Europa se halla hoy atrapada entre EE.UU. y Rusia, ambos decididos a dividirla. ¿Qué debemos hacer?
Image: REUTERS/Toby Melville - RTSZIVL
La Unión Europea, por sus divisiones y tensiones, podría perder la paz, prosperidad y libertad de movimiento que han constituido sus señas de identidad, así como su amplitud de miras y objetivos comunes. ¿Seremos los europeos capaces de unirnos a tiempo para preservar nuestros valores?
La salida del Reino Unido es un duro reflejo del peligro que se cierne sobre la UE, peligro agravado por la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, nuestro aliado más cercano y poderoso, además de socio clave en materia de seguridad y defensor de valores compartidos. La agresividad contra el proyecto europeo que ha marcado el comienzo de su mandato abre un frente nuevo para Europa.
Puede parecer exagerado. Parte de la clase política de EE.UU. sigue convencida –o al menos es el mensaje– de que los pesos pesados más sensatos del gabinete de Trump, como el secretario de Defensa, James Mattis, y el secretario de Estado, Rex Tillerson, dirigirán la política exterior estadounidense. “No os preocupéis”, dicen, “evitaremos lo peor”.
Mi experiencia me dice lo contrario. Quien de verdad cuenta en estos casos es quien habla al oído del gobernante, su valido. Es más, todo indica que su círculo interno está al mando. Hasta hoy, las declaraciones y órdenes ejecutivas de Trump evidencian una perspectiva ideológica muy particular, profesada de larga data por el jefe de estrategia de la Casa Blanca, Steve Bannon, ultranacionalista acólito del filósofo fascista italiano Julius Evola e instigador del movimiento denominado “alt-right” por la supremacía blanca en Estados Unidos.
Por si fuera poco, Bannon también forma parte del Comité de Directores del Consejo de Seguridad Nacional, que incluye a los secretarios de Estado y de Defensa, pero no al director de Inteligencia Nacional o al jefe de Estado Mayor Conjunto. No sorprende que #PresidentBannon se alce en trending topic de Twitter.
No acostumbro a pontificar sobre la estructura del aparato de política exterior de terceros Estados. Pero la excepcionalidad de la presidencia de Trump lo exige. Todos tenemos la responsabilidad de tomar en consideración las implicaciones que tendrá para nuestros países el menosprecio ideológico de la Casa Blanca hacia el pensamiento occidental de tradición democrática. Para los europeos, esta responsabilidad es particularmente acuciante, ya que el nuevo motor doctrinario de EE.UU. refuerza el tópico Estado-nación westfaliano y, por ende, soberanía, fronteras firmes y nacionalismo. Según estos cánones, la UE –edificada sobre la idea de fuerza, paz y prosperidad a través de la cooperación– es una aberración.
La UE ya no lidia con la indiferencia de un aliado –peor versión de la política del expresidente Barack Obama hacia Europa–. Hablo aquí de una hostilidad rotunda hacia el proyecto común del viejo continente. Así lo demuestran la adulación de Trump por el brexit, su alusión al “derecho a la autodeterminación” del pueblo británico y su vejatoria referencia a la UE como “el Consorcio”, en su comparecencia con la primera ministra británica, Theresa May.
Europa se halla hoy atrapada entre EE.UU. y Rusia, ambos decididos a dividirla. Ante esta situación, ¿qué debemos hacer?
Podríamos doblegarnos a Trump, como hizo May con ocasión de su visita a Washington: permaneció muda en la rueda de prensa conjunta mientras él expresaba abiertamente su apoyo al uso de la tortura.
Pero una contemporización tal sería contraproducente para Europa. Por encima de nuestras fronteras, nos definen nuestros valores. Sin perjuicio de una pragmática colaboración, no tiene sentido abandonarlos, sobre todo para congraciarnos con alguien cuyas actuaciones hasta la fecha no lo hacen digno de nuestra confianza.
Tampoco tiene sentido la búsqueda de un salvador alternativo como China; única potencia quizás comparable a EE.UU. en términos económicos, aunque ahora más de uno se deje seducir por los cantos de su presidente Xi Jinping en favor de la globalización.
Desconfiemos de falsos mesías. La visión global que China promueve se centra casi exclusivamente en las relaciones económicas –precisamente la perspectiva roma que condujo al orden internacional liberal hacia el desorden–. La idea de un propósito común, y no simplemente el buen funcionamiento de los mercados, es lo que mantiene unida a la humanidad. De no ser así, el mercado interior de la UE habría bastado para protegerla de la amenaza existencial que ahora la atenaza.
La única opción viable para la UE pasa por la reafirmación y la confianza en su proyecto. Y para dar respuesta a la vacilante postura actual de EE.UU. hacia sus aliados y los valores compartidos, tiene que fortalecer su proyección internacional.
Para ello, siendo prácticos, la UE debe empezar por impulsar las negociaciones comerciales con Japón, pactar un acuerdo sobre inversiones con China, modernizar su Acuerdo Global con México y erigirse en líder mundial en materia de reforma fiscal. Además, debe hacerse más responsable de su sistema de defensa, no solo mediante el aumento presupuestario de esta partida, sino también por su contribución a una cooperación continental que haga uso más eficiente de recursos y capacidades.
En cuanto al reto migratorio, Europa debe elaborar una política inspirada tanto en sus valores como en sus intereses económicos y de seguridad; es decir, distinguir entre migrantes económicos y refugiados, reforzar el control de fronteras e impulsar la cooperación con terceros países.
Y, sin abandonar el pragmatismo, las acciones de la UE deben integrar los valores que han sido motor de su recuperación, crecimiento y prosperidad durante más de siete décadas: amplitud de miras, derechos humanos y Estado de derecho. La reciente llamada del presidente de Francia, François Hollande, y de la canciller alemana, Angela Merkel, a “un compromiso claro y compartido” por parte de la UE es un buen punto de partida.
Pero de las palabras tenemos que pasar a la acción. Las elecciones generales que se celebrarán en los próximos nueve meses —al menos en Países Bajos, Francia y Alemania— no pondrán las cosas fáciles, máxime si un candidato extremista logra una inesperada victoria en alguno de estos países. Pero si, como es de esperar, el centro político de Europa se mantiene firme, la UE estará en condiciones de hacer frente a estas fuerzas externas crecientemente hostiles y avanzar en su proyecto con determinación.
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