Sueños jóvenes en una India aún vieja
Image: REUTERS/Anindito Mukherjee
En pocos años, India será el país con más jóvenes del planeta superando a China. Las nuevas generaciones de indios han nacido en una potencia emergente con continuo alto crecimiento que les ha bombardeado con promesas, pero el mercado interno no puede absorber la demanda de trabajo y muchos no están suficientemente cualificados para los puestos a los que aspiran. ¿Es el músculo juvenil una ventana al progreso o un volcán incontrolable a punto de estallar?
En India, la edad ha sido a menudo sinónimo de autoridad. Así se explica tal vez que en el Gobierno actual solo uno de los 26 ministros tenga menos de 50 años y el 65% sean sexagenarios o septuagenarios, poco o nada interesados en adelantar su jubilación. No es algo exclusivo del hinduista Bharatiya Janata Party (BJP) del primer ministro Narendra Modi, quien se aupó al poder en 2014 y él mismo tiene 65 primaveras. En el último gabinete del secular Partido del Congreso de la dinastía Nehru-Gandhi, en torno a tres cuartos de los ministros habían nacido antes de que India se independizara del Imperio británico, en 1947, o en el lustro posterior. Parece que para mandar y decidir el rumbo de este gigante asiático hay que peinar canas y cuantas más mejor.
Sin embargo, la gran ironía es que India es cada vez un país más joven. Su edad media es de 27 años y cada mes, hasta 2030, cerca de un millón de indios alcanzarán la mayoría de edad. En la actualidad, unos 430 millones de sus habitantes, casi un tercio de la población total, tienen entre 15 y 34 años y en poco tiempo, según los pronósticos, el país de Gandhi será el que más jóvenes del planeta tenga, superando a China. Que los jóvenes son el futuro lo sabe perfectamente el propio Modi, que basó en buena parte su campaña electoral en las aspiraciones de ese segmento y recibió un importante espaldarazo en forma de sufragios.
¿Pero hacia dónde camina la juventud india en un país de varias velocidades que no acaba de cuajar en potencia económica global de primer orden? ¿Cómo amortigua la nación el trasvase demográfico de zonas rurales a urbanas? ¿Se beneficiará India de su potente músculo juvenil, del conocido por los economistas como “dividendo demográfico”?
Quienes hoy en día alcanzan la mayoría de edad en el gigante asiático nacieron después de que el país empezara el proceso de liberalización económica a principios de los 90, una fase marcada por un continuo alto crecimiento actualmente cercano al 8% y más impulsado tradicionalmente por los servicios que por la industria. La India que envía misiones a Marte, busca unasiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas o fabrica los coches, tabletas y móviles inteligentesmás baratos del planeta ha inundado con promesas a sus nuevas generaciones, aunque entre esos sueños de grandeza hay muchos claroscuros.
“India está cambiando tremendamente en los últimos años. Los jóvenes están tomando cada vez más decisiones importantes. Antes esto era algo de las generaciones mayores de 60 años”, asegura Madhuri Banerjee. Afincada en la capital del celuloide indio, la vibrante Bombay, Banerjee se ha convertido en una escritora de éxito abordando temas como la sexualidad, la independencia de la mujer o las relaciones prematrimoniales de los indios, temas casi tabú en otros tiempos y que hoy en día cada vez resultan menos novedosos en las áreas urbanas.
El acceso a teléfonos móviles y a Internet, observa la autora, está propiciando “una mayor información y conocimiento” y posibilita que “incluso en las zonas rurales la gente se vuelva más ambiciosa”.
“Cuando yo terminé secundaria, mis padres me dijeron: o bien estudias Medicina, Derecho o una ingeniería. Ahora se ha abierto el abanico. Hay muchas mujeres por ejemplo en los medios de comunicación, han aparecido campos como el diseño, la realización de aplicaciones (tecnológicas)”, subraya Banerjee.
Una opinión similar tiene Nirmala Chenappa, una publicista de una quinta anterior que lleva una década trabajando en este sector en la sureña ciudad de Bangalore, “un pueblo -dice- que de repente se convirtió en un polo tecnológico” que atrajo a miles de ingenieros informáticos y a las principales empresas punteras indias, hasta el punto de ser calificado como el Silicon Valley de India.
“Ahora hay más oportunidades y muchos emprendedores. Está subiendo el nivel de vida”, asegura, al tiempo que apunta que la sociedad cuestiona cada vez más “la mentalidad feudal” que ha caracterizado al país. “Hay un aumento de la transparencia y de la necesidad de dar explicaciones”, sintetiza. Y agrega que ahora la gente se casa más tarde -“los 40 no son una edad tan peligrosa”- y no necesariamente mediante matrimonios concertados, aunque siga siendo la opción preferida. “El pago de dote está algo menos presente, muchas mujeres alzan la voz en aspectos de su vida, hay quienes deciden ser solteras y quienes optan por finalizar relaciones que no les hacen felices”, sentencia Banerjee.
