Tecnologías emergentes

¿Quién se pone un microchip en la mano para entrar al trabajo?

A worker monitors microchip production in the clean room at the UTAC plant in Singapore February 8, 2018.

Image: REUTERS/Thomas White

Victoria S. Nadal

Las tarjetas de acceso a las oficinas, la contraseña para encender el ordenador y pagar con tarjeta la comida ya ha quedado desactualizado. Lo que viene ahora es poder hacer todo eso con un ademán de la mano, previa implantación de un microchip que permite abrir puertas, pagar y desbloquear dispositivos. A cambio de esta comodidad —que acabaría con los días en los que te dejas la identificación en casa o el olvido de contraseña cuando vuelves de vacaciones—, un par de minucias: una pequeña intervención para colocar el aparatito debajo de la piel y la posibilidad de que tu empresa coja esa información y la utilice para rastrear tus pasos por el edificio. Todo ventajas.

Hay quienes lo ven como un avance y empiezan a aplicarlo en sus empresas. Uno de los casos más conocidos es el de la multinacional Three Square Market (32M) que, en agosto del año pasado, inyectó estos microchips en una de las manos de 50 de sus empleados. Situado entre el pulgar y el índice y del tamaño de un grano de arroz, el aparatito permite "agilizar procesos de acceso, identificación y transacciones", según ha explicado el CEO de la compañía, Todd Westby, en varios medios. El chip se comunica con el receptor a través de una tecnología de identificación por radiofrecuencia, lo que hace posible interactuar con distintos dispositivos sin tocarlos.

Su implantación es una forma leve de biohacking, ese movimiento que busca mejorar al humano instalándole componentes tecnológicos. Se trata de una extensión de los chips que tienen las tarjetas contactless o los que se implantan en los animales domésticos. Ahora es casi imposible quitarte de la cabeza la idea de que tu perro lleva un chip muy parecido con el objetivo de ser rastreable. Es verdad que el que proponen estas empresas no incluye un GPS y sus defensores alegan que el aparato tiene muy poca memoria. Pero sí que deja un rastro de tu recorrido por el edificio y permite saber exactamente tus movimientos: qué puertas abriste, cuánto tiempo duró tu descanso, cuándo compraste en la máquina, qué comida, cuándo encendiste el ordenador o qué fotocopiadora utilizaste.

La idea de utilizar esta tecnología en Three Square Market vino de una colaboración con la empresa sueca BioHax International, totalmente vinculada al uso de microchips. De hecho, en Suecia, uno de los países a la vanguardia de la adopción de la tecnología, durante los últimos tres años, más de 3.000 habitantes se han instalado voluntariamente uno para usar el transporte público, guardar los billetes de tren, abrir la puerta de su casa o incluso para utilizarlo como DNI en operaciones sencillas.

Los detractores manifiestan una preocupación evidente: la privacidad y la seguridad. Quienes lo han puesto en marcha por ahora aseguran que "la información que guarda está protegida" y que, además, no es más sensible que la que ya guarda una tarjeta de acceso o un teléfono móvil. Aún así, nadie controla exactamente qué se hace con esos datos. Nadie te asegura que la empresa no esté utilizando esa información para analizarte. De hecho, la falta de regulación hace que no haya una seguridad concreta y no se puede saber a dónde va y para qué se utiliza esa información.

El primer paso hacia un mundo cíborg

Yendo un paso más allá, los biohackers intentan crear humanos mejorados añadiendo tecnología al cuerpopara potenciar las capacidades físicas y mentales. Si perteneces a este movimiento, implantarte un microchip en la mano es lo mínimo que puedes hacer. Por ahora, los avances van desde tener una prótesis inteligente para la pierna hasta ver en la oscuridad y almacenar cantidades ingentes de datos. Aunque a finales de los noventa ya hubo biohackers que se implantaron chips, lo cierto es que en los últimos años se ha desarrollado exponencialmente, de la mano de los avances tecnológicos. A día de hoy se continúa investigando y probando para ver hasta dónde pueden llegar los límites. Parece que en este caso el desarrollo de la tecnología amplía nuestro abanico de posibilidades para evolucionar como humanos aunque queda pendiente el debate sobre privacidad.

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