El Banco Mundial advierte: la actual guerra comercial global puede llevarnos a una década perdida
Image: REUTERS/Yuri Gripas
Lo que se considera tensiones entre Estados Unidos y China ya pasaron, y lejos de disiparse, a lo que estamos asistiendo es ya a una escalada bélico-comercial en toda regla. Lejos de amainar la tempestad, cada semana que pasa la guerra va a peor, y día sí día no vemos cómo ambas potencias económicas del planeta se agreden mutuamente con nuevos, cuantiosos y dolorosos aranceles.
Esta nueva escalada del conflicto no augura nada bueno, ni para los dos contrincantes, ni para el resto del planeta. De hecho, el mismísimo Banco Mundial ha publicado un informe en el que pone de relieve la gran amenaza que supone este conflicto para la economía global.
La pregunta que debemos hacernos en este momento es: ¿Por qué estamos asistiendo precisamente ahora a una intensificación considerable de un conflicto comercial que, sin embargo, ya venía de meses atrás. Pues los motivos que debemos analizar entran ya en el terreno de la geopolítica y la geoestrategia.
Como todos ustedes sabrán, China ha sido tradicionalmente el principal valedor del régimen norcoreano a nivel internacional. Es un papel que ha desempañado tradicionalmente por la coincidencia del comunismo en el ADN de sus respectivos sistemas políticos, y que ha tenido su reflejo económico en ayudas económicas y convenios bilaterales (casi en solitario) con Corea del Norte. El régimen norcoreano, aparte de su natural hermetismo dictatorial, también ha permanecido mayormente aislado en el terreno económico del resto del mundo, donde las sanciones de la política exterior estadounidense han cumplido mayormente sus objetivos.
El tradicional enfrentamiento entre el régimen norcoreano y Estados Unidos, que venía mostrando hace tan sólo unas semanas indicios de poder degenerar incluso en un conflicto nuclear balístico de largo alcance, se ha disipado como la niebla cuando sopla el viento. En la pasada cumbre de Singapur, sorprendentemente, las relaciones entre Washington y Pyongyang no sólo se normalizaron y se consiguió un compromiso de desnuclearización de la península coreana, sino que sus líderes incluso se invitaron mutuamente a visitarse oficialmente en sus respectivos países.
Trump incluso llegó a confesar que hay química entre él y el líder norcoreano, y que confían el uno en el otro. Un giro de 180 grados totalmente inimaginable hace tan sólo unas semanas, cuando seguían intercambiando amenazas nucleares e insultos personales.
Bienvenida sea la rebaja de la tensión entre la administración Trump y la de Kim Jong Un. Todos podemos dormir más tranquilos sin pensar que en cualquier momento misiles balísticos con cabeza nuclear pueden estar volando sobre nuestras cabezas. No obstante, no hay que lanzar las campanas al vuelo demasiado pronto, y hay que esperar a ver cúal es el desenlace final de todo este proceso en el largo plazo, más allá de declaraciones pasionales del momento. Sigue habiendo riesgos latentesde por medio.
Pero ha habido un daño colateral derivado del bienaventurado cese de las hostilidades en el conflicto estadounidense-norcoreano, y que también es muy relevante para la situación mundial en el contexto actual. El quid de la cuestión es que ahora China ya no le resulta necesaria a Estados Unidos en su traicional papel como interlocutor natural entre EEUU y Corea del Norte.
El hecho relevante es que, ahora, la administración Trump ahora puede permitirse geopolítica y económicamente pasar a otro estadio en su conficto comercial con el gigante rojo. Tiene vía libre para abordar nuevas estrategias de confrontación y nuevos aranceles con China. Y no olviden que este conflicto ha sido una de las ambiciones y políticas más tradicionales (y electorales) del presidente Trump.
Efectivamente, unos días antes de la intensificación de las hostilidades comerciales, el Banco Mundial ya avisó de que las por entonces ya apreciables trifulcas comerciales chino-estadounidenses corrían el riesgo de dañar el crecimiento económico a nivel global. Es más, el organismo incluso puso un nivel de graduación al posible daño que podía ocasionar: alertaba de que el daño económico podía ser del orden del que sacudió sin piedad las economías del planeta en 2008 tras el fatídico detonante de Lehman Brothers. Y recuerden lo grave que fue aquella Gran Recesión que algunos ya dan por olvidada.
El Banco también resalta que más bien este conflicto comercial no es de ámbito meramente bilateral entre las dos principales potencias económicas del planeta, sino que, por el contrario, se trata de un conflicto multilateral con su epicentro en Estados Unidos. Al igual que ya les hemos alertado desde estas líneas en ocasiones anteriores, aquí la verdadera guerra apunta a que es de Trump contra todos, lo cual magnifica todavía más su poder destructor de las economías y el comercio internacional a gran escala.