La India que describen Banerjee y Chenappa existe, sin duda, y es una realidad vertiginosa, pero convive en un país en el que dos tercios de sus 1.250 millones de habitantes viven aún en zonas rurales ancladas a otro tiempo, donde hay más gente con teléfonos móviles que con retrete en casa y en torno a la mitad de la clase trabajadora se gana la vida en la agricultura pese a que la aportación al PIB de este sector es comparativamente reducida, un 14%. Quizás hay más mujeres que han conquistado parcelas de independencia, pero la discriminación que sufre el sexo femenino comienza desde antes de ver la luz en una sociedad patriarcal donde las ecografías están prohibidas porque los recurrentes feticidios hacen que por cada 1.000 varones que nacen el ratio de niñas sea 940, según el censo de 2011. Allí, en la India profunda, el peso de la casta, sobre todo cuanto más bajo es el escalafón, todavía es una cruda realidad.
“Ha habido mucha confusión sobre el llamado dividendo demográfico. Que haya un incremento de la juventud en la población no se traduce automáticamente en que este se traslade al empleo y de esa manera no trae por defecto un dividendo de crecimiento”, sentencia el experto Ajit K. Ghose, autor deinformes sobre el empleo en India. Ghose subraya que, de momento, en el caso indio esta premisa “no se ha materializado”, por razones como que “la participación de la mujer en la fuerza de trabajo ha estado en declive”.
Para el experto, hay un problema estructural clave que explica las limitaciones del músculo juvenil indio. El país dedicó más recursos a la educación universitaria que a la primaria durante las primeras décadas tras su independencia pese a que solo podía leer un 18,3% de la población. La cifra de alfabetización se ha elevado hoy hasta el 74%, pero debido a esta política de partida en la actualidad hay un número de trabajadores cualificados que excede la demanda y paradójicamente también un alto porcentaje de gente con estudios superiores de poca calidad.
En un informe de 2014, la consultora Aspiring Minds reveló algo demoledor que cercena mitos como el de los informáticos indios: de los 600.000 ingenieros que salen cada año de las aulas del país, solo uno de cada cinco tienen los conocimientos necesarios para ser contratados. La Confederación de Industria de India (CII) cuantificó en otro estudio del mismo año que el 60 % de la población del país está disponible para trabajar, pero solo un 25% tiene las habilidades requeridas por el mercado. “A veces hay carencia de cualificación en áreas específicas y, por otro lado, el hecho de que haya una gran parte de la fuerza de trabajo sin educación básica dificulta la adquisición de habilidades”, resume Ghose.
“Unos 7 u 8 millones de jóvenes entran en el mercado de trabajo cada año. Pero este no es el número que debe ser absorbido en nuevos y mejores trabajos, puesto que hay reservas de personas desempleadas o empleadas por debajo de sus capacidades. El número que debe ser absorbido es el doble: de 16 millones”, sentencia el analista.
India es una suerte de puzle: con más piezas que las que su dueño puede colocar, con algunas que no encajan en los lugares donde se las quiere poner y con otras por pulir, a las que hay que dar una capa de pintura cuanto antes para que no desentonen.
Pero todo el mundo quiere ser parte del puzle bonito de esta nueva India, lo que según el politólogo de laUniversidad Jawaharlal Nehru de Delhi, Bhagwan Josh, lleva a que “en un país con televisión y redes sociales, la gente joven se vuelva impaciente” porque “quiere tener dinero en sus bolsillos” y “no hay tantos trabajos disponibles”. “Algunos jóvenes no son muy bien pagados cuando comienzan y ya no están dispuestos a esperar”, secunda la publicista Chenappa.
El mayor acceso a información, consideran algunos analistas, ha enhebrado una respuesta de la juventud más rotunda ante algunos acontecimientos. Los jóvenes se implicaron mucho en las protestas contra la corrupción que comenzaron en Delhi en 2011 y derivaron en la creación del Partido del Hombre Común (Aam Admi Party, AAP), los indignados que terminaron conquistando el poder en la capital india. También encarnaron los jóvenes una agitada reacción a finales de 2012 tras la violación grupal de una estudiante en un autobús que acabó falleciendo y abriendo con su muerte un profundo debate sobre la situación de la mujer en el país.
Las desilusiones en esta fase de transición en India son crisis en gestación, de proporciones potencialmente enormes. Como el músculo juvenil. Y en opinión del profesor Josh, el Gobierno indio tiene retos muy importantes por delante: la reforma de tierras para acometer un proceso de mayor industrialización, conseguir una India mejor cualificada, impulsar las manufacturas o reducir elenjambre burocrático y fiscal.
Cabe ver si las chispas que saltan con facilidad en un mundo tan interconectado son solo fenómenos puntuales o se está preparando el germen de un cambio radical en la implicación política y social de los nuevos jóvenes indios. El tiempo corre y los jóvenes corren con él.
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