Solo hay una decisión vital que afecta realmente a nuestra felicidad
Image: REUTERS/Ueslei Marcelino
Más allá de si nos echamos azúcar o edulcorante en el café o de si aceptamos una oferta de trabajo que nos gusta u otra que nos conviene, lo que realmente va a determinar si seremos más o menos felices al final del día, será la compañía que hemos elegido en cada una de esas disyuntivas. Es la opinión de Moran Cerf, neurocientífico y profesor del Kellogg School of Management (EE UU) y de la Northwestern University (EE UU), para quien alcanzar la felicidad no es algo que esté supeditado —al menos, no totalmente— a las experiencias vividas o a los bienes adquiridos ni tampoco a los objetivos personales o profesionales alcanzados, sino a la elección de las personas que nos acompañan.
La teoría de Cerf parte de la idea de que la toma de decisiones es una tarea que puede resultar extenuante, ya que requiere el consumo de una gran cantidad de energía, la cual es limitada. Esto significa que tomar muchas pequeñas decisiones nos deja sin recursos para enfocarnos en condiciones a la elección de las cosas que importan de verdad, aquellas que cambian el rumbo de nuestras vidas.
Esto es así, "sobre todo cuando tienes que llegar a un acuerdo con otra persona", coincide Marta Romo, pedagoga especializada en Neurociencia y autora del libro Entrena tu cerebro (Alienta, 2014), quien considera "que la fuerza de voluntad se debilita con la toma de decisiones". El problema es que este desgaste corre en nuestra contra, ya que cuanto más cansados estemos de elegir, menos capaces seremos de autoregularnos y esforzarnos para conseguir nuestros propósitos, continúa la experta: "Y esto, no conduce a la felicidad".
Para ahorrar en nuestra "cuenta personal de decisiones", Cerf propone dejar que otra persona escoja por nosotros en cuestiones menores, como, por ejemplo, el restaurante donde ir a cenar o la película que ver en el cine. Aunque no vale dejar en manos de cualquiera estos asuntos. El neurocientífico aconseja delegar solo en aquellas personas que sabemos que tienen gustos afines a los nuestros. Es decir, amigos o familiares con quien pasamos tanto tiempo que sus preferencias, aficiones o incluso, su carácter, son parecidos los nuestros.
Lo que la sabiduría popular sintetizó en la frase "quienes duermen en un mismo colchón, se vuelven de la misma condición" la ciencia lo explica a través de las neuronas espejo que, explica Laura García Agustín, psicóloga clínica y autora de Entrena tus fortalezas (Ediciones E&Co. 2015), son la base de la empatía: "Tendemos a ser lo que más repetimos en cuanto a las formas de pensar, sentir y actuar. Las emociones, las actitudes y los pensamientos son contagiosos porque nos ofrecen un modelo de comportamiento que podemos imitar. Los seres humanos aprendemos por imitación directa o indirecta y la conducta está compuesta por tres sistemas de respuesta: lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos".
Si trasladásemos esta exposición teórica a la práctica diaria, el resultado sería que "si nos juntamos con personas con una forma de hacer las cosas determinada lo más probable es que nos vayamos mimetizando con ellos", afirma la psicóloga, aunque aclara que "la imitación es un proceso bidireccional en el que todos influyen en todos".
La neurocientífica apunta a la intervención de la electricidad que nosotros mismos producimos para explicar ese mimetismo: "Las ondas cerebrales tienden a sincronizarse cuando pasamos tiempo con alguien. Los estudios sobre sincronización cerebral demuestran que esto sucede también en gran medida por la capacidad de anticipación de nuestro cerebro". Y continúa: "Somos expertos en predecir, lo necesitamos, nos da seguridad, por eso cuando conocemos mejor a una persona somos capaces de anticipar sus posibles pensamientos, respuestas, actuaciones y esto nos da mucha seguridad".
El problema de esta teoría, en opinión de García Agustín, está en que "para ser felices las personas necesitamos tomar decisiones — ya sean grandes, pequeñas o medianas— y la sensación que eso nos genera". Si dejamos todas las pequeñas elecciones en manos de otros, en opinión de la psicóloga, podríamos estar limitando nuestra libertad y "renunciar a ella, aunque sea en cuestiones menores, como dice Cerf, podría minar nuestra autoestima y llegar a generar dependencia emocional".
"Las grandes decisiones son importantes para nuestro bienestar subjetivo, pero no son determinantes para el nivel de felicidad total, porque se complementan con cientos de elecciones más frecuentes, más cotidianas y de menor envergadura que constituyen nuestro día a día", continúa la psicóloga. Desde su punto de vista, son precisamente las decisiones de carácter inferior "las que dan color y sentido a la vida, las que alimentan nuestras actitudes y nuestra forma de actuar, y las que nos ayudan a cuantificar si estamos donde queremos estar y con quien queremos, o si vamos hacia donde deseamos".
"Nuestras decisiones tienen consecuencias, pero más que los efectos de, por ejemplo, un divorcio tras años de matrimonio es el sentido que le damos a lo que contribuye de forma poderosa a nuestra felicidad", sentencia Romo. Es decir, "cómo conectamos los puntos y formamos una historia completa sobre un conjunto de decisiones".
Para comprobar si una decisión del pasado fue adecuada basta con echar un vistazo a nuestra conciencia. Las adecuadas, dice Romo, son aquellas que tomamos "en coherencia con nuestros valores, creencias e ideales, aunque el resultado final no sea el más idóneo. Incluso cuando a corto plazo puedan parecer equivocadas, con el paso del tiempo nos damos cuenta de que fue lo mejor".
García Agustín coincide y añade que también debemos tener en cuenta la compensación entre costes y beneficios. Si los primeros son mayores que los segundos, lamentablemente no habremos optado por la opción adecuada: "Siempre vamos a ganar y a perder cosas, la clave es intentar que la retribución sea mayor que la pérdida".
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