Geografías en profundidad

Las tentaciones de una China resiliente

Women wearing cheongsam pose for pictures on a walkway along a cliff during an event in Chongqing Municipality, China March 26, 2017. Picture taken March 26, 2017. REUTERS/Stringer ATTENTION EDITORS - THIS IMAGE WAS PROVIDED BY A THIRD PARTY. EDITORIAL USE ONLY. CHINA OUT. NO COMMERCIAL OR EDITORIAL SALES IN CHINA.     TPX IMAGES OF THE DAY - RTX32UP8

Image: REUTERS/Stringer

Stephen S. Roach
Senior Fellow, Jackson Institute of Global Affairs, Yale University

Otro temor de crecimiento llegó y se fue de la economía china. Esto, por supuesto, está muy reñido con la sabiduría convencional occidental, que ha esperado por largo tiempo un aterrizaje brusco de la economía en China. Una vez más, la visión occidental falló en entender el contexto chino – un sistema resiliente que otorga una alta prima a la estabilidad.

El primer ministro Li Keqiang lo dijo todo en sus últimos comentarios en el reciente Foro de Desarrollo de China. He asistido a esta reunión durante 17 años consecutivos y aprendí a leer entrelíneas del discurso que presenta el primer ministro. La mayor parte del tiempo, los líderes chinos permanecen fieles a su mensaje, con declaraciones bastante aburridas sobre los logros, objetivos y reformas, acatando a pie juntillas la línea oficial del “Informe Anual de Trabajo” sobre la economía que se presenta ante la Asamblea Popular Nacional de China dos semanas antes.

Este año fue diferente. Inicialmente, Li parecía apocado en sus solemnes respuestas a las preguntas de una audiencia de luminarias a nivel mundial que se centraban en asuntos de peso como las fricciones en el comercio internacional, la globalización, la digitalización y la automatización. Pero, sus puntualizaciones finales tomaron más vida – él brindo una declaración no solicitada sobre la fuerza subyacente de la economía china: “No habrá ningún un aterrizaje brusco”, exclamó.

La señal clara de Li estuvo en sintonía con los datos oficiales de los dos primeros meses de 2017: solidez en las ventas al por menor, la producción industrial, el consumo de electricidad, la producción de acero, la inversión fija y la actividad del sector servicios (este última mostrada por un nuevo Indicador mensual desarrollado por la Oficina Nacional de Estadísticas de China). Mientras tanto, las reservas de divisas se recuperaron en febrero por primera vez en ocho meses, lo que indica una disminución de las salidas de capital.

Al mismo tiempo, el Banco Popular de China tomó como señal el alza en las tasas de la Reserva Federal de Estados Unidos este mes, impulsando las tasas de política monetaria de China en unos diez puntos básicos. El BPC no habría tomado ese paso si hubiera estado demasiado preocupado por el estado subyacente de la economía china.

Pero la guinda del pastel provino de los datos de comercio – es decir, el crecimiento anual de las exportaciones en un 4% en enero y febrero, tras una contracción del 5,2% en el cuarto trimestre del año 2016. Esto pone de relieve un contraste clave entre los recientes y los antiguos temores de crecimiento de la China.

Llámelo el efecto Trump: el resurgimiento de los “espíritus animales” de la economía mundial en los últimos meses ha proporcionado un alivio importante para una economía china que aún sigue dependiendo en gran medida de las exportaciones. Mientras que los temores de crecimiento se vieron exacerbados por las presiones crónicas a la baja de la demanda mundial post-crisis, esta vez los vientos de contra viento externos han dado paso a vientos a favor.

Sin embargo, mientras que el pronóstico a corto plazo para la economía china es mucho más alentador de lo que la mayoría había esperado, una sensación escalofriante de negación, que bordea la arrogancia desmesurada, parece estar entrando sigilosamente dentro del grupo estratégico de China. Ya que Estados Unidos está mirando hacia dentro de sus fronteras, los tomadores de decisiones chinos parecen estar reflexionando sobre la oportunidad que podría surgir de un cambio sísmico en el liderazgo mundial.

Me preguntaron repetidas veces sobre la posibilidad de una globalización centrada en China – reforzada por el liderazgo chino en el comercio multilateral (la Asociación Económica Regional Amplia (RCEP) de 16 naciones), la inversión panregional (la Iniciativa del cinturón económico de la ruta de la seda), y una nueva arquitectura institucional (el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura y el Nuevo Banco de Desarrollo, ambos dominados por China). Es como si China se hubiera estado preparando para llenar el vacío que deja el Estados Unidos de Donald Trump que declara que “Primero está EE.UU.”.

Los chinos son diligentes estudiantes de la historia. Saben que los desplazamientos en el liderazgo mundial y el poder económico son glaciales, no abruptos. No obstante, tengo la sensación de que ven las circunstancias actuales de una manera muy diferente: Trump, el gran perturbador, ha cambiado las reglas de participación para lo que había sido una globalización centrada en Estados Unidos. Muchos en China ahora se están preguntando si esta pudiese ser una oportunidad para hacerse de las riendas del poder mundial.

Todo es posible – especialmente en un mundo donde la incertidumbre es la única certeza. Pero hay otra lección de la historia que los chinos deben tener en cuenta. Como sostiene el historiador de Yale, Paul Kennedy, el ascenso y la caída de las grandes potencias se produce invariablemente bajo condiciones de un “esfuerzo trascendental geoestratégico”, cuando la proyección de poder mundial de un Estado se ve socavada por la debilidad de sus fundamentos económicos domésticos. El liderazgo mundial comienza con la fuerza en el propio país, y China aún se enfrenta a un largo camino de reequilibrio y reestructuración antes de llegar a la Tierra Prometida de lo que sus líderes llaman la “nueva normalidad”.

Sin embargo, en este punto hay otra importante desconexión entre la visión dentro de China y las percepciones en Occidente. La visión desde fuera es que las reformas chinas, es decir los medios para el reequilibrio, se han estancado en los últimos cinco años bajo el mandato del presidente Xi Jinping. La misma visión prevaleció durante el liderazgo de diez años de Hu Jintao. ¿Pero es ésta realmente la manera correcta de evaluar lo que está sucediendo en China?

Los resultados importan más que los grandes pronunciamientos. Desde el año 2007, cuando el ex primer ministro chino Wen Jiabao estableció el guantelete de seguridad para el reequilibrio de una economía china que se había tornado “inestable, desequilibrada, descoordinada e insostenible”, la estructura económica de China ha sufrido una dramática transformación. La participación del PIB en el denominado sector secundario (manufacturas y construcción) disminuyó del 47% en el año 2007 al 40% en el 2016, mientras que la proporción del sector terciario (servicios) aumentó del 43% a casi el 52%. Los cambios estructurales de esta magnitud son muy preponderantes. El punto clave omitido por quienes niegan la reforma es que China está realmente progresando rápidamente en el camino hacia el reequilibrio.

Todo lo antedicho nos lleva de nuevo a las preguntas planteadas en el Foro de Desarrollo de China de este año. La combinación de una capacidad de resiliencia a corto plazo y un Estados Unidos que mira hacia dentro parece ofrecer una tentadora oportunidad para China. Sin embargo, China debe resistir las tentaciones de proyección de poder mundial y debe permanecer centrada en la ejecución de su estrategia interna. El desafío ahora es llevar a buen puerto la “tremenda oportunidad” que Li pregonó al descartar un aterrizaje brusco.

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