Geografías en profundidad

Macrón ante el problema alemán

Jorge Díaz Lanchas

Una cosa resulta bastante clara: el proyecto europeo necesita un impulso para ser reformado y dejar atrás el fantasma de su auto-destrucción que llevamos presenciando durante ocho años. Las elecciones generales francesas arrojan esa aura de optimismo que tanto se estaba demandando. Ya muchos ven en la figura del nuevo presidente francés, Emmanuel Macron, al líder político encargado de llevar a cabo tal campaña. Pareciera que éste, no sólo fuese a ser el impulsor de las reformas que necesita el Euro, sino que para ello antes hará entrar en razón a su homólogo alemán para que, juntos, Europa termine entrando en esa nueva etapa que la acercase un poco más a los ansiados e idealizados “Estados Unidos de Europa”.

Sin embargo, en ocasiones la realidad puede ser mucho más tozuda y contradictoria de lo esperado. Y es que, para poder conseguir pequeños avances en esa reforma del Área Euro, Macron va a tener que enfrentarse a dos retos que voy a intentar resumir en las siguientes líneas y gráficos. El primero de ellos (de Storm y Naastepad, 2015) hace referencia a la evolución del PIB de las cuatro principales economías del Euro (Alemania, Francia, Italia y España).

Figura 1: Evolución del PIB en la Eurozona y en cuatro países (2008-2014)

Fijando con un valor de 100 el PIB en 2008 de estos cuatro países, podemos ver que Alemania e Italia fueron las dos economías más castigadas al inicio de la crisis. Sin embargo, y aunque el resto de economías seguirían el mismo comportamiento, Alemania no sólo se recuperó rápidamente de este shock inicial, sino que a los tres años (2011) ya había superado los niveles de PIB anteriores a la crisis. Por el contrario, el resto de economías importantes del Euro, no sólo no seguirían hundiéndose durante la crisis, sino que casos como el de Italia aún no habrían recuperado los niveles de PIB de pre-crisis (España previsiblemente lo hará a lo largo de 2017). Claramente, este gráfico de lo que nos habla es de una divergencia cada vez más importante dentro del Euro. Es decir, años de políticas de cohesión y convergencia pareciesen haberse truncado con el advenimiento de la actual crisis pues, una vez salgamos de ella, tendremos que volver a impulsar programas de desarrollo si queremos una Europa cada vez menos divergente. Ante esto, cabe preguntarse: ¿Por qué Alemania tuvo ese patrón tan singular? Y, ¿por qué el resto de economías del Euro no se han comportado de la misma manera?

Posiblemente ésta sea una de las preguntas de política económica europea más complejas de responder, y aun así dentro del debate político lo que vemos son explicaciones simples y sencillas que no hacen sino enturbiar la visión de la opinión pública antes los desafíos que ésta divergencia representa para el Área Euro. A modo de resumen, encontramos dos tipos de respuestas “simplonas”. Mientras unas aluden al buen hacer alemándurante la crisis en términos de responsabilidad fiscal, de implantación de reformas económicas que han contenido las subidas salariales y, en definitiva, de la promoción de políticas que impulsen la competitividad del sector exterior alemán. Otro grupo de respuestas explica el éxito alemán como el resultado de que Alemania haya ejercido su fuerza negociadora dentro del Euro con el fin de conseguir bajadas constantes de los salarios en el resto de países, y que éstos acabasen aplicando políticas de austeridad fiscal durísimas con las que han terminado empeorando su propia salida de la crisis.

Cualquiera de estas dos explicaciones lo que pretenden es analizar el modelo alemán a través de un indicador relativamente sencillo de entender: el superávit comercial del país. Esto nos lleva al segundo gráfico, la evolución del saldo comercial de Alemania desde la introducción del Euro (Simonazzi et al, 2013).

