Hacia un nuevo sistema monetario internacional
Image: REUTERS/Ivan Alvarado - RTX32M3V
El ascenso de movimientos políticos antiglobalización y la amenaza del proteccionismo comercial han llevado a algunos a preguntarse si la economía mundial no necesita una base multilateral más sólida que permita reducir el riesgo de fragmentación. No hay que olvidar que el esquema actual (hoy bajo intensa presión) surgió del fuerte deseo de nuestros antecesores, tras la Segunda Guerra Mundial, de minimizar el riesgo de políticas nacionales de “empobrecer al vecino” como las que en los años treinta obstaculizaron el crecimiento, la prosperidad y la estabilidad mundial.
Hace casi cincuenta años, consideraciones similares impulsaron la creación de los Derechos Especiales de Giro del Fondo Monetario Internacional, precursores de una moneda mundial. Hoy, el renovado interés en la estabilidad del sistema monetario internacional hace que algunos (incluso dentro del FMI) se pregunten si reformular los DEG puede ayudar a revigorizar el multilateralismo.
Uno de los motivos que impulsaron inicialmente la creación de los DEG fue el temor a que una moneda nacional no pudiera a la vez satisfacer las necesidades de liquidez del mundo y actuar como un activo de reserva mundial confiable (lo que los economistas llaman “dilema de Triffin”). Con la creación de una moneda no nacional gestionada por el FMI, los países miembros buscaban introducir un activo oficial de reserva que permitiera sostener y reforzar el sistema monetario internacional.
Con la creación de una moneda no nacional gestionada por el FMI, los países miembros buscaban introducir un activo oficial de reserva que permitiera sostener y reforzar el sistema monetario internacional
Pero factores jurídicos y prácticos, así como la resistencia política de algunos países a delegar autoridad económica a instituciones multilaterales, impidieron que los DEG cumplieran las modestas expectativas de sus creadores, por no hablar de la importante función de actuar como una moneda de reserva realmente global capaz de estabilizar el funcionamiento cooperativo de una economía mundial orientada al crecimiento. A las dificultades implícitas se sumaron diversos fallos de mercado y de información, además de una infraestructura institucional débil y una publicidad inadecuada. Como resultado, el desempeño efectivo de los DEG es muy inferior a su potencial.
Esta falencia provocó oportunidades perdidas para la economía mundial, en particular, en lo relativo a la gestión de activos y pasivos, la provisión flexible de liquidez y el ajuste entre países deficitarios y superavitarios, y por ende, a una disparidad entre el crecimiento real y el potencial. Si los DEG hubieran tenido un mayor papel aglutinante en el núcleo del sistema monetario internacional, hubiera sido más fácil la diversificación prudencial de divisas, se habría reducido la necesidad de costosas e ineficientes medidas de autoprotección, y la provisión de liquidez no hubiera sido tan procíclica.
¿Hay en el clima antiglobalizador actual (causado en parte por una deficiente coordinación internacional de políticas en un contexto de demasiados años de crecimiento escaso e insuficientemente inclusivo) margen para reforzar el papel de los DEG y su aporte potencial?
Para resolver esta cuestión (si levantara vuelo), habría que concentrarse en la creación de un ecosistema de uso de los DEG, en el que la canasta de monedas (donde el año pasado el yuan chino se unió a la libra británica, el euro, el yen japonés y el dólar estadounidense) pueda beneficiarse de la existencia de un círculo virtuoso. En concreto, las tres funciones de los DEG (como activo oficial de reserva, como moneda de uso financiero más general y como medida de valor) podrían asegurar la provisión oficial de más liquidez, ampliar la variedad de activos utilizables en transacciones públicas y privadas en todo el mundo, y reforzar el uso de los DEG como unidad de cuenta.
Pero la adopción por las economías avanzadas de una política más cerrada, populista y nacionalista vuelve extremadamente improbable un intento de fortalecer los DEG de un día para el otro. Incluso una estrategia gradual, que comience con objetivos prácticos fáciles de alcanzar para los que no se necesiten enmiendas al Convenio Constitutivo del FMI, enfrentará obstáculos políticos. Pero vale la pena pensarla.
Algunas áreas de interés incluirían el uso de DEG para emisión de bonos y transacciones comerciales, el desarrollo de una infraestructura de mercado (con mecanismos de pago y compensación), la mejora de las metodologías de valuación y el desarrollo gradual de una curva de rendimientos para préstamos y bonos denominados en DEG. Esto también ayudaría a aprovechar la interconexión de las funciones de los DEG, a fin de alcanzar rápidamente masa crítica y sentar las bases para nuevas mejoras incrementales.
Para que esto funcione, el FMI debe introducir cambios en sus metodologías, como los que ya introdujo en relación con cuestiones nacionales específicas.
Cuando a principios de los ochenta entré al FMI, se desalentaba la participación de actores no gubernamentales en discusiones referidas a políticas o países. Hoy la situación es muy diferente. Ahora se considera que una mayor participación de actores nacionales (ONG, medios locales y una amplia variedad de políticos) es un elemento integral del asesoramiento eficaz a los países y la implementación de programas, además de ser esencial para la función de “supervisión” del Fondo conforme a su Convenio Constitutivo.
Hoy se necesita un cambio similar para que el FMI cumpla mejor su función en temas supranacionales que están subiendo de categoría en su agenda política. En concreto, a su clientela tradicional de gobiernos e instituciones multilaterales (en particular el Banco Mundial), el Fondo debe sumar otros participantes privados y subnacionales con influencia sistémica. De esto resultaría una cooperación entre los sectores público y privado que mejoraría la emisión, el desarrollo de una infraestructura de mercado y la provisión de liquidez de los DEG.
Combinar actividades de desarrollo y comerciales no es fácil, pero las implicaciones para el crecimiento y la estabilidad mundial de no hacerlo sugieren que vale la pena explorar esta idea. Además, el FMI puede empezar con iniciativas pequeñas, centradas en la interacción con otras instituciones oficiales multilaterales y regionales, fondos de inversión soberanos y empresas financieras multinacionales, todo ello afirmado en una coalición activa de miembros del G20.
En un mundo ideal, la era de globalización comercial y financiera acelerada hubiera llevado a los DEG a evolucionar más hacia el papel de moneda de reserva. En el mundo como es hoy, el sistema monetario internacional tiene dos opciones: la fragmentación, con todos los riesgos y costos de oportunidad que supone, o una estrategia gradual para el refuerzo de la resiliencia de la economía global y el crecimiento potencial, basada en el surgimiento de alianzas de base que faciliten el progreso sistémico.
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