Pero lo que realmente advierte el Banco Mundial no es ya del nacionalismo económico del propio presidente Trump, sino del alza generalizada que esta corriente socioeconómica está tomando en múltiples economías del planeta. Porque, además, no olviden que el nacionalismo fue en el pasado histórico algo contagioso, y no duden de que de nuevo puede volver a serlo: es muy tribal e instintivo aquello de imitar a los vecinos en defender lo propio.
Sobre todo cuando se tiene la sensación de que todos los dirigentes lo hacen menos los propios, y que "somos de los pocos que estamos haciendo el tonto" manteniendo nuestros mercados abiertos a la competencia extranjera, mientras nos lleven los aranceles a nuestros productos y empresas por doquier. Y no hay duda de que hay que defender lo propio en un mundo ultra-competitivo y lleno de amenazas económicas (y no tan económicas), pero el caso es que ese nacionalismo económico muchas veces no defiende, sino que es el primero que ataca a su entorno.
Verdaderamente, se puede argumentar que Trump sólo ha reaccionado a un saldo económico profundamente desequilibrado con China que viene de lustros atrás. Se puede argumentar que China y otros países están haciendo jugar a Occidente con cartas marcadas. Hay muchos argumentos para justificar que hay que corregir unos desequilibrios cuya mejor solución es que nunca hubiesen llegado a los extremos actuales. Pero no se puede pretender reequilibrar en un año los desequilibrios acumulados durante décadas de globalización descontrolada y sin ningún tipo de planificación.
Además, la política económica exterior de la administración Trump no se queda ni mucho menos ahí, y ha optado por atacar agresivamente al gigante rojo en vez de pactar para corregir gradualmente los desequilibrios comerciales. Pero como apuntábamos antes, no sólo de China va el tema, Trump ha hecho lo propio también con otras zonas económicas, optando por elevar la retórica bélico-comercial e amenazar igualmente con severos aranceles a aliados tradicionales como es el caso de Europa, a pesar de que es tremendamente discutible que EEUU salga tan perjudicado en sus balanzas económicas con potencias como es el caso del Viejo Continente.
Y el tema es que el nacionalismo económico entiende sólo de agitar pasiones exacerbadas, y todo cabe en el cajón de sastre ideológico del "hay que defender lo propio". Llegados a esta peligrosa y potencialmente inestable situación socioeconómica mundial, debo recordarles que hace años que les alerté de que los países desarrollados debían corregir el rumbo, y de que de no hacerlo podíamos llegar a situaciones de desequilibrio a todos los niveles como las que lamentablemente vivimos hoy en día.
Efectivamente, el riesgo principal es que podamos estar asistiendo a la autodestrucción del actual sistema socioeconómico (al menos tal y como lo conocemos). Desde dentro. Desde muy adentro. Desde las mismas urnas instaladas en los cimientos de nuestros sistemas socioeconómicos, que ahora se tornan cargas de profundidad que amenazan con hacer saltar todo el edificio por los aires. Urnas electorales que no sólo están en el Midwest norteamericano. Se trata de votos descontentos que están latentes y patentes en cualquier país desarrollado en el que se ve cómo el populismo de cualquier color cotiza al alza.
Porque el problema de fondo es que esos votantes no ven ahora otra salida más que adherirse a las recetas fáciles para una realidad económica que siempre es compleja. Al menos mucho más compleja que repartir por doquier simples aranceles de los de toda la vida que, por cierto, son anteriores al florecer del comercio internacional de las últimas décadas.
La solución no era cortar las flores, sino plantar sólamente el número que era necesario y sostenible, y no dejar a los jardineros campar a sus anchas deslocalizando bulbos allende los que mares, pretendiendo mantener las raíces en suelo nacional. Era evidente que el (a)modelo no iba a funcionar si nadie ponía unas reglas del juego que lo hiciesen sostenible; por el contrario la deslocalización ha sido anárquica, masiva y sin orden ni concierto.
La deslocalización no ha sido un problema de hechos, sino de grados. No es la primera vez que les digo que es mucho más potencialmente peligroso un país rico venido a menos, que un país en vías de desarrollo que crece un poco menos. De aquellos polvos, estos lodos. O más bien, este auténtico barrizal del que aún no tenemos ni idea de cómo hacer salir al coche. Tenemos a las ruedas patinando y dando vueltas sin parar, pero sin llevarnos a ningún sitio.
¿Alguien dijo que la política era un tiovivo que no nos lleva a ninguna parte? En este caso un servidor se conformaría con que nos llevase al punto de partida, y tuviésemos la ocasión de volver a hacer las cosas mejor, habiendo aprendido por el camino. Pero mucho me temo que los procesos de reversión socioeconómica son a menudo convulsos y potencialmente destructivos. Nunca he deseado más que ahora estar equivocado. Por favor, quítenme la razón con sus votos, todos les estaremos profunda y democráticamente agradecidos.
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