Cómo puede África combatir la pandemia
Mujeres utilizan máquinas de coser para fabricar máscaras faciales para ayudar a combatir la propagación de la enfermedad coronavirus (COVID-19) en el Centro Educativo Raila en los barrios marginales de Kibera en Nairobi, Kenya, 18 de abril de 2020. Image: REUTERS/Baz Ratner - RC237G9AWZX6
- El impacto de COVID-19 en África podría ser mucho peor que en otras partes del mundo.
- Los países africanos se enfrentan a importantes desafíos para hacer frente al virus.
- Los encargados de la formulación de políticas deberían aprender de las respuestas de otros países a la crisis.
Las muertes por COVID-19 continúan acumulándose en los países desarrollados de Occidente, pero el impacto de la pandemia en África podría ser mucho peor. Los líderes africanos e internacionales deben actuar de manera audaz, inmediata y con decisión para evitar una catástrofe.
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Muchos países africanos estaban mal preparados para combatir la epidemia de ébola que estalló en 2014 y la COVID-19 presenta un peligro mucho mayor, porque se puede difundir en forma exponencial, incluso a través de portadores asintomáticos, mientras los gobiernos africanos siguen restringidos por sistemas sanitarios débiles, falta de recursos, y limitaciones económicas y espaciales al distanciamiento social.
Desde que Egipto informó el primer caso confirmado de COVID-19 africano el 14 de febrero, su cantidad trepó a más de 10 000: Argelia, Egipto, Marruecos y Sudáfrica registraron más de 2000 cada uno. Ya hay más de 500 muertos, lo que implica una tasa de mortalidad muy superior a la promedio mundial. Es posible que esta elevada tasa de mortalidad, junto con la baja cantidad de casos confirmados, esté reflejando la bajísima tasa de análisis para la detección de COVID-19 en África.
Muchos gobiernos africanos han indicado su voluntad para responder a la pandemia, pero diseñar medidas que reflejen la realidad y asegurarse de que sean eficaces resultará difícil. Bajo el confinamiento nacional en Sudáfrica , por ejemplo, los grupos sociales más vulnerables del país están teniendo problemas para alimentar a su familias, no pueden lavarse las manos regularmente porque carecen de agua limpia y les es imposible aislarse, ya que viven apiñados en barriadas.
Otros países africanos —con sistemas de asistencia social mucho menos desarrollados que el sudafricano— enfrentan desafíos aún mayores. Según la Organización Mundial de la Salud, el continente tiene solo 1,06 enfermeras y parteras cada 1000 habitantes y la evidencia actual sugiere que la idea de que el clima tropical africano ayudará a eliminar el coronavirus es un mito.
En las próximas semanas y meses, es posible que millones de africanos se contagien de COVID-19. Los investigadores del Imperial College London estimaron recientemente que, incluso en el escenario más optimista, el virus segará las vidas de 300 000 personas en el África subsahariana, eso sin hablar del enorme costo económico que implicará por la pérdida de ingresos por exportaciones, las interrupciones en las cadenas de aprovisionamiento y el desplome de la demanda.
Por esos motivos, la COVID-19 debe ser la principal prioridad para los gobiernos africanos, que deben diseñar e implementar con urgencia políticas ambiciosas y bien informadas para combatirla. Después de todo, el apoyo internacional —aunque muy necesario— no sustituye a la acción nacional decidida.
En primer lugar, los líderes africanos deben aprender de los países que ya experimentaron la pandemia, como Sudáfrica está aprovechando las lecciones de Corea del Sur. Además, es fundamental que los gobiernos colaboren con eficacia, compartan sus experiencias para combatir el virus, movilicen expertos —tanto locales como de la diáspora— y fortalezcan su coordinación con la OMS.