Figura 2: Evolución del saldo comercial alemán (1981-2010)

Tradicionalmente, el saldo de la balanza comercial de un país se ha utilizado como muestra de lo buenas o malas que han resultado ser las políticas que éste ha llevado a cabo. Como podemos ver en el gráfico anterior, en el caso alemán su balanza exterior no ha hecho más que crecer desde la entrada del Euro. Muchos economistas han intentado explicar este patrón tan favorable para Alemania a través de su política de contención de salarios. De acuerdo a ello, la no subida de costes salariales, habría evitado que las empresas alemanes perdiesen competitividad exterior, lo que les ha llevado a seguir exportando más. Sin embargo, en un interesante trabajo Storm y Naastepad (2015) llevan a cabo una serie de análisis para ver si el cambio en los salarios alemanes (coste laboral unitario) que tuvo lugar con las reformas del mercado laboral de la década pasada (Reformas Hartz), tuvo un impacto positivo en la balanza comercial. Sorprendentemente estos autores terminan concluyendo que este efecto esperado de los salarios no ha resultado significativo ni en el crecimiento de las exportaciones ni en el saldo comercial alemán, lo que abre una necesaria y profunda agenda de investigación en temas de comercio europeo.

Es más, para saber si el cambio en los salarios afecta a los saldos comerciales europeos deberíamos poder separar el efecto que tuvo la entrada del Euro en los mismos, respecto del (teórico) efecto positivo de la contención salarial. Algo realmente complicado de hacer, pues la mayor parte de las exportaciones de los países europeos, tiene como destino a otros países europeos. Si a esto le sumamos la certidumbre y reducción de costes que supuso la entrada del Euro, deberíamos esperar una mejora del saldo comercial para los países que ya exportaban fuertemente antes de la entrada del Euro (Alemania), mientras que otros déficits previos empeorasen su situación (Sur de Europa). Esto se enfatiza más aún en un entorno en el que los países con déficit no pueden ajustar (a la baja) sus monedas para volver a ganar competitividad, como sucede nuevamente en los países del Sur de Europa. En esta línea, ya hay varios trabajos que hablan de que esta situación supone un coste para los países periféricos del Euro de aproximadamente el 5% del PIB, frente a un beneficio para Alemania del 8% de su PIB (citado en Storm y Naastepad, 2015).

Bien, pero volviendo al inicio de este artículo, ¿qué tiene que ver la balanza comercial alemana con Macron? El tener una balanza comercial positiva muestra que el país está atrayendo recursos del exterior, es decir, está generando ahorro nacional. Si este país tiene que hacer frente a pagos inesperados a consecuencia de una crisis financiera, al disponer de ahorro acumulado proveniente del exterior, bien podrá pagar los posibles imprevistos o tendrá capacidad para pedir prestado a otros países y con ello atender las obligaciones contraídas. Por el contrario, si éste país tuviese un déficit comercial, no sólo no va a poder pagar los compromisos ya adquiridos, sino que va a tener menor poder de negociación a la hora de pedir prestado a terceros países. Esto es, la fuerza negociadora del país es menor si eres deudor (déficit comercial) en lugar de acreedor (superávit comercial). Esto es algo que Grecia ha experimentado fuertemente en la actual crisis.

En el caso europeo, Alemania lleva años generando un desequilibrio profundo dentro del Euro, lo que le ha permitido convertirse cada vez más en el acreedor fundamental del resto de países con problemas financieros, especialmente del Sur de Europa. Esto dota a Alemania de mayor poder negociador en cualquier intento de reforma que pudiese surgir pues, si a la hora de embarcarse en nuevas fases del Euro, es Alemania la que va a tener que acarrear con todos los gastos reformatorios. De hecho, posiblemente lo que buscará es que dichas reformas no perjudiquen su posición internacional o sus intereses nacionales. Francia por su parte, lleva años mostrando ciertos problemas de competitividad que le impiden salir de su déficit comercial actual, y con ello convertirse en el otro gran negociador de la zona Euro. Ante esta situación, si Macron quisiese impulsar la aparición de Eurobonos, el establecimiento de un Ministro europeo de finanzas, o incluso la creación de una política fiscal común europea, ha de ser consciente de que va a tener que convencer a sus homólogos alemanes de que ellos se van a tener que encargar de la mayor parte de los gastos. De lo contrario, poco podremos esperar del nuevo espíritu europeísta que parece traer Macron.

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