus de las células recolectadas son producidos principalmente por Qiagen, una empresa alemana que cuenta con una compleja cadena de suministro a nivel mundial. Y, fábricas en el extranjero producen aproximadamente la mitad de los respiradores en Estados Unidos; un tercio de dichos respiradores proceden de Europa.

Y, sin embargo, mientras que los gobernadores de los Estados de Estados Unidos pujan en franca competencia entre sí para poder adquirir los escasos ventiladores disponibles, algunos gobiernos europeos están prohibiendo su exportación. Asimismo, un ministro del gobierno británico dijo que la imposibilidad de su país en cuanto a la obtención de los reactivos necesarios está ralentizando la realización de pruebas de laboratorio.

La solución es aumentar la cooperación en la producción y la distribución, mediante el uso de cadenas de suministro mundiales en la forma más eficaz posible, y aunar los recursos y los equipos para que puedan asignarse a medida que la necesidad de los mismos se desplace de un país a otro. China, por ejemplo, está donando ventiladores a Estados Unidos y exportando mascarillas.

Un segundo componente de una estrategia de salida es la eficaz vigilancia y control de las enfermedades. Es cierto que muchos países se resisten a una vigilancia en línea como la que se utiliza en China y Corea del Sur. Pero, considerando que el rastreo manual de contactos requiere demasiado tiempo, es difícil imaginar una estrategia de salida que no incluya aplicaciones para este propósito.

De hecho, un nuevo estudio realizado por investigadores de la Universidad de Oxford sugiere que las aplicaciones de rastreo pueden ser eficaces para reducir las tasas de infección, incluso cuando sólo el 60% de la población las adopta. Por lo tanto, las sociedades occidentales necesitan aprender de los éxitos de China y Corea del Sur, y sopesar los temores por la intensificación de la capacidad de vigilancia de sus propios gobiernos frente al daño que sufren las personas cuando se las mantiene en confinamiento.

Los países renuentes deberían cooperar rápidamente con el propósito de adaptar los instrumentos de vigilancia para que cumplan con la necesidad de proteger los derechos civiles. Para lograr dicha protección, será necesario contar con una supervisión transparente, principios claros de equidad (incluyendo igualdad de acceso y tratamiento), una sólida protección de datos y auditorías de los algoritmos utilizados.

El tercer componente para que una estrategia mundial de salida del COVID-19 se constituya en la más segura es contar con una vacuna eficaz. Afortunadamente, la cooperación científica internacional está acelerando los avances hacia el desarrollo de una. Investigadores de China, Estados Unidos y Europa están compartiendo secuencias del genoma viral, entre tanto que médicos en la Universidad de Harvard, en el Hospital Xijing de Xi'an (China) y en el norte de Italia están trabajando en tratamientos, y los mejores virólogos del mundo comparten hallazgos mediante conferencias telefónicas auspiciadas por la Organización Mundial de la Salud y publican archivos en línea, como por ejemplo en los sitios web medRxiv y bioRxiv.

También se necesitará de la cooperación internacional para garantizar que una vacuna sea desplegada a nivel mundial. Recientemente las autoridades chinas informaron de la aparición de nuevos casos de COVID-19 que fueron “importados” de otros países, mientras que algunos expertos de Europa y América del Norte ya anticipan una segunda oleada del virus.

En este punto la historia brinda lecciones. Si bien las vacunas permitieron que la mayoría de los países ricos eliminaran la viruela unilateralmente hasta fines de la década de 1940, la enfermedad siguió regresando a estos países desde fuera de sus fronteras. Se requirió de un esfuerzo mundial desplegado por la OMS para finalmente erradicar la viruela a nivel mundial en el año 1978.

También es necesario un sistema de alerta temprana para detectar la aparición de virus nuevos o mutados. Tal como ha demostrado Corea del Sur, una alerta temprana sobre el COVID-19 permite a un gobierno reaccionar rápidamente mediante la intensificación de la cantidad de pruebas de laboratorio realizadas y el involucramiento de toda la población en la localización y contención de contactos, por consiguiente, se podría, potencialmente, reducir los costos económicos y sociales de un brote.

Sin embargo, las alertas tempranas requieren que los gobiernos informen al mundo sobre las nuevas infecciones tan pronto como las descubran, lo que puede ser un asunto delicado. Los países necesitan, por lo tanto, garantías relativas a que informar sobre brotes de enfermedades no los vaya a exponer a castigos inmediatos en forma de restricciones innecesarias a viajes y comercio, y que toda y cualquier medida de ese tipo se implemente de manera cooperativa.

El mundo debería haber aprendido esta lección durante las epidemias de SRAS y ébola que ocurrieron en las dos últimas décadas. Las restricciones a los viajes y al comercio aplicadas por 40 países reprimieron la notificación de los brotes de ébola, dificultando la respuesta mundial. Del mismo modo, la experiencia de China con el SRAS pudo haber dejado a sus líderes con una menor inclinación respecto a notificar al mundo exterior sobre el brote de COVID-19. Una vez que lo hicieron, los países cerraron sus fronteras en formas que contradicen la orientación de la OMS. Una vez superada esta crisis, los gobiernos tendrán que reforzar el sistema de alerta temprana, en el entendimiento de que ello requiere un quid pro quo cooperativo.

Finalmente, cuanto más rápido y más eficazmente actuemos en cuanto a contener la propagación del virus en los países más pobres y poblados del mundo, de mejor manera podremos proteger a todas y cada una de las personas. Esto requiere de inversiones urgentes en prevención mismas que, a su vez, dependen de la cooperación, incluso a través de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de África, del financiamiento de emergencia del Fondo Monetario Internacional (que hasta ahora ha sido solicitado por más de 90 países) y el respaldo sanitario de emergencia del Banco Mundial.

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La pandemia de COVID-19 plantea una amenaza sin precedentes tanto para la salud pública como para la economía mundial. Sólo abandonando la retórica y las políticas nacionalistas, y adoptando una cooperación internacional más sólida, los gobiernos pueden proteger a las personas que dicen representar.

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