China necesita una nueva estrategia global
Image: REUTERS/Thomas Peter
La Guerra Fría terminó en diciembre de 1991, cuando se desintegró la Unión Soviética. La era pos-Guerra Fría terminó en noviembre de 2016, cuando Donald Trump ganó la presidencia de Estados Unidos.
Resulta imposible predecir todo lo que traerá consigo la era Trump, en particular debido a la propia arbitrariedad de Trump. Pero algunas consecuencias ya son evidentes. En apenas un par de semanas, la presidencia de Trump ha cambiado drásticamente las suposiciones clave que sustentaban la gran estrategia de pos-Guerra Fría de China.
La primera suposición es ideológica. El ostensible triunfo de la democracia liberal occidental en 1989 le infundió a ese sistema una suerte de predominio. Se supuso, por lo tanto, que planteaba una amenaza existencial para el Partido Comunista Chino (PCC).
En el terreno económico, China esperaba un continuo liderazgo occidental en la globalización económica. Por lo tanto el gobierno de China desarrolló relaciones comerciales estrechas con Occidente -relaciones que respaldaron el crecimiento y desarrollo económico de China, fortaleciendo el apoyo al PCC fronteras adentro e impulsando la influencia del país en el exterior.
Respecto de la seguridad nacional, China suponía que Estados Unidos no planteaba una amenaza inminente. Aunque Estados Unidos y sus aliados gozan de ventajas tecnológicas abrumadoras -una realidad que había preocupado durante mucho tiempo a los líderes chinos-, China dio casi por hecho que Estados Unidos seguiría asignándole una alta prioridad a evitar el conflicto.
En resumidas cuentas, los líderes de China habían aceptado la naturaleza dual de la estrategia de prevención de Estados Unidos, por la cual Estados Unidos entablaba una relación económica y diplomática con China, manteniendo a la vez una postura de seguridad robusta frente a China, para disuadir el expansionismo. Y habían desarrollado una estrategia propia que apuntaba a aprovechar al máximo este contexto operativo relativamente pacífico para perseguir su principal objetivo: un rápido desarrollo económico.
Sin embargo, ahora ese contexto operativo ha cambiado; en verdad, los cimientos del orden pos-Guerra Fría se estaban desintegrando mucho antes de que Trump apareciera en escena. Entre otras cosas, la crisis financiera global de 2008 y los tropiezos estratégicos de Estados Unidos en Oriente Medio desde el atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001, debilitaron sustancialmente la capacidad de Occidente de mantener el orden basado en reglas internacionales y ofrecer bienes públicos globales.
Nada de esto es una novedad para China, que ha venido implementando ajustes incrementales en su gran estrategia, para aprovechar las oportunidades creadas por la relativa decadencia de Occidente. Por ejemplo, mientras que Estados Unidos estaba distraído en los conflictos extendidos y fluidos de Oriente Medio, China ponía a prueba la resolución del país tensando sus propios músculos, más notoriamente en el Mar de China Meridional.
Pero, en general, los cambios eran marginales; los principios fundamentales de la estrategia se mantuvieron igual. Esa ya no es una opción. Con Trump en la Casa Blanca, la gran estrategia de China tendrá que reformularse completamente de acuerdo a un nuevo conjunto de presunciones.
En el frente económico el nuevo contexto operativo probablemente resulte difícil. La des-globalización hoy parece un hecho. Eso es profundamente preocupante para China, el mayor exportador del mundo por volumen y posiblemente el mayor beneficiario de la globalización.
Dada la dependencia de China de las exportaciones, inclusive el mejor escenario probablemente conduzca a cierta caída del crecimiento potencial de China. Pero lo que mantiene realmente preocupada a China son los peores escenarios. La interdependencia económica entre China y Estados Unidos amortigua su rivalidad geopolítica e ideológica. Si Trump tiene éxito con su amenaza de anular los acuerdos comerciales e imponer unilateralmente aranceles punitivos, el régimen de comercio global existente se va a deshilachar, y China será una de las principales víctimas.
Pero el peligro más agudo tal vez resida en el terreno de la seguridad nacional. Las declaraciones y acciones de Trump desde la elección, junto con su reputación y una aparente idea de que el mundo es una jungla hobbesiana, han convencido a las autoridades chinas de que está con ganas de pelear.
Trump no sólo ha amenazado con desafiar la política de "una sola China", que ha constituido el cimiento de las relaciones entre Estados Unidos y China desde 1972; también prometió aumentar las capacidades navales de Estados Unidos con el objetivo explícito de oponerse a China. El coqueteo de Trump con el presidente ruso, Vladimir Putin, no ha hecho más que exacerbar los temores entre los líderes chinos de que Estados Unidos se esté preparando para desafiar a China.
Estas nuevas suposiciones ofrecen cierto indicio de la manera de proceder para China, mientras desarrolla una gran estrategia nueva. Y, sin embargo, hay muchas cosas que todavía no se saben. Si, por ejemplo, Trump decide enfrentarse con Irán y, en consecuencia, se hunde más en la ciénaga de Oriente Medio, China podría conseguir cierto respiro. Pero si Trump opta por enfrentar a China en el Mar de la China Meridional o abandonar la política de una sola China, las relaciones entre Estados Unidos y China podrían desplomarse en caída libre, planteando la perspectiva amenazadora de un conflicto militar directo.
Dejando esto de lado, la llegada de Trump a la presidencia puede marcar el comienzo de una nueva Guerra Fría que enfrente a Estados Unidos con China. Esto a muchos les puede resultar impensable. Pero lo mismo pasaba con la victoria de Trump -hasta que sucedió.
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