Emergencia Rohingya según se acerca la temporada de ciclones
Image: REUTERS/Soe Zeya Tun
Cuando cientos de miles de familias de refugiados rohingya comenzaron a abarrotar los campos fronterizos en Bangladesh, el primer reto fue tratar de combatir la insalubridad y el consiguiente brote de enfermedades. Se improvisaron letrinas que pronto se vieron sobrepasadas y las condiciones higiénicas se convirtieron en una auténtica amenaza, particularmente para los bebés y los niños. El olor en torno a la zona de letrinas se volvió insoportable.
"Mucha gente los usa y huele muy mal", declara Nur Bhahar, una madre rohingya que vive en un pequeño refugio cercano con su familia de nueve miembros. Según declara, varios de sus hijos e hijas han sufrido episodios de diarrea y la situación se está volviendo insostenible.
La descongestión de los campos se presenta como una tarea esencial para asegurar que las infraestructuras sanitarias básicas alcancen a todos los refugiados. Actualmente, 100 personas deben usar una misma letrina. Un brote de cólera o diarrea acuosa severa podría matar a miles de personas y, de nuevo, las niñas, niños y bebés son los que están sometidos a un mayor nivel de riesgo.
Una nueva serie de letrinas mejor acondicionadas está siendo construida para sustituir a las antiguas, lo que generará un impacto muy positivo en la difícil vida de familias de refugiados como la de Nur Bhahar. UNICEF ha jugado un papel fundamental en la respuesta dada hasta la fecha, excavando cientos de pozos e instalando miles de letrinas. 29.000 desplazados internos, de los cuales 12.000 son niños, han recibido también servicios de suministro de agua y saneamiento en los campos de Myanmar.
La labor de algunas organizaciones asociadas a UNICEF es fundamental para mantener unos niveles de salubridad mínimos. Sumon Ali, un trabajador de una de estas ONG, tiene la fundamental labor de vaciar los retretes con una larga manguera de bombero. "Las letrinas se llenan cada 10 o 15 días", declara. "Si no podemos vaciarlas, se volverán inutilizables, por lo que es muy importante para evitar que el entorno se vuelva insalubre".
El saneamiento no ha sido el único reto de las organizaciones humanitarias para mejorar las condiciones de los campos. Encontrar suficiente agua limpia y potable para una población que no paraba de crecer se convirtió en un desafío constante. Se perforaron 5.000 puntos de acceso agua subterránea así como 200 pozos más profundos que alcanzaron hasta los 200 metros de profundidad.
"Teníamos suficiente agua en la superficie para la población refugiada previa al estallido de la crisis humanitaria. Ahora, el problema es que debemos compartir las mismas reservas con todo el mundo".
Se requieren nuevas presas y reservas y ya se están haciendo esfuerzos para lograr los terrenos necesarios.
Sin embargo, la prioridad número uno ha pasado a ser la mejora de las prácticas de higiene personal por parte de las personas refugiadas. Según Fellows, "en los próximos dos meses, mejorar la higiene y promover el lavado de manos es totalmente fundamental. Las intoxicaciones alimentarias son otro gran riesgo por el que estamos preocupados".
Para poder alcanzar estos objetivos, se está reclutando a un creciente número de personas voluntarias, muchos de ellos adolescentes, para difundir el mensaje sobre la importancia de la higiene personal, el consumo de agua potable y el uso de las letrinas. Sin embargo, se necesitarán muchos más recursos económicos para poder lograrlo y asegurar posteriormente que el monzón no ponga en un riesgo mortal por insalubridad a los cientos de miles de rohingya que abarrotan los campos de refugio.
Sin embargo, la temporada de ciclones amenaza con destruir buena parte del trabajo realizado hasta la fecha, a menos que se logren reforzar a tiempo las infraestructuras. Las y los trabajadores humanitarios trabajan a marchas forzadas para lograr mejorar letrinas, pozos y aseos y tratar así de minimizar los daños que, inevitablemente, provocarán las lluvias torrenciales que se avecinan. La geografía escarpada de los campos no hará sino empeorar la situación.
Según cálculos de UNICEF, de los 6.000 aseos construidos, se perderán el 50%, de los 6.600 pozos de agua, desaparecerán el 60% y de las 40.000 letrinas, el monzón dejará inutilizables en torno a un 80%. Las miles de letrinas que se verán inundadas contaminarán a su vez las aguas circundantes. Muchas familias corren el riesgo de quedar sin suministro de agua potable o sin acceso a letrinas, quedando expuestas al cólera o a otras enfermedades que se transmiten por el agua. Miles de niñas y niños podrían morir por no contar con unos niveles de higiene básicos, relativamente fáciles de lograr.
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