COVID-19: las 4 claves del Gran Reinicio
Una oportunidad perdida... una recreación del centenario del partido de fútbol entre las tropas alemanas y aliadas durante la tregua de Navidad de 1914. Image: Reuters/Eric Vidal
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El Gran Reinicio
- Se necesitan nuevas ideas para catalizar el Gran Reinicio tras la crisis de la COVID-19.
- El cambio puede ser tan sencillo como un cambio de actitud
- Una mayor conexión entre líderes y personas puede lograr cambios efectivos
La iniciativa del Gran Reinicio del Foro Económico Mundial busca nuevas ideas para aprovechar este momento único en la historia que ofrece la interrupción de la economía, la política y la vida diaria para catalizar un nuevo enfoque en el funcionamiento de nuestras sociedades.
A continuación, vemos cuatro claves importantes para lograr este objetivo: actitud, métrica, incentivos y conexión.
1. Cambio de actitud: si lo conseguimos una vez, lo podemos conseguir de nuevo
El primer cambio tendrá que ser un cambio de actitud. Dos nuevos libros impactantes, Capital and Ideology, de Thomas Piketty y Humankind, de Rutger Bregman , reflejan cómo nuestra perspectiva actual se basa en hipótesis ampliamente equivocadas y que es posible realizar una transformación drástica con un cambio de actitud.
Piketty desafía una premisa básica del capitalismo: que la desigualdad es simplemente un subproducto desafortunado del progreso. Afirma que la desigualdad es una opción política que se basa en una ideología deficiente —el mercado proveerá— y no en el resultado inevitable de la tecnología y la globalización. Piketty demuestra que ni es verdad ni es algo irreversible.
Rutger Bregman explota un mito aún más consolidado: que los seres humanos son intrínsecamente egoístas, poco colaborativos y agresivos y, sin la influencia civilizadora de gobiernos y líderes, el orden se fragmentaría y reinaría el caos. Su investigación de más de 200 000 años de historia de la humanidad refleja que en realidad estamos mentalmente programados para ser bondadosos, colaborativos y atentos. Sin embargo, dirigimos nuestros países, nuestras instituciones cívicas, empresas, centros educativos e incluso a menudo nuestras familias asumiendo esta afirmación tan negativa y equivocada sobre el comportamiento humano. Bregman demuestra que, cambiando esta hipótesis, todo cambia con ejemplos de la vida real tomados de entornos tan dispares como el sistema de cárceles noruego o el mundo real del Señor de las moscas.
Lo que ambos libros afirman es que nuestra visión del mundo es inventada. Inventada por un número de personas sorprendentemente reducido, pero tristemente influyente, de Maquiavelo a Adam Smith pasando por Milton Friedman y William Golding. Pero si lo conseguimos una vez, podemos conseguirlo de nuevo, y hay muchas personas con nuevas y grandes ideas para trabajar si empezamos a tomárnoslo en serio.
La pandemia de la COVID-19 ha mostrado la verdad en ambos frentes. Lo importante, como dice Henry Ford, es darse cuenta de que «tanto si crees que puedes como si no, en ambos casos tienes razón».
2. Crear una nueva métrica: medir lo importante lo cambiará todo
El PIB mide los parámetros equivocados. Medir los parámetros correctos proporcionará a los gobiernos, las empresas y los ciudadanos los conocimientos necesarios para adoptar medidas arriesgadas y desafiantes, pero necesarias para cambiar a un modo de vida más centrado en las personas y en el planeta.
El PIB falla en muchísimos aspectos: mide la riqueza, pero ignora su distribución. Ni siquiera contempla los costes humanos y financieros del capitalismo, los "factores externos" como el bienestar social, la degradación ambiental y los costes sociales, mentales y físicos de las innovaciones.
La insatisfacción con el PIB es generalizada y existen numerosas alternativas que se están probando centradas en el bienestar de las personas y del planeta: por ejemplo, los índices de desarrollo humano y desarrollo social de las Naciones Unidas, las métricas de bienestar, el índice de progreso real, el índice del planeta feliz y una iniciativa para utilizar la felicidad nacional bruta.
Como dicta el refrán: «lo que se mide se gestiona». El Gran Reinicio debe tomarse en serio esta lección e iniciar la transformación adoptando un planteamiento nuevo sobre lo verdaderamente importante.