De hecho, todos los gobiernos africanos deben coordinar las acciones de los actores privados y públicos y de la sociedad civil, pero sin recurrir a la fuerza. Y aunque los gobiernos deben establecer estructuras organizativas similares a las de los tiempos de guerra y tratar de maximizar la coordinación entre las agencias nacionales y locales, no deben aprovechar la crisis como una excusa para limitar o eliminar permanentemente las libertades individuales. En lugar de eso, los líderes políticos deben alentar al pueblo a que los obligue a rendir cuentas por su gestión de la crisis de salud pública, y aceptar la separación de poderes del gobierno.
Gestionar las crisis económicas que se avecinan también será fundamental. Esto implica reducir cuanto antes y lo más posible los daños a los sectores más dinámicos, porque las actividades más productivas tienen efectos de derrame mayores y son fundamentales para la recuperación y el empleo a gran escala. El mayor error sería tratar a todas las actividades económicas por igual e intentar dejar contentos a todos.
En lugar de eso, los responsables de las políticas deben centrarse en los sectores de exportación, vitales para garantizar la liquidez de divisas, aliviar las restricciones en la balanza de pagos y generar empleo. Fomentar las exportaciones de servicios y las actividades de servicios de alto valor también es fundamental, al igual que garantizar el aprovisionamiento de alimentos asequibles.
Los líderes africanos actuales y previos, otras figuras internacionales prominentes como el ex primer ministro del RU Gordon Brown, y organizaciones como el Fondo Monetario Internacional han solicitado una mayor cooperación internacional para brindar apoyo al África, pero si podemos basarlos en reunión virtual del G20 en marzo, las ansias actuales de los gobiernos por implementar esos esfuerzos parecen limitadas.
Sin embargo, la acción internacional es fundamental y debe regirse de acuerdo a varios principios críticos. En primer lugar, hay que centrar el apoyo en las medidas de emergencia sanitaria, para que los países africanos puedan controlar la pandemia. En segundo lugar, la cooperación internacional debe incluir asistencia para el desarrollo, para que los países puedan gestionar la crisis económica y las necesidades humanitarias. También debe incluir apoyo para mantener la liquidez en divisas, a efectos de limitar la insolvencia y proteger las actividades económicas esenciales. Y un paquete económico de estímulo, que incluya una nueva gran emisión de Derechos Especiales de Giro del FMI y términos favorables para los países en desarrollo, es fundamental para una recuperación más rápida.
En tercer lugar, el alivio de los servicios de la deuda es indispensable. Con sus exportaciones gravemente afectadas, los países africanos no podrán afrontar los pagos de la deuda que vencen este año, de 50 000 millones de USD. Los accionistas del FMI y del Banco Mundial deben entonces tomar la delantera y dispensar los servicios de la deuda para los próximos años, no solo para 2020.
El alivio de la deuda y el nuevo financiamiento deben ser más generosos para los países africanos con menor capacidad de endeudamiento en los mercados comerciales —aquellos que habitualmente no cuentan con tantos recursos y políticamente resultan menos estratégicos— y menos capaces de destinar fondos a construir sistemas de atención sanitaria. Y, aunque la rendición de cuentas es importante, sería extremadamente inapropiado que esa asistencia se condicione a reformas de mercado específicas.
Después de todo, la respuesta a la difícil situación de África por la COVID-19 debe ser rápida y a escala. En un mundo donde el liderazgo mundial progresista escasea y la gobernanza mundial basada en reglas está amenazada, esta es una oportunidad para que los responsables de las políticas africanos e internacionales actúen con decisión.
El presidente sudafricano Cyril Ramaphosa está dando el ejemplo en este sentido, no solo con acciones veloces en su país. Como presidente de la Unión Africana, ha nombrado a cuatro de los líderes más respetados del continente : Ngozi Okonjo-Iweala, Donald Kaberuka, Tidjane Thiam y Trevor Manuel como enviados especiales para que negocien el alivio de la deuda. Para detener la crisis en África, hará falta un dinamismo similar en otros lugares.
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