Salud y sistemas de salud

Una inversión de desarrollo que durará generaciones

A woman shops in a photo illustration at vegetable market in Casablanca, Morocco, June 29, 2017. Picture taken June 29, 2017. REUTERS/Youssef Boudlal/Illustration - RTX3B9SG

Image: REUTERS/Youssef Boudlal/Illustration

Bjørn Lomborg

La desnutrición recibe mucho menos atención que la mayor parte de los demás retos del planeta. Sin embargo, es un área donde una inversión relativamente pequeña puede tener el efecto más potente.

Se estima que dos mil millones de personas no reciben las vitaminas y minerales esenciales que necesitan para crecer y desarrollarse, principalmente hierro, yodo, vitamina A y zinc. Peor aún, la desnutrición y subnutrición son parte de un cruel ciclo en que ambas son causas y efectos de la pobreza.

Se trata de un ciclo que afecta de manera desproporcionada a niños y bebés, sobre los cuales la desnutrición tiene consecuencias devastadoras, como discapacidades mentales, problemas de aprendizaje en la escuela, y mala salud en general. Incluso deficiencias nutricionales moderadas pueden afectar el desarrollo de un niño, y puesto que cuando crezca le resultará más difícil obtener un buen trabajo, la desnutrición afecta no solo sus vidas, sino también las de las generaciones siguientes.

Idealmente, los nutrientes deberían proceder de una dieta variada y equilibrada. Ya que esto no es siempre posible, particularmente en países pobres, los gobiernos y las organizaciones tienen la responsabilidad de ayudar.

Por más de una década, el centro de estudios que dirijo, el Consenso de Copenhague, ha estudiado y comparado las opciones de desarrollo a disposición de los gobiernos y organizaciones donantes que funcionan a niveles nacional, regional y global. Colaboramos con los más reputados economistas, entre los que se cuentan varios premios Nobel, para determinar las mejores maneras de enfrentar los mayores retos de la humanidad.

Durante este tiempo, hemos puesto de relieve una amplia gama de causas importantes. Por ejemplo, en 2004 nuestros estudios sirvieron de argumentación para intensificar la lucha contra el VIH/SIDA, cuando se convirtió en una prioridad del gobierno danés. Y el año pasado, el presidente colombiano Juan Manuel Santos declaró que gracias a nuestros estudios sobre biodiversidad se cuadruplicó el tamaño de una reserva marina en la costa de su país.

Todavía, las inversiones diseñadas para combatir la “hambruna secreta” o deficiencias de micronutrientes han estado constantemente en los primeros puestos de nuestras listas de prioridades. La evidencia muestra con claridad que la ruptura de los ciclos intergeneracionales de pobreza y subnutrición es una de las maneras más potentes de mejorar las vidas en cualquier lugar del planeta.

Tanto en 2008 como 2012, los proyectos del Consenso de Copenhague centrados en las prioridades globales para el desarrollo concluyeron que las autoridades y filántropos deberían considerar como una prioridad el combate de la desnutrición. En cada uno de estos proyectos, los expertos produjeron decenas de informes de investigación que examinaban de qué modo era mejor destinar recursos sobre una variedad de problemas, desde conflictos armados y destrucción de la biodiversidad a la propagación de enfermedades infecciosas y la higienización.

Incluso ante decenas de atractivas inversiones para escoger, en el examen de los datos los economistas premiados con el Nobel encontraron que las medidas para combatir la desnutrición se encontraban entre las opciones más potentes. El estudio de 2012 demostró que una inversión de apenas $100 por niño podría pagar una serie de intervenciones –incluidos micronutrientes, mejoras a la calidad dietética y programas de cambio de conducta- que reducirían en un 36% la desnutrición en los países en desarrollo. En otras palabras, cada dólar que se destinara a reducir la subnutrición crónica –incluso en países muy pobres- crearía un retorno a la sociedad por un valor de $30.

El estudio de 2012 tuvo un efecto tangible. El año siguiente, una coalición de organizaciones no gubernamentales prometió aportar más de $750 millones a programas de nutrición, basándose en parte en nuestros hallazgos. De modo similar, el ex Primer Ministro David Cameron citó el mismo estudio en un encuentro de 2013 sobre “Nutrición para el crecimiento”, cuando los gobiernos del G8 se comprometieron a gastar $4,15 mil millones más en la lucha contra la desnutrición.

Lo que es cierto al nivel global también lo es al interior de muchos países. Los dos proyectos más recientes del Consenso de Copenhague se centraron en Bangladesh y Haití. En Bangladesh, 30.000 niños mueren cada año debido a la desnutrición. Llamamos a invertir más en intervenciones que apuntaran a llegar a niños en sus 1000 primeros días de vida, y en un giro promisorio, nuestros estudios fueron un factor del Segundo Plan de Acción para la Nutrición de Bangladesh.

En Haití, el gobierno con el apoyo de la USAID, ha lanzado el primer proyecto de enriquecimiento de alimentos, lo que ayuda a muchas personas a la vez, porque añade nutrientes a alimentos de amplio consumo, como productos básicos (trigo, arroz, aceites) o condimentos (sal, salsa de soja, azúcar). Es apenas un arma en la lucha contra la desnutrición (otras herramientas son iniciativas de educación y selección de objetivos, como proporcionar suplementos a madres y recién nacidos), pero es una muy importante.

El enriquecimiento no es una idea nueva. La mayoría de los habitantes de los países ricos se benefician de ella, lo sepan o no. A principios del siglo XX, comenzó en Suiza la iodización de la sal, y desde entonces se ha aplicado en todo el mundo. La margarina fortalecida con vitamina A se introdujo en Dinamarca en 1918. Y en los años 30, se introdujeron en varios países desarrollados leche fortalecida con vitamina A y harina enriquecida con hierro y vitaminas B. En este punto, el enriquecimiento de los alimentos es casi universal en el mundo desarrollado, pero sigue ausente de los países de ingresos bajos y medios.

El proyecto en Haití se centrará en enriquecer la harina de trigo con hierro y ácido fólico, aceites vegetales y sal con yodo. Tras presentar nuestras conclusiones al Presidente haitiano Jovenel Moïse, adoptó medidas que requieren que todo el trigo esté fortificado con micronutrientes dentro de un año. Y durante el lanzamiento del nuevo programa, un funcionario de EE.UU. citó los estudios del Consenso de Copenhague para demostrar que la fortificación es una de “las inversiones más eficaces en el desarrollo de Haití”.

Un informe de investigación realizado por Stephen Vosti de la Universidad de California, Davis, indica que un 95% de la harina de trigo de Haití se podría fortificar por una década con una inversión de apenas $5,1 de micronutrientes premezclados, equipos y formación. Esta inversión relativamente pequeña rendiría extraordinarios beneficios, como prevenir 140 muertes por defectos del tubo neural y más de 250.000 casos de anemia por año. En términos monetarios, cada dólar que se gastara generaría beneficios para la sociedad haitiana por un valor de $24.

No existe una panacea para todos los retos actuales para el desarrollo. Pero las políticas de mejorar la nutrición se acercan mucho, ya que tienen el potencial de poner fin a un cruel ciclo de pobreza y desnutrición que puede durar generaciones.

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