3. Diseño de nuevos incentivos: obtenemos lo que pagamos
Los incentivos están inexorablemente unidos a las métricas. En 1996, la investigación de Tomorrow’s Company de la Royal Society of Arts del Reino Unido (en la que yo participaba) mostró que el valor de los accionistas como único indicador del éxito de una empresa perjudica tanto a las empresas como a la sociedad, y ni siquiera beneficia a los accionistas. Aproximadamente cada cinco años hay otra gran iniciativa en algún lugar que afirma más o menos lo mismo, y la más reciente es la conversión damasquinada de la Mesa Redonda Empresarial de los Estados Unidos a un punto de vista que contempla un cambio de objetivo para las empresas «Para promover una economía que sirva a todos los americanos».
Pero, en el mundo real, los incentivos han funcionado como siempre todo este tiempo. Las sociedades de capital de riesgo —e incluso los inversores institucionales convencionales— rara vez incluyen siquiera las cuestiones más básicas relativas a riesgos sociales y ambientales en sus criterios de inversión cuando acumulan efectivo en portentosas empresas digitales.
Este tipo de cuestiones complejas quedan relegadas a fondos de gobernanza ambiental y social (ESG, por sus siglas en inglés) que, aunque prosperan, son secundarios al evento principal, generando el máximo capital posible en el mínimo tiempo.
Por tanto, hasta que estos incentivos cambien y los que tienen dinero lo inviertan donde procede, o al menos donde afirman en sus planes de inversión y en sus discursos de Davos, las cosas seguirán exactamente igual.
4. Crear una conexión genuina: en la distancia está el peligro
En Humankind, Rutger Bregman muestra la desgarradora consecuencia de la distancia entre líderes y las vidas del resto de nosotros, y cómo ese es el mayor problema de todos. Termina su libro evocando la tregua del Día de Navidad de 1914 al inicio de la Primera Guerra Mundial. Más de 100 000 tropas depusieron las armas para jugar al fútbol, compartir historias, fotografías, comida y bebida. Pero no solo fue el Día de Navidad, ya que en algunos lugares esta situación se prolongó durante semanas, y muchos hombres que estaban de servicio lo recordaban como uno de los momentos más increíbles de sus vidas. Podría haberse convertido fácilmente en una paz a gran escala, ya que ambos frentes mostraban su reticencia a reanudar el conflicto. Tan solo la perseverancia obstinada de generales que en la lejanía utilizaban propaganda para incitar al odio y a la obediencia a través de órdenes que enviaban al tribunal militar a cualquier persona que manifestara «gestos amistosos» con el enemigo consiguió que la guerra se reanudara. El distanciamiento de estos líderes respecto al pueblo fue el factor crítico.
Las tecnologías digitales nos han dado a muchos de nosotros un balón de oxígeno durante el confinamiento, pero también nos han aportado la ilusión de sentirnos conectados. El anonimato encubre a los troles, impulsa la polarización y permite que todos nos sintamos superiores a los demás desde la comodidad de nuestra propia burbuja. Nuestra desconexión de la naturaleza nos ayuda a difuminar los efectos del cambio climático, la degradación ambiental y el sufrimiento animal en nuestras mentes. La distancia definitiva proporcionada por las armas autónomas nos permitirá desvincularnos de la muerte y la destrucción (de "ellos") con solo pulsar un botón.
Mientras tanto, en nuestras casas, como la crisis de la COVID-19 ha dejado claro, nos fiamos alegremente de completos extraños, ayudamos a nuestros vecinos y comunidades, ofrecemos tiempo y dinero a organizaciones benéficas cercanas y lejanas y realizamos miles de millones de actos bondadosos grandes y pequeños unos con otros a cualquier hora y cualquier día. Todo sin que nadie repare en ello.
Encontrar modos en que las tecnologías armonicen, en lugar de polarizar, y de que todos nos conectemos de manera más profunda y significativa con los demás y con el mundo natural reducirá la distancia y nos permitirá ver a nuestros congéneres como lo que verdaderamente somos: no "otros", sino todos iguales.
Esta es probablemente la pieza más importante de todo el rompecabezas para que el Gran Reinicio se convierta en una transformación sobre la que nuestra generación pueda echar la vista atrás con orgullo y cierto asombro.
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